¡¡¡Por fin!!! Quizás sea una forma poco ortodoxa —o seria— de
comenzar una entrada, pero entenderéis que, tras haber pasado las
últimas seis semanas transitando por uno de los períodos menos
reseñables de la historia de la
Disney —uno, que no el
único, como veremos más adelante en este especial— las ganas de llegar a
arribar a las costas de los cincuenta y, por ende, a la
recuperación de formas por parte de los estudios hacían que este puerto que es
‘La Cenicienta’ (‘Cinderella’, Clyde Geronimi, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1950) se antojara cada vez más lejano.
Aún a sabiendas del convencimiento del “tío Walt” de que los filmes
basados en pequeños segmentos o cortos eran mucho más rentables y
fáciles de producir, estaba claro que tanto el taquillaje como las
críticas hacia sus propuestas durante los años cuarenta habían terminado
por hacer algo de mella en los inagotables ánimos del creador de la
Disney, y el
regreso al tipo de filmes con los que la compañía se había presentado al público era sólo cuestión de tiempo,
anunciándose en 1948 en las páginas del ‘Annual Report’ de los estudios
que su próximo proyecto sería una adaptación del cuento de ‘La
Cenicienta’ de
Charles Perrault.
Los cincuenta, la década del esplendor
Pero ese no era el único título que Walt Disney barajaba como posibilidad para devolver el esplendor perdido a su empresa y
varios habían sido los proyectos que, siempre adaptando obras literarias,
habían pasado por las manos del cineasta
antes de que éste se decidiera por la historia de la joven huérfana
que, maltratada por sus dos horribles hermanastras y por una madrastra
cruel y tiránica, tendrá la posibilidad de ver cumplidos sus sueños
gracias a la ayuda de su hada madrina y de un zapato de cristal.
Así, Disney había contemplado primero la posibilidad de llevar al
terreno animado a los que terminarán por convertirse en dos de los
emblemas más reconocibles de la larga filmografía de la productora: el
‘Peter Pan’ de
James M. Barrie y la ‘Alicia’ de
Lewis Carroll.
Considerando que ambos personajes y sus historias eran demasiado fríos
para la calidez que quería que instilara el regreso a los cuentos de las
producciones de la compañía, Walt se terminó decantando por una
jovencita que
guardaba no pocas concomitancias para con su exitosa Blancanieves, intentando así garantizar el éxito de la empresa.
Una empresa que se pondría en manos de aquellos que habían venido en
llamarse los “Nueve Viejos”, un grupo de animadores del que ya hablamos
en la entrada correspondiente a
‘Dumbo’ (id, Ben Sharpsteen, 1940) y que estaba formado por
Les Clark, Marc Davis, Ollie Johsnton, Mit Kahl, Ward Kimball, Eric Larson, John Lounsbery, Wolfgang Reitherman y
Frank Thomas,
nueve nombres que determinarían sobremanera el transitar de las
producciones de la casa durante esa década de los cincuenta que fue la
que, de forma definitiva,
asentó a la Disney como la reina indiscutible en el terreno de los dibujos animados.
‘La Cenicienta’, o cuando el interés residía en los secundarios
No creo que haga falta haber visto todas las producciones de la
compañía, o ser un experto en su cine para apreciar que, en lo que a
personajes carismáticos se refiere, los primeros filmes de Disney
trabajaron muchísimo mejor los secundarios y los villanos que aquellos que servían de título a sus películas.
Tanto es así que si uno piensa en ‘Blancanieves…’ lo primero que se le
viene a la cabeza son los siete enanitos y lo segundo la malvada
madrastra de la protagonista. Otro tanto sucede, por ejemplo, con Pepito
Grillo, el Honesto Juan y Stromboli al recalar en
‘Pinocho’ (‘Pinocchio’, David Hand, 1941).
Es pues normal que, al recuperar los esquemas de las producciones que
más éxito cosecharon en el público estadounidense, Walt y su equipo
creativo tuvieran claro que el triunfo de su nuevo cuento animado
pasaba, sí o sí, por
crear una galería de secundarios que ganaran la partida de lejos a un personaje central
que, como apuntaba más arriba, no se aparta prácticamente nada de los
esquemas que sirvieron, doce años atrás, para definir a la primera
princesa Disney. Un hecho que no ayuda mucho a que la percepción acerca
de ‘La Cenicienta’ sea todo lo positiva que uno desearía.
Pero centremos nuestra atención momentáneamente en el rosario de
carismáticos personajes que los responsables del filme hacen orbitar en
torno a la estrella —aunque bien cabría decir que es al contrario—:
tenemos a los simpatiquísimos ratones con el dicharachero Jack y el
simpático Gus a la cabeza; contamos también con la némesis de todo
roedor que se precie, un gato llamado Lucifer que sólo piensa en llenar
la tripa y, dejando a un lado a los animales, dos presencias femeninas
en los dos extremos del espectro, la bondadosa y algo despistada Hada
Madrina, y
la pérfida madrastra, cuya presentación es terrorífica —y genial—.
Con todos ellos de por medio, la mucha atención que la cinta les
presta —atención a la secuencia del desayuno— y el protagonismo que
terminan atesorando de cara a la resolución de la trama, resulta a mi
entender incuestionable que la inane historia de amor entre Cenicienta y
el príncipe pase a un modesto segundo plano a la hora de valorar lo
mejor de
un filme cuya animación recupera mucho —aunque no todo—
del esplendor de antes de la Segunda Guerra Mundial
y que, eso sí, supuso un éxito impresionante para la compañía,
recaudando 7 millones de dólares que respaldaban la apuesta de los
estudios.
Unos estudios que a partir de aquí
comenzarán una escalada exponencial en cuanto a calidad de la animación y de las historias
y que, al menos durante diez años y cuatro producciones más, no
conocerán límites que no sean capaces de sobrepasar. Importa poco pues
que, en última instancia, ‘La Cenicienta’ no sea todo lo que se podía
haber esperado de ella si se la compara con lo que la siguió, cuando es
éste el trampolín que sirvió de ese necesario revulsivo que la Disney
llevaba varios años necesitando; hasta tal punto que no podría
entenderse la historia de lo que nos llegará si cierto zapato de
cristal…
Via:blog de cine