Ni comedia amarga ni drama con sonrisa, hay motivos más que suficientes para que la película protagonizada por Bradley Cooper y Robert De Niro se vaya de vacío. Por MANUEL PIÑÓN
1. Diviértanse con la (dis)función
"¡Pero qué locos que están estos tíos!", y a continuación una carcajada. ¿Es esa la reacción que esperan los responsables de esta película? A juzgar por la falta de tacto y la superficialidad con la que tratan no sólo las enfermedades de sus protagonistas sino el entorno en el que se mueven, la respuesta es SÍ. David O. Russell, en su persecución caprichosa de lo que se le antoja como curiosidad modernilla, retrata a una "divertida" familia disfuncional americana en la que sus problemas son alegres excentricidades. A mí con estas cosas se me hiela la risa, qué le voy a hacer.
2. El amor no sustituye a la medicación
Lo reconozco, esta frase es genial pero no es mía. Pero es tan buena para describir la película que lo desearía. Más allá de que lo de combatir impulsos autodestructivos con el baile ya se le ocurrio a Whit Stillman con Damsels in Distress y su magnífico Sambola, que la pareja Cooper-Lawrence busque la felicidad con su particular Crazy Dancing es demencial. Mucho más el proponer que con amor, dieta equilibrada y ejercicio regular desaparezcan todos los males. El Colegio de Psiquiatras debería emitir un comunicado o algo.
3. Estrellas a la fuerza
En algún momento, desde la oficina de algún agente con algún estudio conchabado, Hollywood consiguió convencer al mundo de que Jennifer Lawrence y Bradley Cooper son estrellas indiscutibles. ¿Qué méritos han acumulado? ¿Qué interpretación incontestable les ha concedido ese estatus? Hasta cierto punto el éxito ha acompañado a Lawrence gracias a una película indie (Winter´s Bone) y a una franquicia de las baratillas (Los juegos del hambre), pero por esa regla de tres, ¿no debería estar a la misma altura, qué sé yo, la denostada Kristen Stewart? De Cooper, por su parte, lo mejor que se puede decir es que era el tercer tío más gracioso de Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!. ¿Cómo? ¿Que eran sólo tres? Pues eso.
4. ¿Quién ha invitado a este tío a los Oscar?
Otro caso alucinante de los que demuestra el poder de los lobbies en la carrera a los Oscar: David O. Russell. Es un director que lo mejor que ha hecho en su vida es rematar The Fighter, una película que había imaginado Mark Wahlberg y que Darren Aronofsky le había dejado medio hecha. Revisar su filmografía es comprobar que ha sido injustamente mimado y consentido por estudios a los que nunca ha devuelto la confianza depositada en él. Que este hombre esté nominado como mejor director y no lo estén Quentin Tarantino, Ben Affleck o Kathryn Bigelow es una memez tan grande como Extrañas coincidencias.
5. La redención de Bobby
"El papel que nos devuelve al mejor Robert de Niro", se apresuraron muchos medios norteamericanos a escribir. Con ganas de que sea cierto, uno espera algún giro sorprendente en una carrera que, salvo excepciones, va a la deriva, o al menos un regreso a la excelencia que abandonó a principios de la década de los 90. ¿Qué me encuentro? Pues una reedición de su papel de "padre de ella" –aquí, albricias, lo es de él– pero cambiando la placa de agente del FBI retirado por el almanaque de apuestas. Si le dan el Oscar al mejor actor secundario será otro despiste histórico de la Academia.
Via:Cinemania
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