Los peluqueros y los maquilladores hicieron lo que pudieron, pero el parecido entre estos intérpretes y las figuras reales a las que encarnaron siguió siendo cuestionable. Por YAGO GARCÍA
W. A. Mozart y Tom Hulce (Amadeus, 1984)
La diferencia: Según sus retratos, el músico de Salzburgo era un señor de complexión fuerte y enorme nariz, muy diferente al esmirriado Hulce. Pese a todo, las crónicas nos indican que Mozart solía portarse como un impresentable y que escuchar su risa daba dolor de oídos, algo que sí le emparenta (y mucho) con esta interpretación nominada al Oscar.
Bonnie Paker y Faye Dunaway (Bonnie and Clyde, 1967)
La diferencia: Muy estilosa y muy fatale, la estampa de la Dunaway en esta película marcó al mundo de la moda durante una década larga (y puede que durante más tiempo). Según nos revelan sus fotografías, el papel de la auténtica compañera de Clyde Barrow como icono fashionista hubiera sido, siendo generosos, cuestionable.
Erin Brockovich y Julia Roberts (Erin Brockovich, 2000)
La diferencia: Estudiando sus fotos, parece que la secretaria convertida en activista y la actriz (que ganó un Oscar por su papel) sólo tienen una cosa en común: una sonrisa tan ancha como la Falla de San Andrés, y como ella capaz de provocar terremotos, bien sentimentales, bien jurídicos.
George Bush, Jr. y Josh Brolin (W, 2008)
La diferencia: Puede que su carrera como director ya no sea la que era (y después de Alejandro Magno, menos aún), pero Oliver Stone puede apuntarse el tanto de haber creado un nuevo género: el biopic con actores que no se parecen ni en pintura al personaje real. Valga como ejemplo el contraste entre las imágenes del auténtico ex presidente de EE UU y del hijo de James Brolin.
Richard Nixon y Anthony Hopkins (Nixon, 1995)
La diferencia: Antes de poner a Brolin en el papel del benjamín de los Bush, Oliver Stone lanzó un órdago a los directores de maquillaje en su primer biopic presidencial. El director alegó el fichaje de Anthony Hopkins diciendo que el galés era perfecto para transmitir la megalomanía y la soledad de 'Dick el tramposo'. Y, la verdad, tenía razón.
Meryl Streep y Lindy Chamberlain (Un grito en la oscuridad, 1988)
La diferencia: Después de ver La dama de hierro, estamos seguros de que la Streep puede dar vida a cualquier ser humano que haya pisado la Tierra. Pero eso no es óbice para reconocer que, lo que es aquí, su caracterización y el personaje real no se parecían ni en el peinado.
Patsy Cline y Jessica Lange (Dulces sueños, 1985)
La diferencia: La difunta reina de la música country tenía una voz de ángel, pero también unos cuantos kilos de más y unos labios inmensos. Jessica Lange, por su parte... Pues es Jessica Lange. Lo cual implica un gran atractivo (salvo cuando sale en American Horror Story), y también un gran talento: por eso, pese a su poca similitud física, consiguió conquistar al público en este aclamado biopic.
Mahatma Gandhi y Ben Kingsley (Gandhi, 1982)
La diferencia: El intérprete del Mandarín en Iron Man 3 no es ningún Adonis, pero aún así resultaba todo un sex symbol comparado con el padre de la independencia de la India. Como en tantas otras ocasiones, aquí el parecido viene dado a partes iguales por una buena caracterización y por un talento enorme. Tan enorme, de hecho, que Kingsley se llevó el Oscar.
Harvey Milk y Sean Penn (Mi nombre es Harvey Milk, 2008)
La diferencia: Pese a sus rasgos algo cubistas, el actor y director puede pasar por un tipo muy sexy, al menos para parte de sus fans. Algo que no pudo decirse de Milk, político y activista gay encarnado por Penn a las órdenes de Gus Van Sant. Además de mediante un pelazo setentero, Penn resolvió la papeleta mediante su gestualidad y su carisma, lo cual le llevó a otra interpretación oscarizada.
Katharine Hepburn y Cate Blanchett (El aviador, 2004)
La diferencia: Menuda papeleta le endosó Scorsese a la británica en este filme: nada menos que dar vida a una de las mejores actrices de la historia de Hollywood. Por suerte, la Hepburn no sólo poseía unos rasgos peculiares (y hechiceros), sino también clase y encanto por toneladas. Cualidades ambas que le sobran a la Blanchett, y gracias a las cuales se llevó... pues sí: otro Oscar.
Cole Porter y Kevin Kline (De-Lovely, 2004)
La diferencia: El autor de So In Love, Let's Misbehave y tantas otras grandes canciones tenía cara de lo que era: un señor de buena familia con mucho mundo corrido y un hedonismo bastante amoral. Kline, sin embargo, tiene cara de buena persona, algo que lastró (hasta cierto punto) su trabajo en esta película.
Sid Vicious y Gary Oldman (Sid y Nancy, 1986)
La diferencia: ¿Un talento en bruto, o un descerebrado? Los teóricos del rock aún no se han puesto de acuerdo sobre si el bajista de los Sex Pistols era una cosa u otra. Lo que sí tenemos claro nosotros es que, cuando se pone, Gary Oldman puede ser todavía más intimidante que el propio Sid en la vida real: mira atentamente la imagen y responde, ¿con cuál de ambos te haría menos gracia cruzarte en un callejón oscuro?
Julianne Moore y Sarah Palin (Game Change, 2012)
La diferencia: La ex gobernadora de Alaska y la madurita pelirroja más interesante de Hollywood no se parecen, como dice la expresión, ni en el blanco de los ojos. Aun así, el talento de la Moore le procuró este año un flamante Globo de Oro. Su compañero Ed Harris, que tampoco es muy parecido que digamos al auténtico Dick Cheney, se llevó otro.
Naomi Watts y María Belón (Lo imposible, 2012)
La diferencia: Gracias a su proeza de supervivencia en la Tailandia del tsunami, la española Belón no sólo ha visto a historia se convierte en una película multimillonaria (en todos los sentidos) También tuvo el privilegio de escoger personalmente a la actriz que habría de interpretarla: Naomi, explicó, es su intérprete favorita gracias a su papel en 21 gramos. Lo cual nos parece muy bien, y muy bonito, pero lo que es parecerse... En fin, mejor miramos la foto.
Via:Cinemania
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