¿Es la talentosa y trabajadora actriz, una de las bellezas más
exóticas de Hollywood, gafe para la taquilla o sólo necesita que le den
algo más que roles secundarios? Por DANIEL DE PARTEARROYO
En 2013,
Olivia Wilde aparece acreditada en ocho largometrajes. Uno de ellos es
Rush, la película de
Ron Howard sobre los campeones de Fórmula 1 de los años setenta
James Hunt y
Niki Lauda, donde hace de la modelo
Suzy Miller, primera esposa de Hunt que después pasaría a convertirse en la tercera de
Richard Burton. Es
curioso que Wilde, cuyos ojos son responsables directos de que muchos
conozcamos la existencia de un color llamado azul cerceta, interprete a
quien se convirtió en la sucesora del torbellino violeta
Elizabeth Taylor. Pero, como ocurrió con Miller en la biografía de Burton, su papel no pasa de secundario, una categoría en la que
Hollywood parece tener estancada a la actriz neoyorquina. ¿Acaso no ha demostrado que merece más oportunidades?
Procedente de una familia de escritores y con antepasados de alta alcurnia repartidos por todo el imperio colonial británico,
Olivia Jane Cockburn (por favor, si sabes inglés no traduzcas en voz alta su apellido) decidió adoptar el nombre de Olivia Wilde como tributo a
Oscar Wilde; uno
de esos gestos entre lo petulante y lo vergonzoso que se podía permitir
una estudiante de instituto que había tenido al ensayista británico
Christopher Hitchens como canguro cuando era pequeña. Pero claro, si
Mick Jagger es
amigo íntimo de tus padres, cualquier cosa es posible. Hasta que cuando
tienes 20 años te enchufen en el cásting de una comedia juvenil
ramplona para desanimar tu deseo de ser actriz... y terminen pillándote
como secundaria en
La vecina de al lado (Luke Greenfield, 2004).
Bisexual de la pequeña pantalla
Total, que la pequeña triquiñuela de los progenitores tuvo un efecto
contrario al deseado y Wilde persistió en su sueño profesional. Esa
combinación de belleza felina, tonificación de gimnasio y voz ronca hizo
que pronto llamara la atención entre productores televisivos. Su primer
trabajo popular fueron trece episodios de la segunda temporada de
O.C., el culebrón juvenil de los
noughties, donde interpretó a
Alex Kelly. ¿Su principal característica, aparte de ser una topiquísima "chica mala"? Se liaba tanto con
Seth como con
Marissa (Mischa Barton, quien le quitó el papel cuando ambas se presentaron al primer cásting). ¿Sería casualidad dos años después que en
House se hiciera tanto hincapié en la bisexualidad de
Trece, el
personaje más famoso de su carrera? Confiemos en la casualidad y que
las miras de los productores televisivos sean más amplias, pero no nos
hagas mucho caso...
Chica sexy #2
Mientras la autodestructiva doctora
Remy Hadley ponía en un brete a la misantropía de
House, Wilde
encontraba bastante complicado hacerse un hueco en el cine. Durante
esos años fue pasando por todos los registros típicos con los que
Hollywood encasilla y aliena a las actrices jóvenes de determinadas medidas: tía buena en
Superfrikis (Scott Lew, 2006), tía buena en bikini en
Turistas (John Stockwell, 2006), tía buena en toga en
Año uno (Harold Ramis, 2009), etc. Es fácil pillarlo.
Veneno blockbuster
Puede que la gran
oportunidad de Wilde para entrar en la clase A de Hollywood residiera en la neumática y reflectante
Quorra de
TRON: Legacy (Joseph Kosinski, 2010), pero ya sabemos lo que pasó con la tardía secuela: un pinchazo de
Disney que sólo el mercado internacional salvó de ser una completa catástrofe. No importa, lo volvemos a intentar con
Cowboys & Aliens (Jon Favreau, 2011). Ops, ahora incluso olvida eso de la taquilla global como salvavidas.
In Time (Andrew
Niccol, 2011) era una película mucho más modesta y ella ni siquiera era
la chica principal, pero no importa: fracaso. Empieza a dar mal fario
que filmes con mucha ambición comercial lleven a la antigua
Trece en el reparto, y ya sabemos cómo es Hollywood de supersticioso...
¿Talento cómico desaprovechado?
Entre tantos disparos de fogueo a la taquilla, una comedia nacida para pasar desapercibida como
El cambiazo (David Dobkin, 2011) podría haber revelado al mundo la disposición de la actriz hacia el humor. Mientras
Ryan Reynolds y
Jason Bateman daban
tumbos en la enésima trama de cuerpos intercambiados, ella fue la que
mejor nos lo hizo pasar (y ni siquiera nos referimos a
esa escena en tanga y
topless). ¿Por
qué nadie le ha dado la oportunidad de explotar del todo su potencial
humorístico? Puede que nos estemos perdiendo algo grande y ella parece
muy dispuesta. Repasando entrevistas, Wilde habla de su devoción hacia
los
Monty Python, sale con el cómico del
Saturday Night Live Jason Sudeikis, se relaciona con la
troupe Apatow, le gusta participar en los vídeos chorra de
Funny Or Die (su
Baronesa de
La balada de G. I. Joe tocando
el clarinete es una perversión difícil de superar) y, por supuesto,
nunca podremos olvidar cómo promocionaba el número especial comedia de
la revista
GQ en este vídeo:
Hiperactividad
¿La estrategia de
Olivia Wilde para hacerse notar?
Trabajar a destajo. En 2011 estaba en cinco películas, en 2012 también y
este año, como decíamos arriba, ocho. Si su agente le ofrece papeles
pequeños, que sea en cantidades industriales. Y si incluyen la
posibilidad de trabajar con directores interesantes
(Spike Jonze en
Her, Paul Haggis en
The Third Person), pues mira.
Aunque nosotros sospechamos que en realidad se lo pasa mucho mejor en películas más pequeñas, como haciendo de
insuperable stripper en Butter (Jim Field Smith, 2011) o siendo ilusionada ayudante de mago en
The Incredible Burt Wonderstone (Don Scardino, 2013). Eso sí, la mayor oportunidad que ha tenido para demostrar su talento se la ha brindado el ex
mumblecore Jon Swanberg en
Drinking Buddies (2013)
donde, sin maquillar, navegando en la improvisación y sacando varias
capas de profundidad a su personaje nada complaciente, construye una no
relación de amor con
Jake Johnson tan creíble como para justificar uno de los mejores títulos
indie del año.