‘La leyenda de Sleepy Hollow y el Sr. Sapo’ (‘The Adventures of Ichabod and Mr. Toad’, James Algar, Clyde Geronimi y Jack Kinney, 1949) se eleva pues sin dificultad por encima de la mediocridad que hizo presa de las formas visuales y narrativas de la compañía desde que su máximo responsable decidiera que, para ahorrar costes en los difíciles tiempos de la guerra y la posguerra, lo mejor era centrar objetivos en la realización de filmes compuestos de variados segmentos cuya pobre animación no hacía justicia al nombre que se habían labrado los estudios con sus primeras producciones.
‘El viento en los sauces’, preciosa animación
El primero de los dos cortos que abre la función de una hora y pocos minutos que es ‘La leyenda de Sleepy Hollow y el Sr. Sapo’ está dedicado a éste segundo, un personaje salido de la fértil imaginación del escritor inglés Kenneth Grahame que es protagonista parcial de los muchos acontecimientos que el literato nos narró en ese magistral relato que es ‘El viento en los sauces’, un relato que aquí se adapta de forma parcial centrando su atención los cineastas de la casa de Mickey en lo que respecta al curioso anuro, desnudando así al texto de Grahame de toda la compleja parodia del género humano que es su obra.
Pero esto es Disney —tampoco se le pueden pedir peras al olmo— y lo cierto es que, a juicio del que esto suscribe, y considerando que como adaptación hay otras como el espléndido trabajo que hizo en viñetas Michel Plessix, el ritmo y la calidad de la animación de ‘El viento en los sauces’, justifican de sobra el poder señalar con el dedo a este primer segmento del filme como lo mejor que salió de los estudios desde ‘Bambi’ (id, David Hand, 1942), siete largos años atrás.
En esta afirmación tienen mucho que ver, como decía, tanto el tempo de la acción, que no para durante la media hora larga sobre la que se extiende el relato, como una animación que es brillante a cualquier nivel que quiera analizarse, ya sea en los diseños de personajes —muy familiares si atendemos a cintas posteriores de la compañía como ‘Basil, el ratón superdetective’ (‘The Great Mouse Detective’, VVDD, 1986) o ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ (‘Who Framed Roger Rabbit’, Robert Zemeckis, 1988)—, ya en unos fondos muy trabajados que destilan cariño por los cuatro costados.
‘La leyenda de Sleepy Hollow’, humorada a la Disney
Completando una función que en su primera mitad ha mezclado de forma sabia seriedad y humor, el segundo segmento del filme nos lleva a las casas y calles de Sleepy Hollow, ese pueblecito del norte del estado de Nueva York en el que un peculiarísimo maestro llamado Ichabod Crane, una joven muy bella llamada Katrina Van Tassle y un joven fornido de nombre Brom se convertirán en los tres vértices de una narración que, ahora sí, adapta de forma meticulosa el texto de Irving, extrayendo párrafos enteros del cuento del estadounidense para hacerlos formar parte del transcurso de la acción en boca de Bing Crosby —en versión original, claro—.
Al igual que en ‘Viento en los sauces’, donde el narrador en off del relato era la conocida voz del británico Basil Rathbone —al que los animadores homenajearon en las formas de vestir a lo Sherlock Holmes de Rata—, utilizar aquí la correspondiente del legendario actor y cantante era una apuesta por parte de Walt Disney de atraer a más público al visionado de la cinta en los cines, y hasta la apariencia del desgarbado Ichabod Crane y sus grandes orejotas suponen una simpática broma para con el aspecto físico del protagonista de ‘Un yanqui en la corte del Rey Arturo’ (‘A Connecticut Yankee in King Arthur’s Court’ Tay Garnett, 1949).
Anécdotas simpáticas al margen, en la comparación entre ‘La leyenda de Sleepy Hollow’ y ‘Vientos sauces’ podemos apuntalar muchas de las mismas observaciones que hemos hecho para con las cintas anteriores de la compañía enhebradas a partir de cortos, no existiendo en este filme tampoco ninguna relación más allá de la literaria con respecto a las dos partes de la cinta, y suponiendo la primera a nivel artístico una muestra mucho más sólida que el relato de las desventuras de Crane, cuya animación plana y carente de detalles es heredera directa de sus más cercanas antecesoras.
Y aunque los diseños de personajes vuelvan a ser el fuerte, y a ese imposible Ichabod Crane se unan una Katrina que mucho tiene que ver, por ejemplo, con la Sweet Sue del final de ‘Tiempo de melodía’ (‘Melody Time’, VVDD, 1948) o un Brom que servirá de inspiración, cuatro décadas después, para el Gaston de ‘La bella y la bestia’ (‘Beauty and the Beast’, Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991), la poca profusión en los fondos y lo común del resto del “reparto” hacen que, en lo que a cualidades técnicas se refiere, haya un abismo entre la primera y la segunda parte de la cinta.
Un abismo que no sólo se ciñe a lo estrictamente visual, sino que amplia su incursión en lo sonoro, careciendo la adaptación del relato de Grahame de las típicas canciones que no vienen a qué de las cintas Disney, unas canciones que sí aparecen en la segunda mitad y que, a mi parecer, sólo van en aumento de la componente jocosa de la historia de Crane, restando efectividad, aunque no toda, a esos cinco minutos finales en los que el maestro se enfrenta al jinete sin cabeza, momentos de gran expresividad en la animación que rescatan lo terrorífico de la escena en el bosque de ‘Blancanieves y los siete enanitos’ (‘Snowwhite and the Seven Dwarfs’, 1938, David Hand).
Alabado el filme y ambas versiones por igual desde su estreno, y cobrando renovadas fuerzas durante los ochenta y los noventa —gracias a las emisiones por televisión—, no cabe duda de que, aún con sus fallas, tanto ‘Viento en los sauces’ como ‘La leyenda de Sleepy Hollow’ sirven para prefigurar lo que nos encontraremos en nuestra próxima entrega de este especial de Disney, un filme que recupera con autoridad lo mejor que había salido de los estudios y establece un primer paso para una década de los cincuenta plagada de algunos de los mejores ejemplos del cine de la compañía.
Via:blog de cine
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