‘Merlín el encantador’ (‘The Sword in the Stone’, Wolfgang Reitherman, 1963) es, con permiso de dos o tres títulos posteriores de los estudios que ya revisaremos llegado el momento, de lo peor que la compañía ha puesto en pie a lo largo de sus ocho décadas de historia, una película carente de encanto, con un guión que más que contar algo parece acumular chistes sin sentido y anécdotas estiradas con la esperanza de llenar su hora y veinte de metraje y que, a la postre, palidece en la comparación con cualquiera de las producciones que la precedieron.
Detrás de la descalabro artístico que supone tan irregular producción encontramos, como ya pasaba en cierta manera con ’101 dálmatas’, la dejadez de un “tío Walt” muy ocupado en otros menesteres al que, además, nada convencían los nuevos modos de animación —con el uso de la fotocopiadora— que habían comenzado a usarse en el filme protagonizado por los canes moteados. Al margen de ésto, un breve análisis de los créditos del filme devuelve algunas conclusiones claras acerca de la poca atención que la compañía puso en este su décimo octavo “clásico” animado.
Una producción con muy pocos arrestos
Sorprende pues el descubrir que a diferencia de producciones anteriores, sólo uno fue el guionista encargado de pulir la historia basada en uno de los libros que, sobre el mito del Rey Arturo, había publicado Terence Hanbury White a finales de los años treinta: alocada y ecléctica visión sobre la vida del legendario rey de Inglaterra, las novelas de White contienen ya muchos de los elementos más estrambóticos que vemos en la cinta animada, sobre todo aquellos que conciernen a la descontextualización histórica de los comentarios que se ponen en boca de ese viejo barbudo que es el mago Merlín.
Desprovisto éste de todo misticismo y halo de misterio y definido como un vejete dicharachero que toma bajo su manto a un niño de doce años para educarlo, el Merlín de la cinta de Disney carece no obstante del potencial carisma de que podría habérsele dotado con el mínimo esfuerzo —el que sí ponía John Boorman en ‘Excalibur’ (id, 1981) pero sin sexo ni búsquedas de santos Griales de por medio, claro está—, un mal éste que aqueja por igual a ese “grillo” que es el Arturo niño, un personaje en el que es imposible adivinar la grandeza del legendario rey de los británicos.
Sumándose al insólito hecho de que fuera sólo un escritor el que firmara el guión, encontramos el más sorprendente aún de que únicamente fueron catorce las manos que intervinieron en la animación del filme: que sólo siete animadores fueran los responsables de dar vida a la Inglaterra medieval donde se desarrolla la acción habla mucho —y no precisamente bien— de la mediocre calidad de los fondos, del penoso acabado de algunas escenas y de la definición de unos personajes y situaciones que no son más que constantes refritos de ideas más que trilladas en el pasado de la casa de Mickey.
‘Merlín el encantador’, compendio de sinsabores
Así, no sorprende que con un hilo argumental tan escueto como el que sigue a Arturo y Merlín en las varias enseñanzas que el primero imparte al segundo sobre la vida para después pasar al momento en el que el futuro rey arranca Excalibur de la piedra, la cinta tenga que recurrir a escenas de relleno para prolongar su metraje. Un relleno que ya acusan esas prolongadas e interminables lecciones, en las que el mago va convirtiendo a Grillo —Verruga en la versión original— en diferentes animales y que también pone de relieve el paseo inicial desde la casa del hechicero al castillo.
Un paseo en el que los responsables del filme se dejan poseer por el espíritu de los Looney Tunes y nos dejan una de las secuencias más Tex Avery de cuántas se han podido ver en una producción de la casa, con ese lobo que, al modo de Wile E. Coyote, persigue a Arturo y Merlín con la esperanza de comerse al primero sólo para ser interrumpido en sus apetitos por los inesperados encontronazos con elementos de la naturaleza movidos de forma inconsciente por los personajes humanos.
Aún más inane que ésta desde el punto de vista argumental —otra cosa es el visual, que en ambas es frenético y muy divertido— es la secuencia “cumbre” del metraje, aquella que enfrenta a Merlin con la bruja Mim y en la que ambos se transforman en animales mil en un duelo que carece por completo de cualquier tipo de consecuencia, por minúscula que ésta pueda ser, para el desarrollo posterior de la historia.
En fin, que visto lo visto, considerar a ‘Merlín el encantador’ en las formas que hacíamos al comienzo de la entrada es, hasta cierto punto, quedarnos cortos. Pero tampoco pidamos peras al olmo, a fin de cuentas se trata de una cinta de dibujos animados que no pretende más que entretener a los peques —no hay aquí intención alguna de tratar de tú a tú a los adultos— y que si lo consigue es por mor de una insustancialidad que, de haber vivido en la década que se estrenó, seguro nos habría hecho añorar tiempos mejores del pasado de la compañía.
Via:blog de cine
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