El director de 'El quinto elemento' vuelve con 'Malavita' para convencernos de que sigue siendo el más 'hollywoodiense' de los cineastas europeos. ¿Lo conseguirá? Por YAGO GARCÍA
Besson (dcha.) junto a Robert De Niro en el rodaje de 'Malavita'.
Por supuesto, lo anterior admite muchas objeciones. Y no, no nos olvidamos de que Besson es también el autor de El profesional y El quinto elemento. Pero, dado que la primera de esas películas cumplirá dos décadas el año que viene, y que la segunda ya arrastra 16 tacos de calendario, es de ley preguntarse si el parisino sigue teniendo futuro como director, y si a sus trayectorias paralelas (y mucho más prolíficas) como guionista y en los despachos de sus productoras pueden aportarnos más que trabajos muy solventes en lo técnico, pero también muy formulistas. En suma, cabe preguntarse si a Luc Besson le sigue interesando hacer cine, o si a estas alturas sólo le preocupa vaciar nuestras carteras.
El 'look' y los delfines
Para analizar algo, conviene remontarse a sus orígenes. Y los de Luc Besson son muy interesantes: tras iniciarse en la industria a los 18 años (después de que un accidente truncase su carrera como buceador), nuestro hombre se encuadró en el denominado 'Cinéma du Look'. Un nombre muy pintón y muy ochentero para los cineastas franceses que, distanciándose de una Nouvelle Vague ya ancianita, apostaban por el cine de género, la modernidad a ultranza y, bueno, el look, en definitiva. Aquí encontramos el primer punto crucial: mientras que Léos Carax (Holy Motors), también asociado al movimiento, se ha quedado con el respeto de los expertos, Besson es el único de sus compañeros de quinta en gozar de éxito comercial a gran escala. Y todo ello pese a que sus filmes primerizos, El último combate (1983, también conocida como Kamikaze 1999) y Subway (1985) han envejecido francamente mal, sobre todo la segunda.Aunque, ateniéndonos a las cifras, podemos considerar que el Luc Besson que todos conocemos y amamos (de aquella manera) debuta en 1988. Ese es el año en el cual El gran azul se estrenó abriendo el Festival de Cannes, siendo abucheada por la prensa... Y ganándose, acto seguido, la categoría de blockbuster con todas las de la ley, al menos en su país de origen: las acusaciones de vacuidad argumental y los malos resultados en EE UU (donde se estrenó muy recortada) no impidieron que esta epopeya de submarinistas y delfines se convirtiese en uno de los mayores éxitos de taquilla del cine francés. A este pistoletazo de salida le siguieron Nikita, dura de matar (1990) y las ya mencionadas El profesional y El quinto elemento. Películas que hicieron correr entre la cinefilia joven una inesperada novedad: había un director en cuyos trabajos se combinaban una esencia más francesa que el Beaujolais con las trepidaciones de Hollywood. Y que molaba mucho.
Los despachos, Milla y la venganza
La broma era tan escatológica que resultaba difícil pasarla por alto: durante los primeros minutos de Adéle y el misterio de la momia (2010), un personaje secundario descargaba ruidosamente su vejiga junto a una estatua de Juana de Arco, y nosotros aprendíamos que el director seguía guardándole cierto rencor a su ex esposa y ex musa, Milla Jovovich. No sabemos si la susodicha se enteró de ello, o si le importó, pero es cierto que Juana de Arco (1999) supuso un punto de inflexión en muchos sentidos. Tal vez si dicho filme no hubiera sido un batacazo (entre otras razones, porque a la actriz le venía grandísimo el papel) estaríamos contando una historia distinta. El caso es que, con la entrada del siglo actual, Besson comenzó a distanciarse de la cámara para encarar una carrera que, según admite, le resulta mucho más satisfactoria: la de productor."Me encanta producir películas, porque cada una sólo te ocupa una hora al día", comentaba por entonces nuestro protagonista. Y, si eso es cierto, Besson sabe organizarse muy bien: su carrera en los despachos abarca nada menos que 116 películas (según IMDb), la mayoría de ellas estrenadas de 1999 en adelante. El francés participa como guionista o coguionista en al menos la mitad de ellas, y en cuanto a su calidad... Pues digamos lo siguiente: en la parte positiva, tenemos títulos tan elogiables como Venganza (con la molonez de Liam Neeson convertida en axioma), o tan inesperados como Philip Morris, ¡te quiero! y Los tres entierros de Melquíades Estrada. En la negativa, por su parte, no sólo se hallan cintas tan execrables como Bandidas, sino también una tendencia a la proliferación de secuelas a destajo (Taxi Express ya va por la cuarta, y Transporter promete convertirse en una franquicia de seis películas) y de títulos muy menores que, en gran parte de los casos, no han llegado a estrenarse fuera de Francia. Sintomas de una labor más centrada en la cantidad que en la calidad, factor este último que (según es sabido) deja pocos dividendos en la hucha.
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¿Se merece Luc Besson perder nuestro aprecio? Sin ánimo de lanzar un veredicto agresivo, deberíamos preguntarnos si, tras todos estos años, lo sigue teniendo. Más preocupado en esta década por rematar la trilogía de animación que inauguró Arthur y los Minimoys, y por realizar proyectos 'de prestigio' que no acaban de convencer a nadie (The Lady, su biopic de la Premio Nóbel Aung San Suu Kyi), su carrera como director parece un caso -casi- perdido. Habrá que esperar a Malavita y a Lucy, el filme que prepara con Scarlett Johansson, Morgan Freeman y Choi Min-sik (Oldboy) para saber si merece un segundo voto de confianza. En cuanto a su trabajo financiero, harán falta productos mucho mejores que Colombiana para convencernos que que en él hay más que una fórmula saturada de esteticismo y desprovista de riesgo. En todo caso, queda probado que, pese a los años, todo sigue siendo cuestión de look.
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