jueves, 27 de noviembre de 2014

Los 10 mandamientos de Terry Gilliam

Ante el estreno en España de 'The Zero Theorem', te ofrecemos esta guía 'gilliamesca' para hacer historia del cine a pesar de los desastres.
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Que nosotros sepamos, el mundo aún no se ha acabado, victima de una agostadora ola de calor en pleno noviembre, mientras un líder ecologista muy parecido a Brad Pitt pronuncia discursos sobre el cambio climático. Así mismo, y de momento, nuestra redacción sigue sin derrumbarse bajo el talón de un pie gigante. Además, esas hordas de samuráis fantasmales, torturadores con máscaras de bebé y murciélagos alucinógenos contra las que llevábamos meses pertrechándonos deben estar almorzándose su spam, porque aún no les ha dado por tomar las calles para propagar un virus letal. Aun así, no cantemos victoria: esta semana, Terry Gilliam estrena en España The Zero Theorem, su nueva película (con Christoph Waltz, Tilda Swinton, Matt Damon Lily Cole en el reparto). Y, tratándose de un director tan tremendamente marcado por el mal fario, cualquiera podría temerse que el lanzamiento de su nuevo filme coincidiese con el mismísimo Apocalipsis. No por nada en especial, sino porque este estadounidense de nacimiento y británico de adopción tiene, digamos, cierta tendencia a atraer sobre sí las casualidades desastrosas.
Ante semejante perspectiva, en CINEMANÍA hemos decidido dejar un compendio de sabiduría que sobreviva al colapso de nuestra civilización: tras recibir las enseñanzas del profeta Brian (ya sabéis, ese que nació en el pesebre de enfrente), consultar la biblioteca del Castillo de Aaaargh, adentrarnos en los archivos del Ministerio de Información con riesgo de nuestra vida y descifrar las escrituras secretas del Doctor Parnassus mientras tarareábamos canciones de Tom Waits, hemos obtenido acceso a un conocimiento no apto para ojos humanos. ¿Se trata del sentido de la vidaNo, pero casi: a continuación, cinemaníacos cinemaníacas, os ofrecemos los 10 mandamientos de lo gilliamesco. Unas Tablas de la Ley que os permitirán entender cómo un señor tan proclive a las catástrofes no sólo ha seguido dirigiendo películas contra viento y marea, sino que también se ha convertido en uno de los cineastas más originales, imprevisibles y geniales de la historia. 

Amarás al absurdo sobre todas las cosas

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Aunque resulte fácil imaginárselo así, el joven Terence Vane Gilliam no era un gamberro adolescente, propenso a deglutir alucinógenos mientras leía los reportajes de Hunter S. Thompson para Rolling Stone. Todo lo contrario: durante sus años de instituto en Panorama City (Los Ángeles), nuestro futuro cineasta majara destacó por su brillantez en los estudios, así como por una popularidad entre sus compas que le llevó a ser delegado de clase, primero, y después ‘rey del baile’ en su graduación (un sarao que, sorprendentemente, no acabó como el de Carrie). ¿Qué ocurrió, entonces, para transformar a aquel Terry en el Gilliam que hoy todos conocemos y amamos? Pues, según cuenta él mismo, su metamorfosis vino dada por tres factores: la perniciosa influencia de la publicación humorística Mad, cuyos ejemplares leía con avidez, un progresivo hartazgo hacia la situación política de EE UU (“Soy mejor dibujando que poniendo bombas: por eso mi país sigue donde está”) y la constatación de que, si bien lucrativo, su trabajo como dibujante publicitario no le salvaba de la alienación existencial, ni tampoco de recibir puntuales arrestos y palizas por parte de unas fuerzas del orden nada comprensivas hacia sus pintas de hippie. Tras hacer amistad con un tal John Cleese, Gilliam decidió que su salvación estaba en el Reino Unido.

