lunes, 8 de octubre de 2012

[Crónica Sitges 2012] Ego-horror: cine de terror que sólo habla de sí mismo


Las películas que se toman al propio género como motivo de homenaje, chanza o reflexión dominaban el festival. Entonces, llegó Rob Zombie. Por DANIEL DE PARTEARROYO

[cronica sitges 2012] ego-horror cine de terror que solo habla de si mismo
El fenómeno de la sobredosis de referencialidad ni es nuevo ni afecta solo al género de terror, pero estos días se hace palpable en Sitges y en las reacciones de las plateas entregadas que la capacidad del cine para replegarse sobre sí mismo hace mucho que dejó de ser un ejercicio de nostalgia, homenaje o erudicción para convertirse directamente en un resorte crowd pleaser más. O, lo que aquí es decir lo mismo, golosina que dispara la explosión de aplausos entregados en Auditori, Prado o Retiro. Como es lógico, hay distintas formas de presentar tu guiño al aficionado, unas más elegantes y otras más obvias. En las últimas jornadas sitgeras hemos visto varios ejemplos de esta tendencia de ego-horror (negaremos cualquier relación con este neologismo).

Lo más inmediato es referirse a La cabaña del bosque, de Drew Goddard y con Joss Whedon co-escribiendo el guión. La película ha tenido una trayectoria accidentada desde su rodaje en 2009 y posterior sometimiento a diversas zozobras financieras (cambio de distribuidora incluido) hasta su estreno este año, justo antes de que la fama post-Vengadores de Whedon subiera como la espuma. Quienes estén familiarizados con el trabajo televisivo de Whedon y Goddard sabrán detectar de inmediato la semilla de la propuesta en cierto arco de Buffy, la cazavampiros, pero no es ése el background que se pide al espectador para disfrutar al completo de este juguete rubikiano sobre el género terrorífico. La cabaña del bosque es una película ideal para los fans del tipo de cine sobre el que se sustenta la mitología de Sitges, un homenaje de dos connoisseurs socarrones y un análisis sintáctico del lenguaje del susto cinematográfico (¡esa secuencia con la cabeza de lobo!) que no desperdicia la oportunidad para dejar un oportuno mensaje crítico sobre el estado de salud actual del género cuando se encuentra con imposiciones comerciales. Tiene todo lo que se le puede exigir para ser nombrada de forma oficial “la película del festival”, y el público así lo entendió.


Sin embargo, el nivel de deconstrucción de La cabaña del bosque nunca llega al punto de abstracción de otros grandes destripamientos de géneros vistos en anteriores ediciones del certamen. Me refiero a obras maestras del sampleado conceptual como The House of the Devil (Ti West, 2009) o Amer (Hélène Cattet & Bruno Forzani, 2009), en cuya línea habría que situar a Crawl, debut de Paul China y motivo de seguimiento inmediato del resto de su carrera. Pudo verse como colofón a uno de los maratones insomnes con los que el festival adereza sus noches y este cronista castiga sus ritmos circadianos. Quizás las 4 AM no fueran el mejor momento para afrontar la propuesta de China, una recreación estilizada de los mecanismos del suspense a la manera de Hitchcock y Carpenter centrándose en el hueso y desechando la suave dulzura de la pulpa; todo principio activo y nada de excipiente. Esto provocó abucheos e incomprensión entre una audiencia agotada, pero no se dejen engañar: con su minimalismo argumental y dilatación de tensiones, Crawl es la demostración más pura de cinefilia detrás de la cámara de lo que llevamos visto por aquí.

Igual de divididas han sido las reacciones ante The Lords of Salem, la última película de Rob Zombie, que esta misma mañana ha desatado su propia batalla entre abucheos y aplausos al final de su primera proyección en el Auditori. Es curioso cómo el músico convertido en cineasta ha ido evolucionando desde La casa de los 1000 cadávares en el manejo de la puesta en escena y las citas directas a sus fetiches. Como aquella, The Lords of Salem parte de un terreno conocido para devorarse a sí misma con imágenes de absoluta locura y ecos de Eyes Wide Shut y La novia del diablo. Pero acabemos con la dictadura de la cita. Lo importante es cómo Zombie demuestra cada vez mayor madurez autoral y un interés consciente por abandonar complicidades para rebuscar en una metafísica de horror cósmico y global con mucho estilo y facilidad para inquietar con imágenes poderosas y cabezas de becerro. Ni los efectismos de la mano productora de Oren Peli (Paranormal Activity) le restan grandeza.

Ya que mentamos a Kubrick, cerremos con Room 237, el reputado documental de Rodney Ascher sobre las distintas teorías locas que circulan acerca de El resplandor y los mensajes ocultos que supuestamente esconde detrás de sus imágenes (desde confesar que participó en la simulación de la llegada del Apolo XI a la Luna hasta referencias al Holocausto y la matanza de indios durante la conquista de EE UU). Unas más curiosas, divertidas o aburridas que otras, y, la mayoría, dementes, es una pena que Ascher no se haya planteado mayor implicación sobre lo que no dejan de ser declaraciones grabadas y enfrentadas a la película. Una oportunidad perdida para profundizar en técnicas audiovisuales de análisis fílmico, pues las imágenes de Kubrick no son despiezadas visualmente al mismo nivel que lo que los narradores proclaman. Ahora, que si como obra cinematográfica el valor de Room 237 es realmente escaso, su potencia como cristalización de la sobreinterpretación paranoica del cine es innegable. Lo cierto es que, con la tendencia que tenemos a enrocarnos dando vueltas sobre los mismos referentes (pecado que estos días vemos compartido por críticos, creadores y público sediento de identificación de esquemas e iconos), quizás sea el único ejercicio de interpretación de verdad interesante en el futuro próximo.

No hay comentarios: