Entre una vida despreocupada y una situación de crisis hay una línea muy fina. Tan fina, digamos, como la que separa la vida de la muerte. Como protagonista de Si decido quedarme (un éxito de la literatura young adult cuyo trasplante a la gran pantalla podremos ver este viernes), Chloë Grace Moretz lo aprende demasiado bien, y demasiado rápido: sumido en un coma profundo tras un accidente de coche, su personaje en la película debe escoger entre un pacífico viaje al otro barrio y un despertar que podría ser traumático, con sus carrera como prometedora violonchelista y el amor por su novio rockero (Jaime Blackley) como contrapesos de la balanza.
Si decido quedarme ha funcionado muy bien en la taquilla de EE UU, y aunque aún es pronto para augurar cómo le irá en España, nosotros sí podemos sentenciar una cosa: esta no es la primera vez que un fantasma de cine (bueno, en este caso hablamos de una proyección astral, pero vosotros nos entendéis) se ve envuelto en una historia romántica. Bien a través de esas comedias que se ríen hasta de la Parca, bien merced a dramones capaces de poner en peligro el suministro mundial de pañuelos, el celuloide nos ha enseñado que en la no-vida también hay sitio para el amor. Aquí tenéis unos ejemplos.
Ghost: Más allá del amor (Jerry Zucker, 1990)
Amante espectral: Sam (Patrick Swayze), ejecutivo de banca asesinado tras descubrir lo que no debe.
Amada mortal: Molly (Demi Moore), chica bohemia, pelicorta y aficionada a la alfarería. Lo que ahora llamaríamos una hipster, vamos.
Relación ectoplásmica: Si los compases de Unchained Melody (“Ooooh, my love, my darling…”) no te dan ganas de arrimarte al torno y modelar vasijas, es que tienes menos de 30 años. Revitalizadora, junto a Pretty Woman, en el revival que el cine romántico experimentó a principios de los 90, esta película no sólo hizo que muchas chicas suspirasen por un espectro con pelazo, sino que también supuso la consagración profesional de una Whoopi Goldberg que, según habría de reconocer años más tarde, recogió su Oscar a la actriz de reparto un tanto emporrada. Algo que no deberíamos reprocharle: bajo los efectos de ciertas sustancias, dicen, es más fácil contactar con los espíritus.
Ojalá fuera cierto (Mark Waters, 2005)
Amante espectral: Elizabeth (Reese Witherspoon), encantadora y rubia fantasma que habita en un apartamento de Nueva York.
Amado mortal: David (Mark Ruffalo), arquitecto sin tiempo para el amor (con las vivas, se entiende).
Relación ectoplásmica: El mismo año en el que se llevó el Oscar por En la cuerda floja, la Witherspoon estrenó otra de esas comedias románticas merced a las cuales (según opinamos por aquí) echó por tierra su registro más volcánico para convertirse en una diva para todos los públicos. Aun así, Ojalá fuera cierto destaca en la filmografía de la actriz como un título provisto de singular encanto: su título original (Just Like Heaven) es un guiño a una canción de The Cure, la química entre los protagonistas funciona (ojo a la resignada manera en la que Ruffalo se adapta a su compañera de piso) y, además, en su guión se halla un giro poco habitual. Resulta que [SPOILERS] en realidad, la muerta está viva, si bien en coma, lo cual permite a la pareja consumar su relación tras el oportuno despertar [/SPOILERS]. Oooh…
El fantasma y la señora Muir (Joseph L. Mankiewicz, 1947)
Amante espectral: Daniel Gregg (Rex Harrison), fogueado marinero con muchas historias que contar.
Amada mortal: Lucy Muir (Gene Tierney), viudita con mucho carácter y cierto talento literario.