No tomarás el nombre de los Monty Python en vano


Una vez llegado a Inglaterra, Terry Gilliam comenzó a trabajar con su nuevo amigo Cleese y con otros señores llamados Eric Idle, Terry Jones Graham Chapman en un programa televisivo titulado Do Not Adjust Your Set. Como ya te habrás imaginado, se trataba del germen de Monty Python’s Flying Circus, ese show dispuesto a apabullar a los espectadores al grito de “Y ahora, algo completamente diferente”. En el seno de los pythons, nuestro hombre se dedicó sobre todo a la creación de esos sketches animados (empezando por los créditos del programa, y siguiendo por interludios de un delirante subido) en los que combinaba sus propios dibujos con materiales ajenos de todo tipo, y cuyo surrealismo febril, y a veces pesadillesco, le dejaba claro al público que aquello no era un espacio de humor como otro cualquiera. Ah, y también interpretaba a un caballero medieval armado con un pollo de plástico. Por mucho que las relaciones entre los miembros del sexteto hayan sufrido sus altibajos con los años, Gilliam nunca ha renegado de esta alianza: se encargó de diseñar los créditos para todos los largometrajes del grupo, que también codirigió, adquirió las grabaciones originales del programa a fin de preservarlas para la historia y se ha prestado gustoso (aunque sin escatimar ironías) a las reuniones celebradas por sus ex compañeros. En una de ellas, por cierto, volcó una urna que -presuntamente- contenía las cenizas del llorado Graham Chapman. Tenía que ser él, claro.

Santificarás la locura


Echémosle la culpa al consumo de ciertas sustancias, o a la música de su adorado Frank Zappa. Lo cierto es que, desde Story Time (1968) Miracle of Flight (1971), sus primeros cortos de animación, Gilliam no sólo se ha dedicado a dispensar imágenes que llevan al espectador a preguntarse si le han echado algo raro en el café, sino también a mostrarnos sus simpatías por personajes cuya percepción de la realidad está algo alterada. Échale un vistazo somero a la filmografía gilliamesca, y verás que nuestro director siempre escoge como héroes (o, más bien, antihéroes) a hombres y mujeres para los cuales la cordura no supone un apoyo, sino un lastre que les ata a una realidad miserable: desde el funcionario Jonathan Pryce de Brazil al Christoph Waltz de The Zero Theorem, pasando por el Robin Williams de El rey pescador y el Bruce Willis de Doce monos, todos los protagonistas de Gilliam van a la busca de un ‘algo’ que la razón no puede ofrecerles. ¿Hemos mencionado ya que, desde chaval, nuestro hombre es un apasionado de la leyenda artúrica, y en concreto de las historias sobre la búsqueda del Santo Grial? Pues lo mismo eso tiene algo que ver.

Honrarás a los niños


Tras su primer largometraje en solitario (La bestia del reino), un trabajo que pasó algo desapercibido, Gilliam cosechó su primer éxito de taquilla con Los héroes del tiempo (1981). Película ésta en la que nuestro director contó con un amigo ilustre como productor (George Harrison, el ex beatle que ya había invertido en las películas de los Monty Python) y con colaboraciones de sus colegas John Cleese, Michael Palin Terry Jones, amén de con Sean Connery Jim Broadbent en el reparto. Los héroes del tiempo no sólo logró grandes críticas, y unos ingresos que quintuplicaron su presupuesto: también nos hizo ver que el retorcido corazón de Gilliam alberga una simpatía especial para los más peques. “Especial” en todos los sentidos, porque si bien Terry trata a sus figuras infantiles con una ternura vetada a los adultos, no se priva de someterles a ordalías inimaginables, tanto en el plató (Sarah Polley, que sufrió lo suyo rodando Las aventuras del barón Munchausen, puede atestiguarlo) como en la historia, según comprobamos al ver cómo lo pasa la pobre Jodelle Ferland en Tideland. Tal vez por ello, J. K. Rowling consideró a Gilliam como el director más indicado para llevar al cine Harry Potter y la Piedra Filosofal: pese a la insistencia de la escritora, y al hecho de que Terry es fan del mago con gafas y sus amigos, los productores ejercieron su derecho a veto, encargándole el trabajo a Chris Columbus. 

