El director de 'El sexto sentido' estrena en España su décima
película en medio del desprestigio absoluto de crítica y público. ¿Qué
ha cambiado desde que se le consideraba como el sucesor de Steven
Spielberg? Por DANIEL DE PARTEARROYO
A día de hoy da un poco de vértigo reconocerlo, pero, hace poco más de una docena de años,
M. Night Shyamalan era uno de los directores de cine más respetados y mejor valorados de Hollywood. Sí, el realizador de
After Earth, cuyo
nombre hay que buscar con lupa en los carteles promocionales del filme y
cuya vinculación ha sido pasada por alto en beneficio de la presencia
de
Will Smith y su hijo
Jaden Smith, llegó a ser considerado como el sucesor natural de
Steven Spielberg y hoy se dedica a filmar vehículos para el lucimiento de hijos de estrellas que, para más inri, son
ridiculizados como propaganda cienciológica. ¿Cómo
hemos llegado a esta situación? ¿Puede decirse que el propio Shyamalan
se lo ha buscado, o ha sido víctima de la circunstancias?
De entre los muertos
Vayamos atrás en el tiempo. El
6 de agosto de 1999 se estrenó en EE UU
El sexto sentido, un modesto
thriller fantástico que consiguió más de
26,5 millones de dólares en
su primer fin de semana y se colocó primero en taquilla, posición que
mantendría durante cinco semanas convirtiéndose en el gran
sleeper del verano. Era la tercera película que dirigía y escribía
Shyamalan, pero la primera en disfrutar de una distribución masiva (vía
Buena Vista, es decir,
Disney) que no habían obtenido sus anteriores (y ya a partir de entonces ignoradas)
Praying with Anger (1992) y, con
Miramax, Los primeros amigos (1998). Además de recordar a espectadores de todo el mundo que
Bruce Willis podía ser un gran actor fuera del género de acción,
El sexto sentido lanzó a la fama a su estrella infantil,
Haley Joel Osment (quien lo mismo a día de hoy no está muy agradecido), y recuperó la moda del
twist ending o final sorpresa a una escala mucho mayor de la abarcada por
Sospechosos habituales unos años antes.
De repente, todo eran alabanzas hacia Shyamalan y su afinada visión
comercial no exenta de buen acabado visual y una intrigante historia
original. Aunque el estreno ese mismo año de
El último escalón, la adaptación de
David Koepp sobre una novela de
Richard Matheson de
los años 50 con otro niño que "ve a los muertos", ya amenazó con abrir
una pequeña grieta en el triunfo del cineasta indio. En vano: las cifras
de
El sexto sentido, estrenada antes, aplastaban por mayoría.
Irrompible
En el cambio de milenio,
M. Night Shyamalan parecía imparable. Sobre su mesa se acumulaban propuestas como escribir
Indiana Jones IV para su ídolo
Spielberg o
dirigir la primera adaptación de esa saga literaria de una escritora
británica protagonizada por un mago con gafas que lo petaba entre el
público juvenil. Pero él escogió poner en pie su propio ambicioso
proyecto: una trilogía superheroica con
Bruce Willis como
protagonista y, por supuesto, distinta a todo lo hecho anteriormente en
el género. Sólo llegó a terminar la historia de origen y creación del
héroe,
El protegido (2000).
En este caso la incomprensión vino desde la taquilla: sus
248 millones de dólares quedaban muy lejos de los más de
672 millones amasados por
El sexto sentido, un
filme que había costado casi la mitad. Sin embargo, la frescura de la
propuesta en un ecosistema todavía no saturado de superhéroes (o al
menos no tanto como el actual), las poderosas interpretaciones de
Willis y
Samuel L. Jackson, una partitura de
James Newton Howard en estado de gracia o la poco sutil pero resultona reflexión sobre la naturaleza del héroe que enunciaba dieron a
El protegido cierto aura de título de culto y contribuyeron a reforzar el estatus de
Shyamalan entre los cinéfilos. En vez de venderse a Hollywood, había decidido arriesgarse siguiendo su propio camino.
Primeras señales
Señales (2003), además de ser el mayor éxito de su carrera sólo después de
El sexto sentido, marcó un punto de inflexión definitivo en la dirección de la filmografía de
Shyamalan y
también en cómo ésta era percibida por la crítica y el público. Su
invasión alienígena desde un punto de vista a pie de calle propició el
cénit en las comparaciones con
Spielberg (el suspense minimalista de
Tiburón) y
Hitchcock (la amenaza silenciosa y la claustrofobia de
Los pájaros), pero
también empezaron a verse las costuras en unos diálogos y una
estructura dramática instrumentales, orientados sólo a epatar al
espectador con efectismos carentes de lógica argumental como
claudicación a la necesidad de un final sorpresa. Por resumir, si
"En ocasiones veo muertos" había entrado con fuerza en la cultura pop,
"Batea fuerte" lo hizo directamente por la puerta de la chufla y la burla.
