¿Cuánto tiempo tenemos? Porque si empiezo a hablar de Nietszche, podemos pasarnos aquí toda la noche.(Béla Tarr)
Hasta la sexta jornada no ha aparecido el primer serio candidato para lograr el Oso de Oro de la 61ª edición de la Berlinale. Se trata de ‘Nader and Simin, a Separation’ del iraní Asghar Farhadi, que hace dos años ya ganó el Oso de Plata por ‘A propósito de Elly’ (‘Darbareye Elly’). La verdad es que yo también se lo daría, a día de hoy es la mejor película que he visto de las que compiten. El segundo título que más ha dado que hablar hoy es ‘The Turin Horse’, el nuevo trabajo del húngaro Béla Tarr. Dos horas y media de auténtica depresión.
‘Nader and Simin, a Separation’, intenso thriller cotidiano
Nader y Simin se separan. Consiguieron visados para abandonar Irán, pero ahora él se niega a marcharse, porque su padre está enfermo de Alzheimer. Ella no lo entiende, su suegro no reconoce a nadie, los visados son difíciles de conseguir, y la hija adolescente de ambos, Termeh, tendrá un futuro mejor lejos del país (es su punto de vista, como mujer iraní). Pero la joven no desea esa separación, así que se queda con Simin, con la esperanza de que todo se arregle. Es interesante la manera de enfocar este conflicto, porque nos presentan a unos adultos egocéntricos que no piensan en el daño que están haciendo a su hija, pero al mismo tiempo, uno entiende las excusas y las motivaciones de cada uno, así como lo que siente la niña, a la que seguramente le conviene irse del país, pero ante todo lo que más desea es que su familia permanezca unida. Se asimila enseguida la dificultad de la situación de estos personajes que son tan auténticos, y por ese camino nos va ganando Farhadi.
Termeh (Sarina Farhadi) asiste cada vez con mayor tristeza al enfrentamiento de sus padres, pero todo esto quedará en segundo plano por un desgraciado incidente. Simin (Leila Hatami) se marcha con sus padres, por lo que Nader (Peyman Moadi) contrata a una mujer, Razieh (Sareh Bayat), para que cuide de su padre mientras él trabaja. Una mañana, Simin regresa pronto y descubre que Razieh ha salido, dejando a su padre atado a la cama, con la mala suerte de que el hombre ha querido levantarse y se ha caído, pareciendo muerto durante un instante; además, Termeh le dice a su padre que ha desaparecido dinero. Terriblemente disgustado, Simin encara a Razieh cuando ésta vuelve a la casa, la acusa de mentirosa, de ladrona, y de casi matar a su padre. Razieh intenta explicarlo, pero es imposible, Simin la empuja y la echa de allí. Este hecho tendrá inesperadas consecuencias y nada volverá a ser lo mismo.
‘Nader and Simin, a Separation’ (‘Jodaeiye Nader az Simin’, 2011) recuerda mucho al anterior trabajo de Farhadi, pero tiene un guion más elaborado, más complejo, y no tiene que recurrir tanto a vagas situaciones cotidianas, centrándose más en los conflictos y la gravedad de lo que está en juego. La cámara se introduce en la vida de los personajes de manera natural, pasando desapercibida, sin remarcar ni subrayar nada, simplemente mostrando lo que hay, lo que se cuece en un país que se mantiene difícilmente en equilibrio. En el fondo, no es muy diferente a lo que podría ocurrir en otros lugares, donde la religión aún sea muy importante para la sociedad. En Irán, el honor es crucial, las mentiras no son toleradas y la mujer se encuentra sujeta al hombre. No obstante, Farhadi nos presenta dos clases, una pobre y anclada en valores tradicionales, y otra más moderna y con más medios, más flexible con la ley y las creencias. Es ‘Nader and Simin, a Separation’ un relato muy emocionante, cargado de tensión y reflexión, que no debería asustar a ningún público, por los temas, la visión de otra cultura, los personajes y el ingenio de la puesta en escena de Farhadi.
‘The Turin Horse’, la muerte filmada
A las tres de la tarde tuvo lugar el pase de una de las obras más esperadas (y temidas) del festival, ‘The Turin Horse’ (‘A torinói ló’, 2011). Escrita por Béla Tarr y su habitual colaborador László Krasznahorkai, la película se presenta con una conocida anécdota de Friedrich Nietzsche que tuvo lugar en Turín, en enero de 1889, cuando vio a un hombre golpear repetidamente a un caballo, que no se movía; el filósofo alemán corrió hacia el animal y lo abrazó, llorando, antes de sufrir un colapso mental. Sobre un fondo negro, una voz nos dice que sabemos lo que ocurrió con Nietzsche, pero, ¿y el caballo? Tras un rótulo que indica “Primer día”, arranca la primera secuencia de la película, centrada en una robusta yegua que tira, con cierta dificultad, de un carromato en el que está sentado un hombre mayor, a través de un duro paisaje y un agresivo viento. Destaca desde el inicio la poderosa fotografía en un bellísimo blanco y negro de Fred Kelemen. Pero acaba de comenzar un suplicio de 150 minutos.
