sábado, 13 de octubre de 2012

[Crónica Sitges 2012] Cuando los actores toman el poder


Los elencos de lujo y las películas consagradas a sacar lo mejor de sus intérpretes se concentran en los últimos días del festival. Por DANIEL DE PARTEARROYO

[cronica sitges 2012] cuando los actores toman el poder
En una de las mejores escenas de Seven Psychopaths, el estupendo nuevo trabajo de Martin McDonagh (Escondidos en Brujas), el personaje de Sam Rockwell les cuenta a Colin Farrell y Christopher Walken su propia visión de cómo debería acabar la película que están protagonizando y, a la vez (en una de las jugadas metalingüísticas que se han hecho compañía habitual durante el festival), escribiendo sobre la marcha. Es un momento de lucimiento absoluto para el actor de Moon, que vuelve a ofrecer un recital expresivo en esta historia de gángsters, guionistas alcohólicos, secuestradores de perros y, claro, psicópatas. Reunidos en torno a una hoguera, en pleno desierto, Farrell y Walken ejercen el papel de espectadores ante la alucinada narración de su compañero. Lo singular del momento es que tenga lugar en una película como Seven Psychopaths, donde McDonagh se sube a la corriente de thrillers autoconscientes, socarrones pese a lo explícito de sus explosiones de violencia y bañados en metalenguaje de todos los sabores. Uno tendería a pensar que en un filme de estas características lo que lucha por acaparar todo el protagonismo es la figura del guionista (hemos visto Adaptation, Más extraño que la ficción y todas esas), que en este caso coincide con la del director, pero nada más lejos. Son los integrantes de un elenco de ensueño (a los tres protagonistas se suman Woody Harrelson, Tom Waits, Harry Dean Stanton, Olga Kurylenko...) quienes dominan todo el rato, probando que el guión y sus personajes han sido escritos con todo el mimo posible para convertir en una fiesta, una celebración trabajar, con ellos en la película. Muestras de humildad como esta son un tesoro a guardar.

Una de las características propias de Sitges es la cadencia de aplausos del público durante las proyecciones. Tienen lugar durante las escenas más sangrientas o catárquicas de los espectáculos de terror y adrenalina, pero también al inicio de las películas mientras aparecen en pantalla los títulos y nombres de los responsables. La sesión de Seven Psychopaths ha sido un estupendo termómetro de popularidad en ese sentido, según el ruido que era capaz de generar cada intérprete. Pero lo esencial es que demuestra que en los terrenos del fantástico y el género la memoria visual de los espectadores sabe ser agradecida. De ahí que estemos viendo tantas películas levantadas sobre la figura de sus protagonistas, casi consagradas por completo a ellos. Como A Fantastic Fear of Everything, la comedia no demasiado lograda que lleva sobre sus hombros casi en solitario el británico Simon Pegg. Debut de Chrispian Mills, la historia de un escritor hipocondriaco y obsesivo con una extraordinaria fobia a las lavanderías sólo logra elevar la comisura de los labios al reconocer la fantástica entrega y esfuerzo demostrados por el protagonista de Zombies Party mientras sus huesos dislocados, pegados y quemados se hacen cargo de un 80% del filme. Eso sí, también hay que reconocer que un poco de humor físico y coqueteos con el slapstick, por torpes que puedan parecer una vez digeridos, no amargan a nadie en sus cabales.

Pero, ya que hablamos del poder de los actores, es obligatorio señalar Vous n'avez encore rien vu, la última obra del maestro Alain Resnais cuya presencia en la programación de Sitges (más justificada que otras, pues estamos ante una película de fantasmas) simboliza la razón por la que este certamen puede atraer tanto a los fanáticos de la hemoglobina y la casquería como a los cinéfilos más curiosos (y con natural inclinación al insomnio dados los horarios que deben aguantar, todo hay que decirlo). En ella, el autor de Hiroshima, mon amour continúa con la alegría nostálgica de su filmografía reciente (siempre es un buen momento para revisar Las malas hierbas) entrando en terrenos casi embalsamadores pero, como siempre, de lo más inteligentes. Canto de amor trascendente a sus intérpretes habituales, pone de protagonistas a Sabine Azéma, Anne Consigny, Michel Piccoli, Hippolyte Girardot, Pierre Arditi y Mathieu Amalric, entre otros, para hacer el doble papel de sí mismos y los personajes de las obras teatrales Eurydice y Cher Antoine ou l'amour raté, de Jean Anouilh, en una última representación durante el funeral de su autor. La soltura de Resnais para alternar los registros y sutilezas de todos sus actores y actrices (en algunos casos, el mismo personaje es interpretado por varios de ellos) sirviéndose del montaje y la cadencia visual pone la piel de gallina. La danza gestual y declamatoria es hipnótica, mientras el filme en conjunto supone uno de los mayores homenajes concebibles a los profesionales del arte dramático. Mira que me estoy limitando a una interpretación de lo más primario, pero ya estoy convencido de que se trata de una de las mejores películas de todo el festival.  

CINEMANÍA 

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