La vaca sagrada Alain Resnais lucha para conquistar el disputadísimo trono del Rey del Sueño. En Noruega está la salvación al aburrimiento y a la falta de sueño y de visión. Por VÍCTOR ESQUIROL
¿Cómo nos hemos recuperado de la ceguera? Viajando a Noruega, donde aguardaba, conservada en el frío del círculo polar, la que ya puede definirse como una de las grandes sorpresas de la 64ª edición de la Berlinale. In Order of Disappearance (es decir, “Por orden de desaparición”) es tan genial como su título. El noruego Hans Petter Moland hace que nuestros ojos tengan que protegerse de nuevo, pues ahora mismo se ven atacados por el cruel reflejo de una nieve. Su blanco intenso ligeramente enrojecido se convierte en espuma de afeitar en la barba de Stellan Skarsgård, y ésta en una montaña de cocaína sobre la que se pelean Bruno Ganz y Pål Sverre Hagen. El noir nórdico se rebela contra sus esquemas habituales (de hecho, también le lleva la contraria, por pura diversión gamberra, a los postulados intocables del género, ya a nivel planetario) para plantarnos en el centro de una espiral de violencia tipo western en la que nadie (ni católico, ni judío, ni ortodoxo) está a salvo. El ritmo de la acción lo marcan los rótulos lapidarios (nunca mejor dicho) y el protagonista absoluto es el último grito en ese humor gélido tan reconocible. En cada contra-plano aguarda una sorpresa desternillantemente letal. La solemnidad y los rostros impasibles mutan y se convierten en la máxima expresión de la comicidad ofensiva (“En este mundo, o te mueres frío y tienes Estado del Bienestar, como en Noruega, o disfrutas del calor y te conformas comiendo plátanos como en España”), marciana y por supuesto (y por aquello de llevarle la contraria a la maldita nieve), negrísima.
¿Dónde ha habido más ciegos? En la primera proyección de la tarde, que ahora sí que sí, ha recuperado el título de "Sesión del Diablo". Con Aimer, boire et chanter (AKA “Amar, beber y cantar”... ¿cuántas docenas de películas habremos visto ya con este título?) la vaca sagrada Alain Resnais ha conseguido que una jornada más se haya batido el récord de bajas por KO narcoléptico instantáneo. Fulminante. Lo de hoy ha sido directamente una sinfonía de ronquidos. Y quien diga que no ha participado en ella, lo más seguro es que mienta. Ya saben, no hay peor ciego que el que no puede parar de dormir. Espasmos del subconsciente aparte, Monsieur Resnais sigue a lo suyo. El artificio se convierte en el medio (casi en la escusa) para que teatro y cine vayan una vez más de la mano. La campiña inglesa, por obra y gracia de esta adaptación de la obra del Alan Ayckbourn, se muestra más afrancesada que nunca... y Dios salve a “la Reine”. Tres parejas pivotan sus problemas conyugales alrededor de un ente “godotesco” de lo más mujeriego. Les dan vida seis actores convertidos, como exigía la ocasión, en guiñolescos egos. El “MOI!” se convierte en el grito de guerra. Quien lo emite con más fuerza es, por supuesto, Resnais... y como con Lou Ye, lo enervante toma el control de la situación. Entre la cutrez intelectualoide de este auteur y nuestras “Escenas de matrimonio” la diferencia es, créanme, mucho menor de lo que marca el pedigrí. Y aun así, el teatrillo consigue arrancar alguna sonrisa, consigue hacerse simpático en las ganas de matar (y de roncar) que provoca. El pedigrí, también.
¿Cómo hemos acabado de perder la visión? Zambulléndonos en Panorama, donde nos esperaba la repescada de Sundance Blind. La jornada capicúa se ha concretado con este sorprendente debut firmado por Eskil Vogt, en el que una mujer tendrá que aprender a convivir con su recién adquirida ceguera. Ni rastro de aquella Audrey Hepburn ‘Sola en la oscuridad’, pues de lo que se habla aquí no es de la pérdida de la visión, sino del encierro (en nuestra propia imaginación, se entiende), y sobre la fascinante (pero peligrosa) capacidad tan nuestra para “montarnos películas”. Un guión, un montaje y un juego de (des)enfoques cercanos a lo magistral son los encargados de arrojar luz (qué cosas) sobre los mecanismos que nos permiten cambiar el mundo que nos rodea, sin saber que, en el proceso, nos cambiamos a nosotros mismos. Pum. Vogt lo tiene todo en la cabeza, y consigue, de manera hábil e híper-amena, que nosotros pongamos imágenes a esta inteligentísima locura.
¿Qué hemos aprendido hoy? Por si a alguien le importa, y ya veo que no, Mongolia ha sido el país que, por segunda vez consecutiva, más ha crecido (económicamente hablando) en un año (y qué ciegos hemos estado todo este tiempo). Cosas que se aprenden en la Berlinale, festival patrocinado, como quien no quiere la cosa, por Mongolia Airways, compañía que por lo visto, aparte de convertirse en el principal escaparate de su país, también está subiendo como la espuma.
¿Cuándo hemos estado a punto de coger el gran ciego? Celebrando el pase por el ecuador de esta 64ª Berlinale en un pub australiano al lado del -somnoliento- CinemaxX, a base de cerveza de importación. Ya lo ven, Australia, Alemania, Dinamarca y Holanda compartiendo espacio en la misma jarra. Somos así de *burp* cosmopolitas.
Osómetro: A Alain Resnais, por aquello de los decretos cinéfilos, nunca hay que descartarle de la pugna por los grandes premios, aunque la ratio ojos cerrados por hilera de butacas no juegue mucho en su favor. Lo de Hans Petter Moland es el mismo proceso pero a la inversa. A priori su película está condenada por llevar la etiqueta de cine de género, pero sería muy injusto ningunear la cinta que, de momento, más ha conectado con la audiencia del Palast.
Via:Cinemania
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