En Illinois nació, hace 69 años y en Illinois residió. Es algo extraño para un actor que también fue director de cine y lo hizo en el sistema de estudios de Hollywood. Es, quizás, un signo de coherencia. Harold Allen Ramis nació el 21 de noviembre de 1944. Tras graduarse en la Washington University, empezó a escribir obras de teatro satíricas y descubrió que la escritura humorística era lo que más lo motivaba.
Donde Ramis obtuvo su oportunidad fue en el programa de sketches canadiense ‘Second City’. Es todavía relativamente desconocido, pero fue una gran escuela: entre sus actores, Rick Moranis, Eugene Levy, Martin Short, el imparable John Candy y el propio Ramis. Como era lógico, el programa comenzó en 1976, y Hollywood se fijó en él. Pero ¿qué sucedió entre la universidad y la industria? Una revista de bufonadas que no sería solamente eso. Sería una revista legendaria.
Una revista legendaria
Deberíamos dedicar algún día artículos a explicar el furor de National Lampoon. Porque Ramis, antes de empezar en televisión, fue escritor de humor para este exitoso magacín de papel distribuido, fundamentalmente, en las universidades norteamericanas.
De esta revista, salieron horneados los mejores talentos de la comedia norteamericana que tanto estableció las coordenadas y los temas fundamentales de nuestro ahora. Y, según cuentan los que la hubieron leído con asiduidad (dejó de publicarse en el 98), la época del 72 al 75 fue la más inspirada. En la revista, destacaría también otro nombre clave: John Hughes, el otro lord de los ochenta estadounidenses y la fuerza motora de la comedia de gran audiencia.
Ramis escribió sus guiones con socios siempre, como tantos otros grandes escritores de comedia. El cine era un trabajo colectivo y Ramis no rompió nunca la regla básica de escribir para televisión o cine. Su oportunidad como guionista llegó pronto. Firmó la primera de las películas basadas en National Lampoon, ‘Desmadre a la americana’ (National Lampoon’s Animal House, 1978) pese a las reticencias de los productores de dar la oportundiad a lo que, hasta el momento, solamente era un escritor de sketches apenas fogueado en un programa de la televisión canadiense. Ramis firmó el libreto junto a otros dos escritores de la revista, Douglas Kenney, el cofundador de la revista, y Chris Miller, otro de los nombres de la primera escuadra.
Junto a Hughes, Ramis firmaría el guión de una comedia más, la primera de las desventuras de una peculiar família de botarates inolvidables, los Griswold, con un inspiradísimo Chevy Chase. ‘Las vacaciones de una chiflada família americana’ (National Lampoon’s Vacation, 1983) tiene un guión de Hughes que Ramis revisó junto al propio Chase y fundó una escuela de humor, basada en el contraste entre las costumbres, a ratos nada refinadas e idiotas, de una família suburbial estadounidense en período vacacional y cuya figura paternal es poco menos que un memo. ¿Os suena, verdad? ¿No es la base de la mayor parte de comedias estadounidenses recientes? Ramis puso una piedra más en esta vasta tradición humorística.
Un emblema de los años ochenta
Se hace muy difícil hablar de la comedia norteamericana reciente sin mencionar a Ramis. Como actor, deja dos interpretaciones humorísticas, con qué frecuencia desdeñadas y aún ignoradas por aquellos que creen que la lágrima y la carcajada son no solamente emociones distintas sino desiguales, que yo considero para el recuerdo.
La primera está en el ‘El Pelotón Chiflado’ (Stripes, 1981) cuyo guión lleva su irrepetible firma. La segunda es, claro está, ‘Los Cazafantasmas’ (Ghostbusters, 1984). Con un cásting sensacional, y en ambas con Bill Murray en pleno apogeo hacia el más evidente de los estrellatos, llega para convertirlo en leyenda y dejar a un empollón capaz de explicar espectros y colisiones nucleares con precisión desternillante. Para entonces, la cantera de National Lampoon había dado sus frutos: el éxito de los cazafantasmas estuvo dirigido (y producido) por Ivan Reitman, el responsable de Desmadre a la Americana.
No conforme con eso, Ramis dirigió ¡y menuda carrera! Empezó con una comedia olvidadísima sobre golf, algo que los norteamericanos, con insistencia y pasos en falso, han conseguido convertir en una suerte de subgénero entrañable: el de la humorada deportiva, en la que la competición misma es una excusa para la mayor parte de bromas. ‘El club de los chalados’ (Caddyshack, 1980) ha ido mejorando su reputación con los años, quizás porque su grupo de cómicos nunca estuvo tan acertado como ese período.
En los noventa, Ramis fue un maestro de la comedia del alto concepto (high concept). Además de su película más famosa, suyas son las estupendas ‘Una terapia peligrosa’ (Analyze this, 1998) o la subestimada ‘Mis dobles, mi mujer y yo’ (Multiplicity, 1996) y tuvo tiempo hasta para dirigir un capítulo de la versión norteamericana de The Office y tener un rol secundario en ‘Lío Embarazoso’ (Knocked Up, 2007) a modo de invitado de lujo por uno de sus alumnos más indudables, el siempre inteligente Judd Apatow.
Una repetición maravillosa
Dice un buen amigo que un escritor es sus libros buenos, bien, pues, aunque Ramis dejó películas menos recordables, creo pensar que un cineasta es también sus grandes películas y hallazgos.De Ramis, recordaremos, fundamentalmente, al humorista. Y del humorista, recordaremos su inventiva. Y de su inventiva, recordaremos, por encima de todas sus películas, ‘Atrapado en el tiempo’ (Groundhog Day, 1993), una obra maestra del cine y una comedia lo suficientemente sabia para ser desolada y lo suficientemente luminosa para no serlo todo el tiempo.
En aquella película, Bill Murray interpretaba a un hombre del tiempo condenado a vivir el mismo y no demasiado inteligente día de la marmota en un extraño e inexplicable loop. De lo que podía parecer una invitación a la conducta sin consecuencias, llegamos a una conclusión todavía más desoladora: a lo mejor, durante gran parte de la vida, estamos condenados a vivir el mismo (y pésimo y no demasiado memorable) día gris de trabajo y hacia adelante.
Pero el amargado hombre del tiempo encuentra en tanta reiteración y existencialismo infernal una oportunidad para amar, para conocerse y para, irónicamente, no perder su tiempo. Al final, después de tantas veces el mismo día, teníamos que dar las gracias, audiencia y personaje, por una repetición maravillosa.
Via:blog de cine
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