En 'Welcome to the Jungle', Jean-Claude Van Damme es el último
cachas de cine que aspira a hacernos reír. Apoyándonos en ejemplos
ilustres, buscamos los motivos de estos virajes entre los tiroteos y las
carcajadas. Por YAGO GARCÍA
A estas alturas, pensábamos que nada de lo que hiciera
Jean-Claude Van Damme iba a sorprendernos. Pero no podíamos estar más equivocados: tras
ese traumatizante anuncio para Volvo (y de la no menos épica
parodia de Channing Tatum), 'Los Músculos de Bruselas' ha vuelto a dejarnos la cara del revés con el tráiler de
Welcome to the Jungle. Se trata de una película modesta (el belga es la única estrella de su reparto) con Jean-Claude como monitor de un campamento de
team building para ejecutivos. ¡Ah! Y resulta que
Welcome to the Jungle es una comedia.
Pues proseguimos: aunque
su especialidad sea dar vida a tipos torvos y con un pasado, Van Damme
también sabe moverse en contextos jocosos. Más allá del experimento
tragicómico que fue
JCVD, recordemos
aquél delirante baile de su clásico
Kickboxer. Aparte de esto, el hecho de que la pinta de
Welcome to the Jungle no sea precisamente buena, a nosotros nos ha hecho preguntarnos
por qué a (casi) todas las estrellas de la acción les da por hacernos reír,
llegado el momento. Tras una encuesta exhaustiva entre los veteranos de
las grandes guerras videocluberas de los 80, hemos recopilado la
siguiente colección de motivos.
Porque quieren que se los tomen en serio
Caso paradigmático: Sylvester Stallone.
Un viejo adagio (enunciado por expertos como
Groucho Marx, sin
ir más lejos) afirma que un actor capaz de hacerte reír podrá bordar
cualquier género. Siempre preso de sus ambiciones de autor total, 'Sly'
tardó bastante en hacer suya esta máxima... Y, cuando la asumió, muchos
deseamos que jamás la hubiera tenido en cuenta: si tras el exitazo de
Rocky trató de cimentar su carrera en dramas con peso social
(F.I.S.T. Símbolo de fuerza, La cocina del infierno),
el italoamericano buscó una salida al encasillamiento en tres papeles
cómicos cuando quedó claro que sus dos papeles más recordados iban a ser
el boxeador de Philadelphia y
John Rambo: la primera de estas evasiones fue
Rhinestone (1984), un trabajo junto a
Dolly Parton afortunadamente olvidado. Las otras dos, de 1990 y 1992 respectivamente, fueron sendos despropósitos titulados
Oscar ¡quita las manos! y
¡Alto! O mi madre dispara, que supusieron durísimos golpes para su carrera.
Para asegurarse el porvenir
Caso paradigmático: Arnold Schwarzenegger.
Ahora, gracias a Stallone y su saga
Los mercenarios, sabemos
que los actores de acción pueden envejecer como los buenos vinos,
cambiando la contundencia por sabiduría y humor. Pero esto no siempre ha
sido así: cuando los hábitats naturales del género eran los programas
dobles y los videoclubes,
la carrera de un cachas fílmico tenía una fecha de caducidad,
fijada habitualmente por el decaimiento del tejido muscular y la
tolerancia a los esteroides. De ahí que un tipo como Arnold, más listo
que el hambre y con instinto para los negocios, pusiera sus ojos en un
género barato de producir, atractivo para muchos sectores del público y
que, además, no condiciona las ofertas de trabajo a la edad o al tono
físico. Sumemos a dicha astucia la vis cómica lucida por el austríaco en
sus mejores momentos, y entenderemos los éxitos de
Los gemelos golpean dos veces y
Poli de guardería. Pero fijémonos también en que, cuando falla el control de calidad, surgen cintas tan fallidas como
Junior y la inenarrable
Un padre en apuros.
Para captar al público familiar
Caso paradigmático: Dwayne 'The Rock' Johnson.
