sábado, 29 de noviembre de 2014

9 obras maestras que solo entienden sus directores

Viajes oníricos al fin de la noche, introspecciones peliaguadas e imaginarios en llamas. Pero si algo une a estas películas es que son todas brillantes, las entiendas o no.

Inland-Empire

El mismo día, Terry Gilliam y Jean-Luc Godard estrenan sus nuevas películas en nuestros cines. Una, The Zero Theorem, llega con retraso y la otra, Adiós al lenguaje, no podrá verse en 3D —pese a que quizás sea el único filme que realmente haga falta ver en 3D desde el último resurgir del formato—, pero como la cinefilia española a estas alturas tiene ya un máster en lamento y contrición se sobrepondrá a las circunstancias y verá los motivos para celebrar que dos de los autores más personales e intransferibles del cine actual sigan dejándose ver por aquí.
Además, lo hacen con sendas obras autorreflexivas y exploratorias de sus propias constantes, reflejos distorsionados de sí mismos que invitan a ser desentrañados y analizados con el fin de comprender la compleja personalidad de sus responsables un poco mejor. Animados por las propuestas de Gilliam y Godard, hemos querido recordar otro puñado de obras maestras del cine reciente, restringiéndonos al siglo XXI, tan misteriosas, íntimas e intrincadas. Todas ellas son como pedacitos del alma de sus autores, que quizás haga falta mirar con un prisma especial para terminar de asimilar del todo.

Inland Empire (2006)


El último largometraje de David Lynch marcó su despedida del cine —temporal: el regreso de Twin Peaks se filmará en celuloide— para entregarse al potencial intrigante de la imagen digital, de la que saca un partido asombroso. La historia de la actriz interpretada por Laura Dern vuelve sobre motivos recurrentes de su obra, como la presencia de lo grotesco e irracional bajo las capas aparentes de la realidad, mientras el relato se va haciendo añicos en imágenes de locura y descomposición. Con su propio estilo, el de Lynch también fue un adiós al lenguaje.

Southland Tales (2006)


Richard Kelly llevó la noción de la “ansiedad del segundo disco” hasta un nuevo nivel con su segunda película como guionista y director. Mastodóntica y excesiva desde su mera concepción hasta el estreno comercial retocado tras una lluvia de abucheos en el Festival de Cannes, Southland Tales es una película polimórfica, estruendosa y muy dispersa, pero también audaz, descarada y condenadamente divertida. Que se lo pregunten a Dwayne Johnson, consagrado aquí como cartoon humano. El mensaje distópico sobre el militarismo, la guerra contra el terror y la podredumbre de la industria del entretenimiento podrá estar más o menos destartalado, pero la rabiosa ferocidad del envoltorio le da tanta energía como una inyección de karma fluido.

The Fall (2006)


Una de las fábulas definitivas sobre el arte de contar historias y el inmenso poder de la fantasía que deja por los suelos a Tim Burton y conecta directamente el ensueño narrador con sus facultades tanto curativas como venenosas. A la vez, es un prodigio de imaginación rodado a lo largo y ancho del planeta donde el director Tarsem Singh echó mano de su afición por el arte contemporáneo e imaginarios como los de Matthew Barney para darle un aspecto único al desarrollo del cuento que un acróbata convaleciente le relata a una niña en un hospital de los años 20 del siglo pasado.

Fear X (2003)


Podríamos haber elegido Solo Dios perdona, pero como esta otra película es anterior a la fama mainstream de la que goza hoy en día Nicolas Winding Refn gracias a Drive y, de hecho, su fracaso en taquilla llevó a su productora a la bancarrota, quizás sea el ejemplo más adecuado para este artículo. Fue el primer filme en inglés del cineasta danés y contó con guión original de Hubert Selby Jr. sobre un guarda de seguridad (John Turturro) que investiga las circunstancias del asesinato de su mujer, pero su aproximación atmosférica a los recursos del thriller psicológico va en la línea enrarecida de las primeras películas sobrecargadas de Lars von Trier y es capaz de dejar a cualquier espectador tan descolocado como al pobre de Turturro un ascensor, entre Barton Fink y ésta.