También se encendieron las alarmas ante lo que pasarían a ser dos
marcas de estilo: la narración alegórica como fin en sí mismo (toda la
película termina constreñida en una parábola reflexiva sobre la fe) y
una ampliación a personaje secundario de los antes cameos del director.
El fantasma del ego, ayudado por una actuación justita si somos
benévolos, empieza a asomar en las críticas.
La burbuja se desmorona
Muchos la consideran el punto de no retorno, pero todavía hay algunos motivos para tener aprecio a
El bosque (2004).
Y no nos referimos precisamente a su pirueta argumental post-11S que
adolece de esa instrumentalización alegórica de la que hablábamos antes
(la credibilidad se suspende en pos de un mensaje final), sino a valores
potentes como la actuación de
Bryce Dallas Howard o la fotografía atmosférica de
Roger Deakins. Entre las causas de la mala fama de
El bosque no hay que pasar por alto una campaña promocional por parte de
Buena Vista (última
colaboración entre el cineasta y la distribuidora, que puso fin a una
relación de cinco años) que, sin ningún miramiento, publicitó el filme
como una película de terror y monstruos espinosos entre los árboles.
La época de mayor apogeo de los foros en internet, que empezaban a
dar paso a la hegemonía de los blogs, albergó encendidas polémicas con
detractores que se sentían estafados por el filme. Pero
Shyamalan seguía
teniendo un indudable tirón en taquilla, por mucho que su demiúrgica
aparición final volviera a encender los ánimos de la crítica. Por poner
un ejemplo, el popular
Roger Ebert la incluyó en su lista de películas más odiadas de todos los tiempos y le dedicó frases tan bonitas como:
"Llamar a su final un anticlímax sería un insulto no sólo para los clímax, sino también para los prefijos".
La radicalización
Shyamalan tuvo la oportunidad de filmar la adaptación de
La vida de Pi, la novela de
Yann Martel que le acabaría brindando un Oscar de Mejor dirección a
Ang Lee, pero
desestimó el proyecto porque consideró que el final sorpresa del libro
terminaría por encasillar su carrera [risas aquí]. En cambio, decidió
utilizar el respaldo económico de los grandes estudios que aún tenía y
darlo todo en dos películas insólitas y radicalmente personales. Primero
vino
La joven del agua (2006), un nuevo
cuento alegórico (y van...) sobre el arte de la narración o,
directamente, el cine, donde el propio Shyamalan es el héroe por encima
del protagonista y los desagradables e insoportables críticos son
humillados y devorados. Las sutilezas, si eso, para otro día.
Después llegó
El incidente (2008), una de esas películas que creemos
merecedoras de una segunda oportunidad,
aunque sea sólo por la determinación de su autor para nadar a
contracorriente de cualquier expectativa posible. Quizás más hermética y
autista incluso que
La joven del agua, El incidente fue un misil autoral de terror minimalista (¡el viento!) y desnaturalizaciones actorales dignas de
Bresson que, sin embargo, cristalizó como blanco de bromas a costa de
Mark Wahlberg hablándole a una planta y poco más. Algo a lo que
el propio actor se ha sumado: "Fue una película realmente horrible. Joder si lo fue. Los putos árboles, tío. Las plantas. Menuda mierda".
El desvanecimiento
En 2010,
Airbender, el último guerrero marcó la gran debacle crítica de
Shyamalan o, como algunos empezaron a llamarlo, "El último maestro en la venta de aire". Adaptación personal de la serie de animación de
Nickelodeon sobre
el enfrentamiento entre unas tribus que pueden manejar cada uno de los
cuatro elementos, la película terminó siendo un jaleo mitológico
demasiado infantilizado para el público adulto, demasiado caóticamente
verbalizado para el público infantil y, en definitiva, demasiado
incomprensible para cualquiera. La crítica no tuvo piedad con su chivo
expiatorio favorito y, cargada de razones ante el estrafalario y
fácilmente ridiculizable esperpento 3D que tenía delante, se cebó con
saña
("tan escandalosamente mala que es un milagro que llegara a rodarse"), aunque la taquilla internacional le salvó una vez más los muebles al director con casi
320 millones de dólares que, de todas formas, fueron una cifra de lo más decepcionante para un filme con pretensiones de franquicia.
After Earth se estrena el 28 de junio.