En pocas palabras, Tarr consigue que Ingmar Bergman parezca Michael Bay. Es asombroso. Veréis, el hombre llega a su casa, un solitario refugio de piedra y madera en medio de un desértico paisaje, constantemente castigado por el viento. Su hija le ayuda con el carro y el caballo, y entran. El hombre (János Derzsi) solo puede usar un brazo así que la joven (Erika Bók) tiene que desvestirle; mientras él se acuesta un momento, ella prepara unas patatas asadas. Comen una patata cada uno, y el hombre se sienta frente a la ventana. Fin del primer día. Media hora de metraje. Los cinco días siguientes serán similares. Como el caballo no quiere moverse, el protagonista debe quedarse en casa; la mujer va al pozo y lleva agua. Comen la patata. Duermen. Se levantan, el caballo sigue igual, el pozo, la patata. A excepción de dos breves visitas, prácticamente no sucede nada más en toda la película.
Todo se muere, lentamente. Tan lentamente que es desesperante. Se entiende sin problemas el objetivo de Béla Tarr, y se siente esa desesperanza que desea reflejar, cómo la vida se va extinguiendo poco a poco, y no hay manera de detener el proceso. Pero eso no justifica, de ninguna manera, esas tomas eternas sin apenas contenido. Hay escenas que terminan con la cámara enfocando una puerta. Y se queda ahí. Es absurdo el montaje, no cortar antes ese tipo de tomas. Tampoco tiene demasiado sentido que veamos a los protagonistas repetir las mismas acciones de coger agua o pelar la patata, cada día. Desde luego, importa los pequeños cambios, y que sintamos lo verdaderos que son estos personajes, pero como espectador es imposible sentir interés durante toda la escena cuando dura tanto y ya sabemos lo que va a pasar. Pero no, a este hombre, este auténtico genio del cine, no le gusta cortar sus obras, todo vale, ya que lo han filmado, que lo aguante el público, y que interprete lo que le dé la gana.
Rueda de prensa con Béla Tarr y el equipo de ‘The Turin Horse’
La vida termina si ya no quedan caballos.(Béla Tarr)
Lo más curioso de la rueda de prensa de ‘El caballo de Turín’ fue que la actriz Erika Bók no quiso decir ni una sola palabra. Le preguntaron, sus compañeros insistieron, Béla Tarr la animó varias veces, pero la chica no quiso hablar. La razón, dijeron, es que realmente no es una actriz, “es como la veis”. Le preguntaron al director por László Krasznahorkai, y comentó que se siente muy cómodo trabajando con él, porque ven el mundo de la misma manera: “Tenemos el mismo punto de vista, no discutimos, ponemos la cámara y trabajamos”. En cuanto a las interpretaciones que se le pueden dar al film, el húngaro fue tajante: “No queremos dar una solución, o decir qué hacer, simplemente mostramos, narramos, enseñamos cómo vemos el mundo, y todo eso pasará tarde o temprano. [...] El mundo muere, todos morimos, no estamos del todo felices porque en el fondo pensamos en lo que debemos hacer y lo que nos queda, nos sentamos en casa y observamos nuestra alma”. Una compatriota planteó a Tarr la posibilidad de ganar el Oso de Oro, a lo que éste respondió que le parecía absurdo competir; “¿Quién es mejor, Dostoyevski o Proust? Competir nos hace perder nuestra autenticidad”.
Alguien le preguntó si habíamos visto su última película, tal como se ha asegurado, pero el cineasta se negó a dar una respuesta concreta: “Con este film he llegado a un punto en el que cierro un círculo, y en este punto sé que terminaremos repitiéndonos… pero puede ser algo positivo”. A János Derzsi le pidieron que explicara cómo era trabajar para el cineasta húngaro; “Es fácil y difícil al mismo tiempo, nos dice lo que piensa, qué debemos hacer, ve allí, di eso, no me dice camina dos metros, y nada de la cámara”, respondió el protagonista masculino de ‘The Turin Horse’. Otro intérprete, Mihály Kormos, que solo interviene en una escena, continuó sobre la misma cuestión: “Tus ojos deben ser creíbles, debe parecer verdad lo que dices, la cámara te enfoca y debe ver verdad, está obsesionado con el corazón, lo que se hace debe ser algo profundo”. Por último, Tarr aceptó dar una clave de la película: “Nos levantamos cada mañana, nos miramos al espejo, algunos ni tienen espejo, o techo, pero todos empezamos cada día nuevo una y otra vez, existe una patológica insistencia en vivir, porque pensamos que algo va a pasar, que algo tiene que pasar”.
JL Caviaro, 16 de febrero de 2011, Berlín.
Vía:blog de cine
No hay comentarios:
Publicar un comentario