El
Festival de Cannes 2011 ha llegado a su fin. En breve se dará a conocer el palmarés de la sección oficial (los premios de “Un certain rergard” se hicieron públicos
anoche) y sabremos por fin qué título se lleva la
Palma de Oro, el premio más importante del planeta (excepto en Estados Unidos, donde tiene más valor el
MTV al mejor beso, una estrella en el paseo de la fama, un Globo de Oro o incluso el Oscar). Las dos últimas películas de competición que se presentaron fueron
‘Once Upon a Time in Anatolia’, que comento en este artículo, y
‘La Source des Femmes’, que desgraciadamente no pude ver. Lo cierto es que tuve que abandonar Cannes a causa de unas declaraciones que se malinterpretaron y se sacaron de contexto, pues jamás quise decir que en el certamen importaban más las estrellas de Hollywood que el buen cine, o que muchos críticos se duermen durante las proyecciones o se marchan antes de tiempo pero aun así hablan de todas las películas. Es broma. Bueno, en parte. Vale,
soy nazi...
‘This Must Be The Place’, endeble aventura emocional
“Hay muchas formas de morir. Y la peor es seguir viviendo.”
Tres años después de lograr el premio del jurado por ‘Il divo’, el italiano Paolo Sorrentino regresó a la Croisette para presentar un nuevo trabajo, el primero que rueda en inglés y su cuarto intento por lograr la Palma de Oro. Sin duda la imagen de la película es ese Sean Penn disfrazado del líder de The Cure, Robert Smith, en quien está basado el protagonista de ‘This Must Be The Place’. Cuenta Sorrentino que la idea se originó cuando vio un concierto del grupo y le sorprendió que Smith a sus cincuenta años siguiese saliendo al escenario con el mismo aspecto que cuando tenía veinte. Así llegó a crear a Cheyenne, una ex estrella de rock que cada mañana se maquilla y se viste como si fuese a dar un concierto, si bien hace tiempo que abandonó el mundo de la música, permitiéndose vivir de los derechos de autor en su tranquila mansión. Cheyenne deambula por Dublin como un muerto viviente, apático, aburrido, deprimido, huyendo de los pocos que aún recuerdan su nombre, cómodo con la compañía de su esposa (Frances McDormand), que es todo alegría y vitalidad, y una joven gótica con problemas familiares que es su mayor fan (Eve Hewson).
Cheyenne (divertidísima y sólida composición de Penn) tiene sus razones para encerrarse de esa manera, para ser un niño cincuentón disfrazado, triste y solitario, pero el guion de Sorrentino y Umberto Contarello se toma su tiempo en compartirlas con el espectador, a veces tanto que cuando las ofrece ya resultan obvias o perdieron el interés. Es una decisión arriesgada que funciona al principio, cuando todavía estás intentando descubrir de qué va todo, quién es ese tipo y qué le hizo así, pero en general me parece que no se ha sabido administrar adecuadamente la información, además de que se cae en el gran error de recurrir a los diálogos explicativos, en lugar de potenciar las soluciones visuales, o directamente no recurrir a aclaraciones que justifiquen el comportamiento de Cheyenne, dejando pistas para que sea el público quien desentrañe el misterio. La excusa para sacar al protagonista de su mundo y lanzarlo al de los demás es la muerte de su padre, con el que por supuesto se llevaba mal. Cheyenne descubre que su padre estaba obsesionado con la persecución de un oficial nazi que al parecer lo había avergonzado cuando era joven, y decide continuar la misión, pese a que lo más probable es que su objetivo ya haya fallecido por causas naturales.
Este viaje a través de Estados Unidos (inspirado en cierta manera por ‘Una historia verdadera’ de David Lynch) permite a Sorrentino aumentar el número de personajes y situaciones peculiares (un indio que se sienta en el coche de Cheyenne sin decir una palabra), mientras conduce a su lánguido héroe al cumplimiento de una venganza que le acerque a su padre, haciéndole comprender por el camino los errores que cometió y que aún puede corregir. El desenlace es previsible para cualquiera. ‘This Must Be The Place’ (como la popular canción de Talking Heads, además David Byrne está implicado en la música y aparece brevemente haciendo de sí mismo) se centra demasiado en la observación y el subrayado de lo extraño, lo excéntrico, así como en ofrecer una serie de postales sobre lugares típicos del cine norteamericano, quizá para formar la idea que Cheyenne (convertido en un turista) tiene de aquel país, tras salir de su burbuja. Son casi dos horas de relato amable, condescendiente, forzadamente raro, contagiado de la indolencia y el vacío de su protagonista.
