No es sólo el felino más 'cool' de la historia. También es la
demostración de todo lo lejos que se puede llegar en el cine con un
simple cameo.
En 1963 no corrían buenos tiempos para la animación. Los cortos que
se proyectaban antes de cada película resultaban caros para los
estudios, que decidieron suprimir a sus equipos. Eso llevó a la calle a
gente de la categoría de Isadore Freleng (1906-1995), Friz para los amigos. Friz lo había sido todo en la animación: había trabajado con el tío Walt Disney, por supuesto, pero también con los Looney Tunes, creando a los inmortales Porky, Silvestre y Piolín. Nada de eso impidió que Warner cerrara las puertas del mítico estudio Termite Terrace. Freleng se asoció con otro despedido de Warner, David DePatie, y juntos sobrevivían haciendo animaciones por encargo para la publicidad: que si un periquito al que le gustaba la filosa (Charlie, para Gillette), que si un tiburón hambriento de atún (Sharkie)… Era un retiro, nada dorado, para el hombre que, con 266 cartoons, había sido el más productivo de la época dorada del medio.
Así estaban las cosas cuando su socio, DePatie, recibió una llamada. Al otro lado del teléfono se encontraba Blake Edwards. Tenía una nueva película tras Días de vino y rosas (1962) y solicitaba su ayuda. No, esta vez no se trataría de un drama, sino de una comedia que pretendía recuperar el slapstick,
el chiste físico y corporal de la era del cine mudo. Edwards quería un
dibujo para simbolizar el diamante sobre el que giraba el argumento del
filme. DePatie y Freleng se pusieron manos a la obra con un único
mandato: debía ser una pantera. “Llegamos a casa de Edwards y le
pusimos 100 diseños sobre la mesa. No lo dudó, eligió unode Hawley
Pratt, con la pantera fumando un cigarrillo con boquilla, y con un
monóculo, a la manera de una Mata Hari moderna”. Esa primera
imagen en pantalla ya era irresistible: cada vez que estampaba su figura
en cartas y sobres para el equipo de producción, todos la adoraban.
Edwards levantó de nuevo el aparato: quería que Freleng hiciera los
títulos de crédito del filme. No dejaba de ser un encargo, pero uno de
mucha enjundia. El felino tenía que andar, tenía que moverse y todo ello
manteniendo el encanto de su primer retrato.
FRED ASTAIRE BAILA A HENRY MANCINI
La Pantera era muda, claro, por su función de conductora de los títulos de crédito; como no podía hacerse escuchar, mostraría “una vena egoísta verdaderamente acentuada”, en palabras de Freleng. La Pantera tenía ese bamboleo juguetón mientras silbaba el nombre de Claudia Cardinale o pintaba su nombre sobre el del resto del equipo técnico. Era grácil, era cool. Según recordaba Freleng por el 25 aniversario del minino: “Es el Fred Astaire de los dibujos animados. Aunque no baile, tiene mucha gracia moviéndose”. También es cierto que una buena banda sonora ayuda a menear la colita.
Henry Mancini llevaba trabajando con el director Blake Edwards desde sus comienzos. Según cuenta en sus memorias:
“Tuve la suerte de encontrarme con él a la salida de la barbería. Poco
después el estudio despidió a todos los músicos. No sé por qué me llamó.
Tal vez le di pena porque tenía pinta de estar hambriento”.
Edwards, sin embargo, retuvo el nombre de aquel muchacho al que le
chiflaba el jazz. A él recurrió cuando tuvo que dirigir una serie de
televisión (Peter Gunn) y a él volvió cuando tuvo que poner música a Desayuno con diamantes y a la posterior Días de vino y rosas. Por los temas principales de ambas películas, con especial atención a la mítica Moon River, Mancini obtuvo el Oscar. Eran canciones de una melancolía insuperable, aliñadas con las letras de Johnny Mercer. Para La pantera rosa,
sin embargo, Mancini decidió dar rienda suelta a su pasión por el jazz.
Volvió a componer sin letra, con un pegadizo ritmo punteado por el
saxofón de una leyenda de Nueva Orleans, Plas Johnson. “Tenía el
sonido en mi cabeza antes que la melodía. Sabía que tenía que ser casi
como una respiración profunda, pero a la vez picante y lista para
atacar”, cuenta Mancini en sus memorias. Hoy, su composición para La pantera rosa es mucho más popular que Moon River. La química entre las imágenes y la música fue dinamita. DePatie recuerda que en las primeras proyecciones: “La gente se ponía a aplaudir en pie y a reírse durante los títulos de crédito. Nunca habíamos visto nada igual”.
DEL ROSA AL AMARILLO
Creado el personaje, fue David DePatie el encargado de explotarlo. Con la ayuda de los hermanos Mirisch, que habían producido La pantera rosa, se puso en contacto con la entonces pujante Universal para crear una serie de cartoons,
ese viejo negocio del que habían jubilado a él y a Fre- leng. Para su
sorpresa, Universal no sólo le dio luz verde… ¡le pidió 156 piezas! A la
hora de rodar la primera de ellas, The Pink Phink, Freleng
creó un hombrecito al que el felino hacía la vida imposible… con un
parecido nada casual a sí mismo. Salió tan bien que reparó una
injusticia histórica: tras hacer ganar cuatro Oscar a Warner, por fin
Freleng podía subir al escenario a recoger uno. Según DePatie: “Creo
que fue muy importante para él, de alguna manera se reconocía su
trabajo de toda una vida. Antes sólo podían hacerse la foto con la
estatuilla los productores”.
Tras The Pink Phink, necesitaban nuevos personajes: el Inspector, el Comisionado, Dodo, Hormiga, el Oso Hormiguero…
Mucho trabajo para el que DePatie y Freleng reunieron a todos los
antiguos compañeros que Warner había despedido. Era un puñado de
estrellas de la época dorada. Entre ellos destacaba John Dunn como guionista. Para DePatie, fue el máximo responsable de dotar al minino de su irresistible personalidad: “Él
fue la clave para que los gags de la Pantera fueran sofisticados en vez
de tontorrones. Para nosotros era fundamental que los cortos estuvieran
dirigidos al público adulto, no al infantil”.
El siguiente paso en la conquista rosa del universo fue la televisión: DePatie creó El show de la Pantera Rosa para la NBC en 1969. Como en la gran pantalla, los espectadores no podían apartar la vista de la tele cuando la Pantera llegaba en su coche diseñado por Jay Ohrberg.
A partir de ahí, la pasión de los niños hizo el resto: La Pantera Rosa
no solo se convirtió en un bollito icónico para la generación EGB,
también ha anunciando cereales estadounidenses, yogures brasileños,
chocolatinas italianas, sábanas, muñecos…
¿Cómo ha conseguido dominar el mundo? En 1989, cuando la Pantera cumplió 25 años, papá Freleng sentenciaba acerca de ella: “No
habla, hace reír con los gags que hicieron famosos a Charles Chaplin y
Buster Keaton en los años 20. ¿Quién dijo que el cine mudo había muerto?
La Pantera Rosa era eso, humor visual acompañado por una banda sonora
rítmica. Ninguna barrera de lenguaje la detiene”. La Pantera sólo habla un idioma: la diversión.
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