1. Fría reina de hielo
¿Dónde está la emoción? Moneyball es más fría que un témpano. Redonda, inteligente y original, es como esas niñas que sacan dieces en el colegio y que te caen mal. Demasiado mental, calculada, pensada. No contiene escenas de alegría o celebración de las victorias deportivas, ni abrazos entre machotes ni una mísera subtrama romántica a la que aferrarse. Brad Pitt solventa las querencias de su personaje hacia los demás con movimientos sutiles, casi imperceptibles, como escuchar una mixtape de su hija, o perdirle al personaje de Jonah Hill que haga las maletas sin decirle en ningún momento que es la pera limonera . Ni una palmadita, ni un abrazo, ni la mínima carantoña.
2. Muy poco trabajo de campo
¿Agarrar bien el bate, mandar la pelota lejos y correr hasta la última base? ¡Ja! Igualita que el deporte que describe, Moneyball es más compleja de lo que a primera vista podría parecer. En béisbol es más sencillo hacer un home run que enterarse de las reglas del juego, sobre todo, si te pones a explicar el funcionamiento de las ligas americanas o por qué los equipos humildes no pueden competir con aquéllos de grandes presupuestos. Ya lo advertíamos en nuestra crítica, ni rastro de partidos. Ni siquiera hay pachangas. En Moneyball no se suda ni se levanta polvo del campo de juego. Lo más atlético que vas a ver es el lanzamiento de escupitajo en vaso. Es una película de despachos y de diálogos. Una película –no es casual que Aaron Sorkin firme el guión– de pensar y estar concentrado. Y para eso, podrían haber nominado El topo, ¿que no?
3. Porcentajes y estadísticas
Sesuda, cerebral y antirromántica, Moneyball ensalza las matemáticas por encima de la superación personal. ¿Hay algo menos deportivo que eso? Basándose en el bestseller de Michael Lewis The Art of Winning an Unfair Game, analiza la revolución en el mundo del béisbol que lideró Billy Beane al conseguir que el equipo del que era gerente general, los Oakland Athletics, plantase cara a otros de la liga con mayor presupuesto. Mucha gráfica y mucho porcentaje –enarbolados por el gordito crack de la estadística al que interpreta Jonah Hill–. ¿Cómo van a competir los números con Clooney poniéndole ojitos a su mujer en coma o con los zapatos de Dujardin?
4. Demasiada testosterona
No, no nos quejamos por las abundantes escenas de vestuario en las que descamisados y atléticos jugadores profesionales de béisbol enseñan pectoral. Simplemente anotamos que Moneyball es una película de maromos. ¿Cuántas mujeres salen en total? Dos: Robin Wright (la ex mujer de Brad Pitt) y Kerris Dorsey (su hija). Aunque a Brad se le caiga la baba con su niña y tome una decisión al final de la película más propia de una mami hogareña que del hombre rudo que es, la cuota femenina en pantalla es un escándalo. Podría ofender a todas aquellas feministas que no se dejen aturdir por los ajustaditos pantalones del uniforme oficial del equipo.
5. En chándal y a lo loco
Eso sí que no. ¿Era necesario plantarle ese chándal a Brad Pitt? ¿De verdad? ¿Y que escupiese en un vaso cada dos por tres? Parece que este año en Hollywood han apostado por afear a sus chicos favoritos. Pasamos las camisas hawaianas de Clooney en Los descendientes pero los chándals domingueros de Brad Pitt no tienen perdón. Vamos, que a su lado Jonah Hill parece listo para pasear por Cibeles. ¿Y el gremio de gerentes de equipos deportivos… no ha puesto queja?
6. Los flashbacks de Sorkin
Creíamos que Aaron Sorkin estaba por encima del bien y del mal. Y de los flashbacks. Al guionista de El ala oeste de la Casa Blanca y La red social le suponíamos un minimalismo y un saber estar clásico que ahora no termina de casarnos con el recurso del rebobinado. ¿O es que tal vez las escenas de la juventud de Billy Beane –en las que se nos explica el porqué de su desencanto– las firmó su coguionista, Steven Zaillian?
Via:cinemania
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