‘Once Upon a Time in Anatolia’, el paraíso abandonado
“Todo pasa por una razón, fin de la historia. Lo que ha ocurrido debe tener un significado…”
Dejar para el final del festival lo nuevo del turco Nuri Bilge Ceylan (gran premio del jurado por ‘Lejano’ y mejor dirección por ‘Tres monos’), con una duración de 157 minutos, parecía una broma sin gracia por parte de los organizadores, una última prueba de resistencia para los más valientes. Pero el cansancio y la desgana dejan paso al asombro y el vivo interés, y uno se sumerge con facilidad en la bella, auténtica y enigmática ‘Once Upon a Time in Anatolia’, una de las películas más inspiradas de Cannes 2011, pudiendo proporcionar a su realizador su primera Palma de Oro (curiosamente, también es la cuarta ocasión en la que Ceylan compite por este galardón). Coescrita por Ceylan junto a su esposa Ebru Ceylan y Ercan Kesal, la película sigue a un grupo de personajes que buscan un cadáver enterrado; la vida de una pequeña localidad turca se ha visto sacudida por un terrible y misterioso crimen, que la policía intenta resolver. Lejos de lo que pueda parecer, no se trata de ningún thriller, y la trama no gira en torno a una investigación convencional sobre un asesinato. A lo largo de una hora, todo se centra en los intentos por hallar el lugar exacto donde uno de los acusados dice haber ocultado algo (pronto se hace evidente que se trata de un cadáver, si bien nadie lo dice), siendo la cámara un testigo silencioso, casi inmóvil, de rutinas, gestos y detalles corrientes, aparentemente irrelevantes, todo lo contrario a lo que suelen ser los casos del cine norteamericano, repletos de acción, intriga y giros sorprendentes.
En la película de Ceylan lo que importa es conocer poco a poco a todos los personajes, a través de lo que hacen, lo que dicen y lo que callan, y de esa manera tener una visión única y profunda del relato, llegando a entender lo que ha ocurrido de una manera que ninguno de los protagonistas llegará a apreciar jamás, pues cada tiene su propio punto de vista, sus opiniones, sus intereses, sus secretos, sus deseos, sus creencias. Es un retrato de personajes extraordinario. Con el (lento, natural) transcurrir de los acontecimientos, a veces tan nimios como un coche deteniéndose para que uno de los protagonistas pueda orinar (lo que desemboca en una charla sobre el posible motivo de tantas paradas) o el supuesto parecido de uno de ellos con Clark Gable (tronchante escena), llegamos a descubrir que Ceylan nos habla de las engañosas apariencias (nadie parece entender el crimen pero no importa mientras se resuelva de acuerdo al reglamento) y dos formas opuestas de entender la vida; la del escéptico que siempre busca una explicación racional a todo lo que sucede, y el que cree que hay algo más en este mundo, que estamos rodeados por hechos inexplicables, mágicos, extraordinarios. El segundo duerme más tranquilo.
Mientras el acusado intenta aclarar sus recuerdos, o despistar a la policía, y los demás se desesperan por la tardanza y la incertidumbre, se nos muestra un paisaje (fotografiado de manera hermosa por Gökhan Tiryaki pese a que casi siempre se trata de largas carreteras y colinas desiertas) que al caer la noche parece convertirse en un lugar de fantasía, romántico, salvaje, maravilloso, con luces extrañas y seres sobrenaturales; da la sensación de que los hombres abandonan su mundo en la búsqueda del cadáver, y que vuelven a la normalidad durante el día, donde se revela la verdad, triste, lógica y anodina. Cuesta seguir con atención todos los detalles de los comportamientos y las conversaciones, siendo fácil el abandono (no pasa nada, me aburro), y definitivamente se podría recortar bastante metraje, pero la experiencia está construida con mucho ingenio y resulta de lo más estimulante, obligándole a uno a esforzarse por desentrañar lo que está viendo, más allá de lo superficial.
Las mejores películas de Cannes 2011 y mi apuesta para la Palma de Oro
Aunque aún me faltan algunos títulos por comentar (el remake de ‘Hara-Kiri’ o ‘Martha Marcy May Marlene’), quiero dejar mi lista de títulos favoritos antes de que se haga público el título de la ganadora de la Palma de Oro. De las 18 películas de la sección oficial que pude ver (me perdí dos, ‘Pater’ y ‘La source des femmes’), las que más me gustaron fueron ‘The Tree of Life’ (Terrence Malick), ‘The Artist’ (Michael Hazanavicius), ‘Melancholia’ (Lars von Trier), ‘Drive’ (Nicolas Winding Refn), ‘Le Havre’ (Aki Kaurismäki), ‘La piel que habito’ (Pedro Almodóvar) Y ‘Once Upon a Time in Anatolia’ (Nuri Bilge Ceylan). No necesariamente por este orden, aunque si tuviera que reducir la lista, me quedaría con las cinco primeras. También me entusiasmó ‘Midnight in Paris’ (Woody Allen), presentada fuera de concurso para inaugurar e ir animando el certamen. No me apetece recordar las peores películas que he visto en Cannes, pero quiero destacar que me dejó una sensación de total pérdida de tiempo el visionado de ‘Piratas del Caribe: En mareas misteriosas’ (Rob Marshall), también fuera de concurso. Posiblemente, fue lo más vacío y mediocre que vi en el festival.
Y termino este artículo con mi apuesta para la Palma de Oro. “Puede ganar cualquiera”, era la frase más repetida en los pasillos del Palais des Festivals, cada vez que alguien intentaba buscar un favorito para el palmarés de esta 64ª edición. Aun así, se habla mucho de ‘The Tree of Life’, ‘The Artist’, ‘Le Havre’, ‘La piel que habito’ y ‘El niño de la bicicleta’ (de los hermanos Dardenne). Si de verdad la cosa está entre estas cinco, la que veo con más opciones es la primera. Pero si al jurado (cuyo presidente es, recordemos, Robert de Niro) le da por buscar la sorpresa y destacar un título del que se ha hablado menos, apostaría por ‘Michael’ de Markus Schleinzer, un trabajo muy serio y crudo. Pronto saldremos de dudas.
Vía:blog de cine
Texto:Juan Luis Caviaro