No codiciarás finales felices


Huelga decir que Terry Gilliam odia Hollywood: “Si Dios existiera, y me refiero al Dios del Antiguo Testamento, demolería ese sitio”, ha dicho. Y lo que más detesta de la maquinaria hollywoodiense es su insistencia en hacer que todas sus películas terminen bien. Por tanto, Gilliam prefiere rematar los filmes a la manera trágica, salvo que se trate de encargos alimenticios. Y, cuando un productor trata de meter mano en sus proyectos más personales, está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias para salvar la visión original: el caso más extremo bien podría ser el de Brazil, su obra maestra de 1985. “Los ejecutivos de Universal estaban aterrorizados por el final”, explicó durante una charla con Salman Rushdie, “y cuando me negué a cambiarlo, me quitaron los negativos y empezaron a recortarlos por todas partes (…) ellos creían que si empezaban a permitir que se hiciera arte, y a consentirnos cosas así a los directores, Hollywood se vendría abajo”. La respuesta de Gilliam, memorable y estilosa, fue contratar un anuncio a toda página en la revista Variety con el siguiente texto: “Querido Sid [Sheinberg, presidente de Universal]: ¿Cuándo vas a estrenar mi película Brazil?”. Gracias a dicha maniobra, y a las proyecciones clandestinas organizadas por Gilliam para que los críticos vieran el filme en versión completa, Brazil acabó llegando a los cines tal y como su director la había concebido. Lo cual, en si mismo, podría contar como un final feliz: qué cosas.

Robarás ideas, pero con gracia


Ya que hablamos de Brazil, digamos que este filme era una suerte de adaptación (distorsionada hasta lo irreconocible) de 1984, la novela de George Orwell. Y, si hurgamos un poco en su filmografía, veremos que todas sus películas parten de fuentes literarias y artísticas de toda índole, como si se tratara de collages audiovisuales. ¿Es Gilliam, entonces, un ladrón de ideas? Pues no: se trata de un cineasta capaz de hacer suyos referentes de todo tipo, amoldándolos a su demencial universo. Es más: cuando le dio por llevar a la pantalla un libro presuntamente inadaptable, Miedo y asco en Las Vegas (1998), asumió todos los esfuerzos posibles para que las alucinaciones de Johnny Depp Benicio Del Toro fuesen plasmadas con el máximo detalle posible. El maestro Chris Marker, cuyo cortometraje La jetée proporcionó su premisa a 12 monos (1995), supo reconocer esto con singular elegancia: lejos de emprenderla con su colega anglosajón, Marker se sintió honrado con la referencia, y en su última entrevista con la publicación Cahiers du cinema no se cortó en aclamar a Gilliam “un genio”. Eso es elegancia…

No consentirás que los desastres puedan contigo


Si hay una leyenda asociada al nombre de Terry Gilliam, esa es la que le califica como el director más gafe de la historia del cine. Y, dada su trayectoria, no es que en ella halla algo de cierto, sino que cualquiera diría que a nuestro hombre le miró un tuerto al nacer. Aparte de las mil y una tribulaciones de Brazil (recogidas por Jack Matthews en el libro-reportaje The Battle of Brazil -1987-) y  el abismal fracaso de Las aventuras del barón Munchausen en taquilla (motivado en gran medida por la mala distribución, y que arrojó 61 millones de euros -ajustados- en pérdidas), la ‘maldición de Terry Gilliam’ tiene dos exponentes máximos. El primero, como saben quienes han visto el documental Lost in La Mancha, fue el rodaje de la inconclusa The Man Who Killed Don Quixote: la adaptación gilliamesca del clásico de Cervantes sufrió inundaciones (en un páramo tan reseco como las Bárdenas Reales, al norte de Madrid), la presencia no solicitada de cazas a reacción (asegurarte de que tu lugar de rodaje estaba lejos de una base militar hubiera ayudado, Terry) y una lesión que incapacitó al protagonista Jean Rochefort obligando a cancelar el filme. El segundo ejemplo, mucho más luctuoso, fue la muerte de Heath Ledger durante el rodaje de El imaginario del doctor Parnassus. En aquella ocasión, Gilliam sí pudo probar de qué pasta está hecho: lejos de amilanarse, nuestro hombre reunió a amigos del difunto (Johnny Depp, Jude Law Colin Farrell) para que interpretaran a álter egos de su personaje. Y no sólo eso: cuando Tom Cruise trató de sumarse al proyecto, le despachó con cajas destempladas.

