lunes, 16 de diciembre de 2013
Peter O'Toole (1932-2013)
Hay muchas preguntas que, me temo, Peter O’Toole va a dejar, de momento, sin responder. La primera es donde nació. En un vistazo por la red, parece que fue Irlanda, en Connemara, otras dan su lugar de crecimiento, West Riding of Yorkshire, como la válida. Falleció a la edad de 81 años y deja tras de sí una notable y larga filmografía y otra pregunta todavía más extraña: ¿cómo pudo ser nominado tantas veces a la categoría de mejor actuación por la Academia (¡ocho veces!) y no ganar ninguna? Para que luego digan.
Habrá quien recuerde su interpretación en ‘Lawrence de Arabia’ (Lawrence of Arabia, 1962) y bien está. Todo en aquella película magnífica de David Lean era gigantesco, hasta el tema central que para ella compuso Maurice Jarre. Es, quizás, la última gran superproducción de un Hollywood que se moría y que cuando, transformado en otra cosa, reapareció con fuerza, ya no sería el mismo, ni en la melodía.
Pero es que el legado de O’Toole es gigantesco y es que si a uno le cae un papel así de icónico, convirtiéndose con su rostro en parte de la Historia del Cine, muy difícil lo tiene como para sostener una carrera larga, de más de cuatro décadas, sin tener que apechugar con el sambenito del anecdotario o las preguntas recurrentes.
Lo consiguió O’Toole, aunque con la excepción de la poco vista ‘Venus’ (id, 2006), que le valió su octava nominación a la Academia (y su última derrota), fue un secundario de lujo en algunas superproducciones antes que un actor cómico tan versátil como antaño. También el cine había cambiado, se habían mudado las pieles de cierta libertad creativa y temática, y las cosas transcurrían de un modo más ordenado.
Así que voy a seleccionar, en su vasta filmografía, algunos de sus papeles inolvidables, aunque sea a modo de apresurado tributo, pues no otra cosa son las despedidas o necrológicas, líneas con las cuales decimos adiós a quienes han dejado demasiadas horas de buen hacer y buen trabajo. En su última etapa todos le recordaran, ya sea en ‘Juana de Arco’ (Joan of Arc, 1999), ya sea en la serie de ‘Los Tudor’ (2008), como inconfundible personaje secundario enfundado en traje de época, cumpliendo como obispo o Papa. No era un género raro para O’Toole, porque ya había protagonizado algunas de las memorables superproducciones británicas de finaels de los sesenta que lidiaban con episodios polémicos de la Historia, como la estupenda ‘El León en Invierno’ (The Lion in Winter, 1968).
Que O’Toole sobreviviera los sesenta es, si lo pensamos bien, un milagro. A mi siempre me ha hecho feliz que estuviera en ¿Qué tal Pussycat? (What’s new Pussycat, 1965) con un guión de un primerizo Woody Allen, pero nunca dio mejor el perfil de galán como en ‘Cómo robar un millón y…’ (How to steal a million, 1966) al lado de Audrey Hepburn. No es una gran película, pero qué importa: es una película encantadora y ante el encanto uno puede poco argumentar.
De O’Toole me gustaría que la gente recordara ‘La clase dirigente’ (The Ruling Class, 1972) de Peter Medak no porque estuvo nominado (¡cómo no!) sino porque se trata de una olvidada y muy dolorosa comedia negra británica, que además es mi revisión del Destripador favorita de la gran pantalla.
Menos conocida es la ochentera ‘Mi año favorito’ (My favourite year, 1982), una comedia nostálgica ambientada en los cincuenta en la que O’Toole se parodiaba algunos dicen que a sí mismo y otros dicen que al mismísimo Errol Flynn que inspiró la accidentada peripecia que allí se narra.
Y, por supuesto, Anton Ego. La voz del crítico. El monólogo final de ‘Ratatouille’ (id, 2007) fue hecho verbo y emoción por este distinguido hombre, quien además tuvo una larga y acreditada carrera en el teatro (fue un Hamlet para Sir Laurence Olivier, ojo).
O’Toole, en fin, dejó como última y gran memorable interpretación la de un crítico que aprendía a desdecirse, porque, a fin de cuentas, arte y vida no podían separarse. O’Toole deja un buen puñado de cine y mucha vida, incluso alguna que otra frase recordable, como aquella de “Entre ladrones puede haber honor, no entre políticos” que hoy, de manera inesperada, cobra una extraña (y divertida) vigencia.
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