Con la presentación de la versión extendida del primer volumen de ‘Nymphomaniac’, Lars von Trier sigue con la tónica de los últimos años: mordiendo en la alfombra roja... y no tanto en la sala de cine. El placer de la tortura recae en Brüggemann y Naishtat. Por VÍCTOR ESQUIROL
¿Cómo ha terminado? A primera vista, mal, pero en realidad muy bien. Explicaciones, por favor. La película Historia del miedo ha batido el récord negativo de Dominik Graf. Durante su proyección en el CinemaxX, el goteo de desertores ha sido continuo. El de víctimas rendidas a los brazos de Morfeo, también. La hemorragia, incontenible. Quizás ya vamos mereciéndonos un descanso... y quizás somos una panda de quejicas. Al grano. El filme de Benjamín Naishtat sigue con la (auto)flagelación (y sí, quizás nuestra espalda se esté quedando sin espacio para las heridas). Su nacionalidad es argentina, pero podría ser perfectamente helena. Hablamos, por supuesto, de la Grecia post-orgía financiera. Por sus venas corre ese sentido de la violencia que adquiere incontables caras. Todas igualmente aterradoras; todas envueltas en una impresionante y muy bien aprovechada fotografía fantasmagórica. El huevo de la serpiente sigue estando, tal vez, en aquellos hanekianos 71 fragmentos de una cronología al azar. No hay tregua, sólo un pánico en constante crescendo, tan extraño como familiar. Esto y una clase privilegiada, consumida por la paranoia en su buñuelesco encierro. De nuevo, vuelven a ver risas implícitas, y mucho espacio para la interpretación. De nuevo, gracias.
¿A quién hemos descubierto en la sombra? A Tsai Ming-liang haciendo lo que tarde o temprano tenía que suceder. Juntar el portento físico de Lee Kang-sheng y Denis Lavant, y convertirlos en dos máquinas perfectas (y en harmonía) de movimiento (ultra-lento) perpetuo. Journey to the West, presentada en el marco de Panorama especial, abre con un primerísimo primer plano de nueve minutos del actor francés. En este lapso de tiempo, apenas cuatro pestañeos, y la sensación de que vamos a poder agarrarle el corazón. Justo cuando empezábamos a recuperarnos del bombardeo de Gondry y Chomsky, nuestra percepción ha vuelto a quedar patas arriba. El tiempo y el espacio se estiran a más no poder. El proceso de deformación da como resultado una criatura inquietante que deambula por las calles de Marsella, convertida de repente en capital de un planeta de otra galaxia. No es una película, es una performance que parece dialogar con todo (y todos) lo(s) que esté(n) en su campo de visión. Es algo único (como casi siempre con Ming-liang) y por ello reivindicable, y es también, cómo no, otra sesión intensiva de flagelación colectiva. Absténganse los impacientes.
¿Quién ha dado la nota? ¿Quién va a ser? Lars von Trier. El danés ha llegado a Berlín para presentar en sociedad la versión extendida (aunque a efectos prácticos, “no-tan-extendida”) del primer volumen de su controvertida (de nuevo, no tanto...) Nymphomaniac. En la alfombra roja, una imagen para la posteridad, y muy en la línea del enfant terrible. Flashes aquí, flashes allá; una sonrisa pícara para ése, una mirada asesina para aquel... y americana fuera. ¿Qué camiseta escondía Lars? Una en la que podía verse la Palma de Oro, símbolo inconfundible del festival de cine de Cannes, con una inscripción, justo debajo, en letras doradas. “Persona Non Grata”, se podía leer. Lars y su habilidad para seguir haciendo amigos... en parte por esto le queremos tanto. En parte por esto nos ha dado tanta rabia el que se confirmara que no pondría un pie en la posterior rueda de prensa. Lo mismo que agitar el látigo y esconder la mano. Feo.
¿Quién ha intentado dar la nota? ¿Quién va a ser? La sombra hecha actor. El infame Shia LaBeouf, acosado (pobrecito...) por la absurdísima polémica de los plagios, ya ha asimilado la crueldad de privar al mundo de su talento artístico. Se retira de la vida pública, dice, pero antes vuelve a darle a lo suyo: a la copia más triste. Al comienzo de la rueda de prensa de Nymphomaniac, el ex (?) actorcillo se ha acercado a su micrófono con posado serio y ha soltado: “Cuando las gaviotas persiguen al pesquero, es porque piensan que las sardinas serán lanzadas al mar”. Acto seguido, se ha largado (adiós, pelma). Y si todavía no ha sonado la campana, googleen. A partir de ahí, se aceptan campañas de crowdfunding para que Eric Cantona (el último perjudicado) y Tom Hardy (por aquello de recordar viejos tiempos) rompan las piernas que tengan que romper. Saquen sus tarjetas de crédito.
¿Qué comerá el pobre Shia? A parte del polvo, nada. No porque le hayamos castigado, sino porque está deprimido. Del disgusto, se le ha quitado el hambre. Quizás para evitar tentaciones estomacales durante la gala de Nymphomaniac, ha decidido taparse el careto con una bolsa en la que había escrito: “Antes yo era famoso”. Como lo leen. En fin. Y mientras, Thierry Frémaux y el resto del equipo de Cannes, dándole fuerte al silicio y al látigo... la de comidilla a base de escándalos tontísimos que se está perdiendo este año LE Festival...
Osómetro: Dietrich Brüggemann y Benjamín Naishtat, los dos nuevos nombres presentados a concurso, ocupan su posición en la parrilla para la conquista del Oso de Oro. Sin excesivo ruido pero con fuertes argumentos para respaldar su candidatura. En el caso del argentino, directamente llegado de Cine en Construcción, no está de más la excelente recepción (y resultado final) que acabó cosechando Gloria. ¿Se acuerdan de donde venía Sebastián Lelio?
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