¿Está el cinéfilo condenado a Internet? Hace dos días me hicieron
esa pregunta, y lo cierto es que condenado es una palabra que podría
estar errada en su totalidad si tenemos en cuenta la naturaleza de un
cinéfilo, uno de verdad, vamos.
Un cinéfilo de verdad es autodidacta,
busca y rebusca, lee y relee en libros cosas que muchas veces se quedan
en el aire en las imposibles clases de historia que muchos profesores
de cine intentan impartir en este país, enfrentados a la utopía de que
enseñarlo todo es prácticamente imposible, y mucho menos un sentimiento,
el del amor desmesurado que el cinéfilo, el de verdad, tal y como dice
la palabra en cuestión, siente por el cine.
Si el cinéfilo, el de verdad, está condenado a Internet —una
plataforma para difusión de la cultura absolutamente brutal y aún no
explotada en todo su esplendor— es por muchas y diversas razones.
Primero podemos darnos cuenta de que la sala que intenta ofrecer algo
más que el blockbuster de turno —un producto tan respetable como la obra
de autor más intimista que exista— está tendiendo a desaparecer. Son
muchos los cines que, desde la aparición de esta demoledora crisis,
incluso desde antes, han echado el cierre a sus puertas. ¿Qué le queda
al cinéfilo, el de verdad? ¿Los canales de cine de televisión?
¿Paramount Channel? ¿La sexta 3? Sus trabajos son elogiables pero si los
comparamos con la oferta cinematográfica de televisión española en los
años 80 y parte de los 90, me da la risa.
La subida del
IVA, absolutamente
descorazonadora, el cierre de salas que ofrecen algo más que estrenos
taquilleros —de los que al fin y al cabo una sala de proyección debe
vivir—, y la cada vez más alarmante desidia de muchos supuestos
cinéfilos que no se molestan en escarbar, o el nombre de
William A. Wellman
ni les suena. Lo siento mucho, pero alguien que goza de acreditaciones
en festivales o se deshace en elogios —con un excelente uso del lenguaje
con el que disimular sus carencias— hacia la última obra de Malick o
Tarantino, por poner dos ejemplos, también podría haber dicho Nolan o
Amenábar, y no conoce la historia del cine, básica para saber de qué se
habla, no es cinéfilo, es alguien que ve películas. Punto. Y lo más
peligroso, no quiere aprender.
Las opciones de la red
El cinéfilo, el de verdad, ha encontrado en la red un lugar
paridisíaco que ninguna sala de cine o televisión será capaz de igualar,
esa es la triste verdad. No me imagino a ningún canal de televisión que proyecte ciclos de gente como
Fritz Lang,
King Vidor,
Jean Renoir o
Alfred Hitchcock,
que es lo que hacía televisión española en sus años dorados. Algunos
ciclos, caso del de Vidor o Lang, eran de lo más completos. ¿Os
imagináis un canal de televisión emitiendo
‘Y el mundo marcha’ (‘The Crowd’, King Vidor, 1928) o
‘Manon’
(id, Henri-Georges Clouzot, 1949)? Más difícil todavía, ¿qué sala de
cine las proyecta? Si alguna hay, bravo por ella y su tarea pedagógica,
pero me temo que no es la norma. Lo mismo pasa con los canales de
televisión. ¿Y los portales de cine on-line? Espera, que me parto, esta
vez en mil pedazos, y de la tristeza.
No voy a dar nombres, ya les doy caña en sus cuenta de twitter, pero
me parece muy triste que un portal de cine tenga en su catálogo sólo
tres películas de
John Ford, y esa situación se alargue
en demasía. Es que el interés no es una obra de Ford, es una película
de Jaime Rosales (JE), o el último trabajo de Mel Gibson actor, me
diréis. Si lo que ofreces y publicitas es precisamente lo último, a este
paso el nombre de
John Ford caerá en el olvido. Qué
exagerado soy. ¿Seguro? Coged a vuestros amigos cinéfilos, aquellos que
presumen de serlo, y preguntadles cuántas obras de Ford conocen o han
visto. La respuesta no me sorprenderá ni lo más mínimo.
Entre la vagancia de la nueva cinefilia y la aterradora crisis cada
vez cierran más cines y otros muchos corren peligro de extinción. El
recuerdo del gran cine, de esa sala que metía 1500 personas por función,
se convertirá con el paso del tiempo en un sueño lejano, en un recuerdo
vago para muchos de nosotros, mientras que otros verán cómo su
“cinefilia” crece entre tanta precariedad. Hace poco veía cómo cerraba
uno de los videoclubs más importantes de mi ciudad, me quedé atónito,
tenía títulos de todo tipo, una oferta más que amplia y para todos los
gustos. A esos negocios sí les ha afectado la red considerablemente en
un país en el que la cultura del gratis total es deporte nacional. Y
sólo un ignorante piensa o cree que no debe pagar nada por una película.
Sin embargo, hay páginas en la red que están haciendo un trabajo
encomiable al colgar películas de todas las nacionalidades y épocas que
de otra forma sería imposible ver. Si no fuese por la red yo jamás
habría visto una película como
‘Siempre estoy sola’ (‘The Pumpkin Eater’, Jack Clayton, 1964), por poner un ejemplo, o nunca tendría acceso a películas de
Pudovkin —sí, buscad en la
IMDb quién es—. Ahora sueño con el día que las editen en
DVD
—en Bluray sería un sueño imposible— para poder comprarlas, pero eso es
otra historia. La de la penosa distribución en nuestras tierras.
Via:Blog de cine