Por mucho que nos duela, hay que admitirlo: hacer cine cuesta dinero. Bien seas un director verité que usa una cámara digital y poco más, bien un aspirante a autor de blockbusters, realizar una película siempre tendrá un coste económico, ya se cifre éste en unos pocos miles de euros o en centenares de millones. Y, según nos enseña la historia, la falta de presupuesto es uno de los mayores terrores de todo cineasta. ¿Cómo evitar que el filme de tus sueños acabe costándote un embargo? Pues de muchas maneras, porque la tacañería cinematográfica no conoce límites. Desde los más esforzados currantes de la serie B hasta los titanes de Hollywood, son multitud los cineastas que han usado estas artimañas para ahorrarse unos billetes en producción. Toma buena nota de ellas, porque pueden servirte de mucho…
Pintar, pintar, pintar sin parar…
¿No tienes pasta gansa para construir ese decorado gigantesco que quieres incluir en tu película? No desesperes, porque tal vez sea tu momento para resucitar las transparencias, esas pinturas sobre cristal que cayeron en desuso con la llegada del CGI. Entre los más ilustres usuarios de esta técnica se hallan Steven Spielberg y George Lucas: el hombre de la gorra las empleó a destajo en las primeras aventuras de Indiana Jones (un bonito ejemplo: el inmenso almacén del final de En busca del Arca perdida), mientras que ‘tío George’ le sacó partido a lo largo y ancho de la primera trilogía de Star Wars. Sin ir más lejos, ¿recuerdas la llegada de Darth Vader a la Segunda Estrella de la Muerte en El retorno del Jedi? Pues en esa escena no sólo está pintada la mayor parte del hangar, sino que los soldados de asalto imperiales que aguardan al Lord del Sith también forman parte de la transparencia. Si quieres más información, consulta este estupendo vídeo.
Hinchando a los figurantes
Si sueñas con rodar una escena de masas al estilo de Cecil B. DeMille, es posible que el presupuesto te juegue una mala pasada: aunque sean el sector peor remunerado del negocio cinematográfico, los figurantes también cobran. ¿Cuál es la solución? Pues usar extras hinchables, un truco al que han recurrido Steven Soderbergh (Contagio, Ocean’s 13), Clint Eastwood (Banderas de nuestros padres), Sam Raimi (Spiderman 3) y otros cineastas igual de ilustres. Por el módico precio de 8 euros por unidad y día, empresas como Crowd in a Box te facilitarán auténticos ejércitos de estos maniquíes de goma, que quedan muy bien en los planos generales y además no se quejan por las horas de plantón ni necesitan pausas para el bocadillo. Y, si esto también te resulta demasiado caro, entonces recurre al arsenal de trucos del Hollywood clásico desempolvando a los figurantes de cartón: George Lucas -sí, otra vez él- usó estas siluetas recortadas para el apoteósico final de la primera Star Wars, y la escena le quedó muy bien…
Todo es cuestión de perspectiva
Devoto como era de la Virgen del Puño, Billy Wilder no se las veía muy felices ante la idea de construir una oficina inmensa para El apartamento. Más atacaos que el personaje de Jack Lemmon, el cineasta y su director de arte Alexander Trauner resolvieron la papeleta mediante un uso diabólico de la perspectiva forzada: mientras que los muebles que se ven en el primer término del plano son de tamaño real, éstos se van haciendo cada vez más y más pequeños conforme se apartan de la cámara. De hecho, las mesas más lejanas acabaron resultando tan diminutas que hubo que recurrir a figurantes enanos (según el cineasta) o a niños (según Trauner) para que la desproporción no se hiciera evidente. Y, por cosas de la óptica, el público ni se entera: maravilloso, ¿verdad? Mucho ojo, eso sí, porque este recurso no libró a Wilder de precisar un decorado de 2.300 metros cuadrados, ni de gastarse una pequeña fortuna alquilándole material burocrático a IBM.
Ese trozo de plástico puede salvarte la vida
Gracias a nuestros compañeros de Costreando, todos sabemos que los bazares chinos pueden ser minas de oro para los cinéfilos curiosos. Y para los cineastas, también: reciclar objetos aparentemente inanes (y baratos, sobre todo baratos) para convertirlos en enseres futuristas es una tradición en los departamentos de efectos especiales. Sin ir más lejos, y volviendo una vez más a Star Wars, el diseñador Roger Christian armó nuestro querido Halcón Milenario a base de chatarra recogida en un cementerio de aviones, creó el primer sable de luz partiendo de los restos de una linterna y armó el prototipo de R2-D2 partiendo de una papelera y la pantalla de una lámpara. Pero la reina de la especialidad fue la máscara de Michael Myers, el psicópata de La noche de Halloween: enfrentado a un presupuesto espartano y a su natural tacañería, John Carpenter compró una máscara del capitán Kirk (Star Trek) en una tienda de disfraces, la pintó de blanco… y voilá: ya disponía del atavío perfecto para el archienemigo de Jamie Lee Curtis.
