La vaca sagrada Alain Resnais lucha para conquistar el disputadísimo
trono del Rey del Sueño. En Noruega está la salvación al aburrimiento y
a la falta de sueño y de visión. Por VÍCTOR ESQUIROL
¿Cómo hemos empezado la jornada? Ciegos.
No porque los ojos se resistieran a abrirse después de haber dormido
apenas tres horas durante la noche anterior, sino porque
Lou Ye, sin pedirnos permiso, nos los ha cerrado. Su nuevo trabajo,
Blind Massage
(“Masaje ciego”) nos rodea, a lo largo de dos casi interminables horas,
de una comunidad china formada por invidentes. El interés, a priori,
está en ver (perdón) cómo se desarrolla su día a día, pero sobre todo,
en cómo el cine, por definición el arte de la imagen en movimiento, se
las ingenia para vivir sin aquello que precisamente lo define. El autor
de
Love and Bruises pone su
impresionante (pero descontrolado) estilo visual / narrativo al servicio de una película que, desgraciadamente, viene a confirmar que
en el este asiático, los estándares dramáticos están muy por encima de los del resto del mundo.
Prohibido hablar y andarse con sutilezas. Todo son gritos, berridos,
alaridos. Las miserias humanas, del mismo modo, se magnifican, con
máxima brusquedad,
hasta lo irritante. Casi hasta lo insufrible. Al final, las orejas, totalmente ver nada... créanme.
¿Cómo nos hemos recuperado de la ceguera? Viajando a Noruega, donde aguardaba, conservada en el frío del círculo polar, la que ya puede definirse como
una de las grandes sorpresas de la 64ª edición de la Berlinale.
In Order of Disappearance (es decir, “Por orden de desaparición”) es tan genial como su título. El noruego
Hans Petter Moland
hace que nuestros ojos tengan que protegerse de nuevo, pues ahora mismo
se ven atacados por el cruel reflejo de una nieve. Su blanco intenso
ligeramente enrojecido se convierte en espuma de afeitar en la barba de
Stellan Skarsgård, y ésta en una montaña de cocaína sobre la que se pelean
Bruno Ganz y
Pål Sverre Hagen.
El noir nórdico se rebela contra sus esquemas habituales (de hecho, también le lleva la contraria, por
pura diversión gamberra,
a los postulados intocables del género, ya a nivel planetario) para
plantarnos en el centro de una espiral de violencia tipo western en la
que nadie (ni católico, ni judío, ni ortodoxo) está a salvo. El ritmo de
la acción lo marcan los rótulos lapidarios (nunca mejor dicho) y el
protagonista absoluto es el
último grito en ese humor gélido tan reconocible. En cada contra-plano aguarda una sorpresa
desternillantemente letal. La solemnidad y los rostros impasibles mutan y se convierten en la máxima expresión de la
comicidad ofensiva
(“En este mundo, o te mueres frío y tienes Estado del Bienestar, como
en Noruega, o disfrutas del calor y te conformas comiendo plátanos como
en España”),
marciana y por supuesto (y por aquello de llevarle la contraria a la maldita nieve),
negrísima.
¿Dónde ha habido más ciegos? En la primera proyección de la tarde, que ahora sí que sí, ha recuperado el título de
"Sesión del Diablo". Con
Aimer, boire et chanter (AKA “Amar, beber y cantar”... ¿cuántas docenas de películas habremos visto ya con este título?) la vaca sagrada
Alain Resnais
ha conseguido que una jornada más se haya batido el récord de bajas por
KO narcoléptico instantáneo. Fulminante. Lo de hoy ha sido directamente
una
sinfonía de ronquidos. Y quien diga que no ha
participado en ella, lo más seguro es que mienta. Ya saben, no hay peor
ciego que el que no puede parar de dormir. Espasmos del subconsciente
aparte, Monsieur Resnais sigue a lo suyo. El
artificio se convierte en el medio (casi en la escusa) para
que teatro y cine vayan una vez más de la mano. La campiña inglesa, por obra y gracia de esta adaptación de la obra del
Alan Ayckbourn,
se muestra más afrancesada que nunca... y Dios salve a “la Reine”. Tres
parejas pivotan sus problemas conyugales alrededor de un ente
“godotesco” de lo más mujeriego. Les dan vida seis actores convertidos,
como exigía la ocasión, en guiñolescos
egos. El
“MOI!” se convierte en el grito de guerra. Quien lo emite con más fuerza es, por supuesto, Resnais... y como con Lou Ye,
lo enervante toma el control de la situación. Entre la
cutrez intelectualoide de este auteur y nuestras
“Escenas de matrimonio”
la diferencia es, créanme, mucho menor de lo que marca el pedigrí. Y
aun así, el teatrillo consigue arrancar alguna sonrisa, consigue hacerse
simpático en las ganas de matar (y de roncar) que provoca. El
pedigrí, también.
¿Cómo hemos acabado de perder la visión? Zambulléndonos en Panorama, donde nos esperaba la repescada de Sundance
Blind. La jornada capicúa se ha concretado con este sorprendente debut firmado por
Eskil Vogt,
en el que una mujer tendrá que aprender a convivir con su recién
adquirida ceguera. Ni rastro de aquella Audrey Hepburn ‘Sola en la
oscuridad’, pues de lo que se habla aquí no es de la pérdida de la
visión, sino del
encierro (en nuestra propia imaginación, se entiende), y sobre la fascinante (pero peligrosa) capacidad tan nuestra para
“montarnos películas”.
Un guión, un montaje y un juego de (des)enfoques cercanos a lo
magistral son los encargados de arrojar luz (qué cosas) sobre los
mecanismos que nos permiten cambiar el mundo que nos rodea, sin saber
que, en el proceso, nos cambiamos a nosotros mismos. Pum.
Vogt
lo tiene todo en la cabeza, y consigue, de manera hábil e híper-amena,
que nosotros pongamos imágenes a esta inteligentísima locura.
¿Qué hemos aprendido hoy? Por si a alguien le importa, y ya veo que no,
Mongolia ha sido el país que, por segunda vez consecutiva, más ha crecido (económicamente hablando) en un año (
y qué ciegos hemos estado todo este tiempo).
Cosas que se aprenden en la Berlinale, festival patrocinado, como quien
no quiere la cosa, por Mongolia Airways, compañía que por lo visto,
aparte de convertirse en el principal escaparate de su país, también
está subiendo como la espuma.
¿Cuándo hemos estado a punto de coger el gran ciego?
Celebrando el pase por el ecuador de esta 64ª Berlinale en un pub
australiano al lado del -somnoliento- CinemaxX, a base de cerveza de
importación. Ya lo ven, Australia, Alemania, Dinamarca y Holanda
compartiendo espacio en la misma jarra.
Somos así de *burp* cosmopolitas.
Osómetro: A
Alain Resnais, por
aquello de los decretos cinéfilos, nunca hay que descartarle de la pugna
por los grandes premios, aunque la ratio ojos cerrados por hilera de
butacas no juegue mucho en su favor. Lo de
Hans Petter Moland
es el mismo proceso pero a la inversa. A priori su película está
condenada por llevar la etiqueta de cine de género, pero sería muy
injusto ningunear la cinta que, de momento, más ha conectado con la
audiencia del Palast.
Via:Cinemania