Está claro que es una generalización barata, pero
hay que decirlo: sobre el público del cine de acción pesan una serie de
estereotipos, según los cuales estaría formado por varones jóvenes y de
gustos no muy refinados. Un gueto, vamos, del cual más de un intérprete
quiere escapar en pos del amor de niños pequeños, madres y abuelitos.
'La Roca' lo tenía moderadamente fácil en este sentido, ya que la lucha
libre (entorno en el cual es una superestrella) se ve en EE UU más como
un espectáculo para todos los públicos que como un deporte violento.
Pero eso no excusa su participación en la muy fea
Rompedientes. Aun así, señalemos que Dwayne se ha sabido trabajar esta faceta de su carrera a base de personajes secundarios
(Los otros dos, Superagente 86) y producciones discretas, pero con encanto
(La isla misteriosa), gracias a lo cual acabó haciéndose hueco en producciones de más relumbrón como
Dolor y dinero y
El mensajero.
Porque saben que pueden hacer más
Caso paradigmático: Vin Diesel.
Lo repetimos una vez más: el calvo de la saga
Fast & Furious nos
parece un tipo con talento que se toma muy en serio lo que hace.
Partiendo de ahí, y aunque pese sobre su carrera el estigma de
Un canguro superduro, señalamos que su otra excursión fuera de los tiros y las explosiones resulta un ejemplo muy positivo. Para
Declaradme culpable (2006), Diesel fichó de su bolsillo a un
Sidney Lumet anciano,
pero en plenitud de facultades, probó su amplitud de registros (la
película, aunque jocosa, es más una tragicomedia que 'una de risas'),
obtuvo resultados financieros suficientes como para amortizar el
proyecto y se llevó críticas elogiosas de gurús como
Andrew Sarris y
Roger Ebert. Y después, hala, a seguir sacando adelante la saga
Riddick, y a preparar las sucesivas entregas de su serial de cochazos con la misma seriedad que si fuesen proyectos de cine de autor.
Para volver a los orígenes
Caso paradigmático: Bruce Willis.
Los lectores más veteranos entenderán por qué
salimos con estas. Pero debemos una explicación a aquellos que no habían
nacido cuando
Luz de luna nos hacía troncharnos de risa en TV: durante los 80, hasta que
La jungla de cristal (1988)
le convirtió en tipo duro con resaca y camiseta de tirantes, a Willis
se le veía como un actor cómico con mucho potencial. Después de que
John McClane entrase
en escena, la cosa cambió... Y los regresos de Willis al género que le
dio la fama han oscilado desde entonces entre lo incomprendido
(La muerte os sienta tan bien) y lo desastroso
(Un muchacho llamado Norte, El desayuno de los campeones, Vaya par de polis) pasando por lo discreto sin más
(Falsas apariencias). Todo esto, mientras los críticos aceptaban su talento a regañadientes gracias a
Pulp Fiction y
El sexto sentido. No
sabemos si nuestro hombre lamenta haber cambiado las risas por los
tiroteos, pero quienes echamos de menos su lado jocoso siempre nos
podemos consolar repasando sus intervenciones en
Friends como estrella invitada.
Porque, en el fondo, es lo suyo
Caso paradigmático: Jackie Chan.
En el cine asiático, en general, y en el de Hong
Kong en particular, que un actor sepa conjugar la interpretación
dramática con las
yoyas es algo que se da por hecho. De la
misma manera que una estrella de Hollywood precisa tener al menos unas
mínimas nociones de canto y baile, nadie arrugará la ceja en esas
latitudes cuando un
Tony Leung Chiu Wai (por ejemplo) alterne las artes marciales con dramones como
Deseando amar. ¿Debería
extrañarnos, etonces, que Jackie Chan compagine el kung fu con el arte
de hacer reír? Para nada: la experiencia en ambos campos le sobra. Otra
cosa es que, una vez en EE UU, el actor se haya desaprovechado a sí
mismo con títulos como
El esmóquin, Los rebeldes de Shanghai, La vuelta al mundo en 80 días o la incalificable
El supercanguro. Sobre
el choque de culturas, las diferentes maneras de entender el cine y el
amor por el dinero fácil, mejor hablamos otro día...