Injustamente ignorada por el público, que no supo valorar la
originalidad y atrevimiento de la propuesta de Disney, el relativo
fracaso de
‘La bella durmiente’
(‘Sleeping Beauty’, Clyde Geronimi, 1959) no supuso ningún contratiempo
a la hora de seguir desarrollando proyectos como si había sucedido en
el pasado reciente del estudio, y dos años después de la adaptación del
cuento, la productora estrenaba
‘101 dálmatas’ (‘101 Dalmatians’, Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman, 1961)
primero de los tres últimos filmes que supervisaría el “tío Walt” antes de fallecer en 1965.
La cinta, que también servía para adaptar el relato homónimo que la escritora inglesa
Dodie Smith
había publicado en 1956, no sólo daba comienzo a la cuenta atrás de esa
terna con la que el visionario artista cerraría su singularísima
aportación a la historia del séptimo arte, sino que servía para abrir
una nueva etapa en la compañía. Una etapa que, como iremos viendo a lo
largo de las diez próximas entregas de este especial,
supuso un paulatino descenso en la calidad del “producto Disney” hasta cotas que, de haber vivido su creador, seguro que no se hubieran alcanzado.
Un nuevo concepto de animación para una nueva etapa
Uno de los principales y más costosos problemas con los que los
animadores de la casa se habían encontrado desde que el estudio comenzó a
producir largometrajes tres décadas atrás había sido
trasladar los dibujos a lápiz de los artistas a los acetatos,
con la consiguiente ralentización del proceso que implicaba, no sólo el
tener que “calcarlos” sino aplicarles el color a base del uso de
múltiples tintas. Todo ello iba a acabar con esa revolucionaria máquina
patentada por Xerox que fue la fotocopiadora, una máquina que
Ub Iwerks, uno de los técnicos de Disney, no tardó en adaptar a las necesidades de los animadores.
Ya no había que perder tiempo y esfuerzo en trasladar uno por uno los fotogramas a los acetatos cuando
se podían hacer directamente fotocopias de los mismos sobre el material transparente.
Además, el invento de Xerox aportaba una frescura a los dibujos de la
que antes carecían al estar directamente reproducidas de los originales
de los animadores. Pero claro, todo pro tiene inevitablemente su contra
y, en el caso que nos ocupa, la desventaja que planteaba esta nueva
técnica sería la que marcaría a fuego los largometrajes de la compañía
en los años por venir.
Poco afinada en estos primeros tiempos de existencia, la
fotocopiadora no era capaz de captar la sutileza y la perfección en el
trazo a la que, tras años de formación y experimentación, habían llegado
los artistas de Disney y ello obligaba, sí o sí, a que los dibujos que
se trasladaban a los acetatos por ésta técnica tuvieran que estar
delimitados por líneas muy gruesas,
dejando de lado de un plumazo la grácil sutileza que habíamos podido observar hasta entonces en los clásicos de los estudios y, como decía, dando apertura a una fase en la que la animación se iría cuidando cada vez menos.
Una villana de armas tomar
Considerando que ’101 dálmatas’ es el primer estadio en ese proceso
de empobrecimiento de formas que cada vez acusarán mayor grado las
producciones de la casa, podemos estar hablando aún de un filme cuya
animación, sin poderse poner a la altura de los grandes títulos de la
compañía —y no hace falta que recite cuáles son, de sobra los conocéis
ya—
todavía mantiene algunos de los valores que habían hecho grandes a aquellos filmes que lo precedían, atesorando momentos inolvidables y, por supuesto, una de las villanas más recordadas de cuántas ha tenido un filme Disney.
Última de las “brujas malas” con las que contaría una cinta de la productora hasta que en 1989 las retomaran con la Úrsula de
‘La sirenita’
(‘The Little Mermaid’, Ron Clemens y John Mushker), el personaje de
Cruella de Vil es de esos que, entrando como un torbellino en escena,
roban protagonismo y acaparan la atención del espectador cada vez que aparece en pantalla, un hecho a los que no son ajenos ni su fabuloso diseño, obra y gracia del gran
Marc Davis —que mezcló, según llegó a afirmar, a
Talullah Bankhead con
Bette Davis y
Rosalind Russell— ni la arrebatadora labor de su actriz original de doblaje.
Un tándem de factores a los que viene a reforzar el carácter
caprichoso y altivo de una mujer a la que odiamos de forma casi
inmediata —bien que se ocupa de ello la primera escena en la que
prorrumpe en pantalla— y que, para colmo,
cuenta con una de las canciones más pegadizas de cuántas han formado parte de un filme Disney,
esa ‘Cruella de Vil’ que primero descubrimos en la melodía a piano y
trombón “interpretada” por el personaje de Roger y al que éste no
tardará en poner la más sarcástica de las letras. Imposible no
tararearla si se escuchan sus primeras notas.
‘101 dálmatas’, clásico a medias
Villana al margen, y aún teniendo en cuenta, como decía más arriba,
que es éste el primer paso en el uso de las nuevas técnicas de animación
—o casi nuevas, los estudios Fleischer ya habían hecho uso de similares
formas durante los años treinta—, que
‘101 dálmatas’ comienza a aquejar ciertas dolencias que contraponer a sus virtudes
es una verdad de esas de las que, hasta cuando uno es pequeño y las
películas de dibujos son un mundo en el que perderse, es difícil
escapar.
Con una temática que envuelve a canes, la normal comparación con
‘La dama y el vagabundo’ (‘Lady and the Tramp’, Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1955) sirve para
desvelar las muchas carencias que la animación de los esquemáticos fondos de éste filme tiene
para con aquél que la compañía había estrenado seis años antes, un mal
que, poco perceptible al comienzo del metraje, se va haciendo cada vez
más notable conforme transcurre éste y lo que determina el segundo plano
de la animación son manchas de color sin ningún tipo de profundidad.
Afortunadamente, y aunque nunca quedó del todo contento con los
resultados, Walt Disney todavía estaba ahí para dotar a la cinta de
cierto candor y a algunos de sus personajes del suficiente carisma como
para hacerlos inolvidables, una característica ésta que mucho tiene que
ver con el buen ritmo de la historia y que compensa las carencias del
acabado visual para terminar conformando este clásico de la compañía
que, aun a medias, es
una buena muestra —la última en muchos años— de lo que debía ser una película con el sello Disney.
Via.blog de cine