No dejes que la tecnología te estropee un buen ordenador
Un as del bajo presupuesto como John Carpenter tenía que salir más de una vez en este reportaje. De hecho, su 1997: Rescate en Nueva York nos proporciona un ejemplo estupendo de picaresca aplicada a los efectos especiales. Para darle el adecuado toque distópico-futurista a las aventuras de ‘Serpiente’ Plissken (Kurt Russell), el director quería usar imágenes electrónicas tope de gama, pero generar éstas usando un auténtico ordenador habría salido carísimo en 1981. Así las cosas, un joven y talentoso diseñador de efectos especiales tuvo una idea genial: el muchacho tomó varias maquetas de edificios, cubrió sus contornos con pintura fluorescente y obtuvo así unos gráficos wireframe mucho más estilosos que los que hubiera proporcionado cualquier CPU de la época. El nombre del diseñador en cuestión, por cierto, era James Cameron…
¿Quieres edificios? Prepara la gomaespuma…
Levantar un edificio en condiciones es algo que se sale del presupuesto de cualquier película, incluso del de una superproducción de Hollywood. De ahí que la arquitectura de cine esté asociada desde siempre a la construcción de maquetas y al empleo de la perspectiva y la escala. Pero hay momentos en los que hasta ésto resulta demasiado oneroso, así que hay que echar mano de materiales menos nobles: si observas con detalle el derrumbe final del rascacielos de Los Cazafantasmas, podrás ver que algunos de los fragmentos del inmueble rebotan al chocar contra el suelo. Algo que no se debe a los poderes de Gozer el Gozeriano (ni a los de Bill Murray), sino a de que los bloques de marras están hechos con gomaespuma. Menos espectacular, pero también reseñable, es la artimaña de los Monty Python en Los caballeros de la Mesa Cuadrada. Como John Cleese y compañía no andaban sobrados de millones para el filme, usaron castillos de cartón recortado, que no hubieran resistido el asalto de los Caballeros que dicen ‘Ni’, pero quedaban muy bien en la lejanía.
Recicla, que algo queda
Lectores, hemos llegado a un clásico de la tacañería cinematográfica, consagrado tanto por innumerables producciones de serie B como por algún blockbuster que otro: reutilizar materiales de atrezo y, sobre todo, decorados. Incluso un manirroto como Cecil B. DeMille no se cortó un pelo a la hora de emplear los sets de Sinuhé el egipcio (1954) para su segunda versión de Los diez mandamientos (1956), mientras que algunos escenarios de Regreso al planeta de los simios habían acogido a Barbra Streisand antes que a Charlton Heston, puesto que venían del plató de Hello, Dolly! En el caso de El jovencito Frankenstein, Mel Brooks reutilizó los decorados de El doctor Frankenstein y La novia de Frankenstein, algo que le valió tanto para homenajear al director James Whale como para ahorrarse unos dólares. El campeón moderno de la especialidad podría ser Roland Emmerich, que armó los interiores de Independence Day a base de elementos tomados de otros filmes, desde Pánico nuclear hasta Marea roja.
Y, si todo lo demás falla… ¡roba!
Si lo tuyo es lo más low cost del low cost, si tu cuenta del banco está en números rojos y pagar el alquiler es algo que te quita el sueño… ¡Felicidades! Aún puedes hacer historia del cine, siempre que cuentes con agilidad, sentido de la oportunidad y, sobre todo, un morro de cemento armado. Sólo tienes que seguir el ejemplo del director George Miller y el diseñador de producción Jon Dowding, quienes rodaron Mad Max: Salvajes de la autopista (1979) con los proverbiales cuatro duros y un chicle. Sin dejarse amilanar por ello (puestos a pasar miedo, ya tenían a Mel Gibson en el plató), los dos artistas montaron los decorados del filme mediante una treta muy ingeniosa, y muy poco legal: a primera hora de la mañana, Miller y Dowding acudían a los sets de otras películas en rodaje, afanaban lo necesario para rodar la escena del día, y después devolvían lo robado antes de que sus legítimos propietarios se diesen cuenta. En el caso de que tus carencias sean todavía mayores, recuerda que Werner Herzog (nuestro chiflado alemán de cabecera) rodó sus primeros cortos con cámaras y película que ‘tomó prestadas’ de una escuela de cine.
Via:cinemania
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