Paprika (2006)


Es necesario pararse a lamentar una vez más la temprana muerte de Satoshi Kon, sobre todo a la vista de su último largometraje. Un dispositivo permite acceder a los sueños de la gente y realizar modificaciones en su mente, lo cual se convierte en un grave problema cuando cae en las manos equivocadas. Christopher Nolan admiraba a Kon y bebió de Paprika hasta el desmayo para preparar Origen, pero este otro thriller incrustado en el mundo de los sueños no sólo desborda mucha más imaginación, sino que, además de moverse en el margen sin límites de la animación, conserva el ímpetu necesario para malear y jugar con su premisa hasta las últimas consecuencias.

Beyond the Black Rainbow (2010)


El cine de terror lleva unos cuantos años instalado en una corriente revisionista que mira constantemente al pasado, a cierta idealizada época dorada del género, con ánimo la mayoría de las veces nostálgico, las mejores analítico, pero casi siempre embalsamador. El debut de Panos Cosmatos —sí, hijo del director George P. Cosmatos (Rambo: Acorralado – Parte II)— es la inteligente excepción que prefiere fijarse en un momento de cambio y crisis. Beyond the Black Rainbow comienza como una claustrofóbica fábula de sedación, imágenes lentas, colores desbordados y diálogos susurrados mientras nos identificamos con el lento despertar de una paciente prisionera en las instalaciones del instituo Arboria, un lugar de inspiración new age dedicado a la investigación científica y espiritual que procede de los 60. Sólo que la película se desarrolla en los 80 y, como irá desvelando el metraje, entonces el género de terror tenía otra sensibilidad difícil de amoldar a los planteamientos iniciales. La ruptura es inevitable. La desorientación que causa en el espectador, también.

Berberian Sound Studio (2012)


Otra reflexión metacinematográfica sobre un momento histórico muy concreto del género de terror. Peter Strickland homenajea al giallo italiano de forma oblícua con la historia de un técnico de efectos de sonido británico (Toby Jones) de los años 70 que se traslada a Italia para trabajar en una productora de cine de terror. Una vez allí, la presión del trabajo y la atmósfera macabra que respira van infectando poco a poco su mente y, como le ocurría a la actriz Laura Dern en Inland Empire, llegará un momento en el que dejará de saber si lo que vive es real o una ficción que se va autoconsumiendo en bucles infinitos. Y si no lo sabe él, imagínate el público.

The Brown Bunny (2003)


Siendo sinceros, nos gustaría estar hablando de Promises Written in Water (2012) porque esa otra película de Vincent Gallo sí que tiene pinta de ser un egotrip incomprendido, pero precisamente por eso, después de su desastroso recibimiento en el Festival de Venecia, el actor y director decidió que no vería la luz. Mientras seguimos esperando que cambie de opinión, recordamos que su anterior The Brown Bunny tampoco fue especialmente bien recibida a su paso por Cannes. Eso si, con el tiempo se le ha reconocido a esta road movie íntima, filmada en 16 mm y con un nivel de desnudez mucho más profundo que su tan cacareada felación, el estatus de culto que le corresponde como radiografía descarnada del desamparo emocional capaz de captar con precisión un estado de ánimo muy concreto: el de alguien que se siente como una colilla tirada al suelo y pisoteada, puede que con razón.

Synecdoche, New York (2008)



O lo que pasa cuando Charlie Kaufman, uno de los guionistas más aficionados a las muñecas rusas narrativas, se encuentra ante su debut como director: el acabose y el despilfarro de capas de realidad replicadas, ligeramente variadas o contenidas unas dentro de otras. Sinécdoques de una sinécdoque. Philip Seymour Hoffman brindó una de las interpretaciones más apasionantes de su carrera como este director de teatro a la deriva tanto en su vida como en su obra. Aunque, espera, creo que ambas eran en realidad la misma cosa, ¿no? Creo que tendré que volver a verla…

Via:cinemania

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