Te ganarás la lealtad de tus amigos


Tratándose de un sujeto que atrae a las calamidades, cualquiera pensaría que la presencia de Gilliam en una productora, o una agencia de casting, provoca huidas masivas y despendoladas. Nada más lejos de la realidad: estamos hablando de un director capaz de ganarse la lealtad de cualquiera que haya trabajado con él, así como de formar a su alrededor equipos más o menos estables de actores y técnicos. Sin ir más lejos, Johnny Depp se refiere siempre a él como “el maestro Gilliam”, y le profesa un enorme cariño pese a haber padecido los rigores de The Man Who Killed Don Quixote. Así mismo, otros actores como Matt Damon (El secreto de los hermanos Grimm), Lily Cole, Jonathan Pryce, Peter Stormare Robin Williams (quien se marcó un brevísimo cameo en The Zero Theorem antes de morir) han dejado claro que, si Terry les dice “ven”, lo dejan todo, siempre que los presupuestos y las agendas lo permitan. Esta lealtad se extiende a otros profesionales, como el guionista Charles McKeown y el director de fotografía Nicola Pecorini. Además, ¿hemos dicho ya que nuestro hombre vive un feliz matrimonio desde 1973, y que sus vástagos -dos hijos y una hija- colaboran habitualmente en sus películas? Oooh…

Tendrás siempre un estilo propio


A estas alturas, ¿se sorprenderá alguien si decimos que Terry Gilliam le cuesta horrores encontrar financiación para sus películas? Así pues, y como más cornás da el hambre, nuestro héroe se ha ganado las lentejas con la publicidad… pero logrando que sus anuncios siempre tengan ese estilo cien por cien gilliamesco basado en la claustrofobia, el delirio y lo inesperado (y las tuberías). Nuestro ejemplo favorito, por supuesto, es The Secret Tournament, esa serie de spots para Nike en los que Thierry Henry, Gaizka Mendieta, Denílson, Cannavaro y otros astros del fútbol jugaban demenciales pachanguitas a bordo de un barco, con Eric Cantona como tremendo maestro de ceremonias. Pese a lo esperable, ninguno de los participantes salió de aquella jaula con una tríada, o algo peor.

Acumularás proyectos irrealizables

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Tras tanto chascarrillo sobre su mala pata, admitamos que las tribulaciones de Terry Gilliam no se deben sólo al azar: en ellas también media un perfeccionismo obsesivo e insobornable, así como una propensión a salirse del presupuesto y a dilatar los rodajes hasta extremos que acabarían con la cordura de cualquier director de producción. Por ello, y también porque nuestro hombre no suele aceptar películas de encargo a no ser que no le quede otra, resulta fácil de entender que Gilliam tenga casi tantos proyectos nunca realizados (o rechazados) como Stanley Kubrick. Dejando aparte su encuentro fallido con Harry Potter, Gilliam estuvo a punto de filmar una adaptación de Watchmen, idea que abandonó cuando Alan Moore (guionista del cómic original) le aconsejó que no se metiera en semejante jardín. Por otra parte, los productores de Forrest Gump, American Beauty Enemigo mío, entre otras películas, trataron de persuadirle para que las dirigiera, sin conseguirlo. Por otra parte, además de The Man Who Killed Don Quixote, hay otros dos proyectos en los que ha invertido mucho tiempo y esfuerzo, pero que seguramente nunca llegarán a ver la luz: hablamos de una adaptación de Historia de dos ciudades con Mel Gibson de protagonista, y de Buenos presagios, otra adaptación literaria a partir de la novela de Terry Pratchett Neil Gaiman. A decir de este último escritor, “la historia siempre es la misma: Terry quiere hacer la película, y Terry tiene el guión, pero nadie quiere darle a Terry 70 millones de dólares”. Dado que Buenos presagios es una alegre comedia sobre ángeles, demonios, el Anticristo y el Apocalipsis, lo mismo el hecho de que Gilliam se quede sin dirigirla no es tan mala idea… por mucho que a sus fans nos fastidie.
Via:cinemania

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