Relación ectoplásmica: Puede que no fuera el primer romance paranormal de la historia del cine, pero El fantasma y la señora Muir ha pasado a la historia como la película que consagró la mayoría de los estilemas del género. Además, claro está, de quedar como una tragicomedia fantasmagóricamente divertida y con un triángulo amoroso de excepción: el espectro Harrison tiene que competir con las atenciones de su amada con un señor (George Sanders, nada menos) que mola mucho menos que él, pero que tiene la ‘pequeña’ ventaja de estar vivo. Para colmo, Bernard Herrmann consideraba su banda sonora para este filme como el mejor trabajo de su carrera. Y, tratándose de un currículum que incluyó Psicosis, Ciudadano Kane y Taxi Driver, eso es decir muchísimo.
El cielo puede esperar (W. Beatty, B. Henry, 1979)
Amante espectral: Joe (Warren Beatty), espíritu errante que posee el cuerpo de un millonario.
Amada mortal: Betty (Julie Christie), activista con malas pulgas (y, por entonces, pareja de Warren fuera del plató).
Relación ectoplásmica: En una de sus agudezas más célebres, Woody Allen soltó aquello de “Me gustaría reencarnarme en los dedos de Warren Beatty”. El propio Warren, por su parte, contaba con que fuera el boxeador Muhammad Ali quien protagonizara esta historia de reencarnaciones y errores burocrático-celestiales (en realidad, un remake de El difunto protesta -1941-), pero cuando el púgil declinó su ofrecimiento optó por ponerse a sí mismo en el rol principal de la historia. ¿Que eso obligaba a cambiar el guión, convirtiendo al protagonista en jugador de fútbol americano? Pues se cambiaba. ¿Que un Peter Bogdanovich insatisfecho se apeaba de la producción? Ningún problema: el hermano de Shirley MacLaine se sentaba él mismo en la silla de tijera, y asunto arreglado. ¿Que Cary Grant rechazaba el papel del mismísimo San Pedro, pese a serle ofrecido un millón de dólares como salario? Pues lo sentimos por Warren, porque eso no tuvo enmienda: finalmente, fue James Mason quien se convirtió en portero del paraíso.
Para siempre (Steven Spielberg, 1989)
Amante espectral: Pete (Richard Dreyfuss), bombero aéreo muy celoso y con poco apego por la seguridad laboral.
Amada mortal: Dorinda (Holly Hunter), piloto postal muy aficionada a las canciones de Irving Berlin.
Relación ectoplásmica: En 1989, Spielberg se despidió de su dorada década de los 80 con dos películas. La primera fue una tal Indiana Jones y la última cruzada, de la que seguramente habrás oído hablar. La segunda, esta comedia romántica y paranormal inspirada en Dos en el cielo (Victor Fleming, 1943), que quedó como uno de los mayores fiascos de su carrera. Por mucho que se atreviera a desafiar las convenciones del subgénero (más que como una presencia benévola, el espectro Dreyfuss se comporta como un cabroncete durante buena parte del metraje) y que contase en su reparto con una Audrey Hepburn a punto de fallecer, Always acabó quedando como un fracaso más en esa carrera hacia el Oscar que ya había sufrido sendos chascos con El color púrpura y El imperio del sol.
La novia cadáver (T. Burton, M. Johnson, 2005)
Amante espectral: La Novia (Helena Bonham Carter), una chica algo obsesiva y que, efectivamente, es un cadáver.
Amado mortal: Victor Van Dort (Johnny Depp), rapaz indeciso para quien un matrimonio sin amor podría ser peor que la muerte.
Relación ectoplásmica: A finales de los 80, mientras preparaba Pesadilla antes de navidad, Tim Burton descubrió cierto cuento popular ruso que, pensó, sería material de primera para un filme animado. Casi dos décadas más tarde, y ya sin la colaboración de Henry Selick, el cineasta fetiche de góticos y siniestros decidió atreverse (casi) en solitario con las cosas del stop motion, embarcando consigo en el proyecto a sus dos actores fetiche para que prestaran sus voces. Trabajosísima en su concepción, y ateniéndose al consabido triángulo amoroso entre dos vivos y un espectro (el vértice que falta es Emily Watson), La novia cadáver arrastra consigo una paradoja muy amarga: Joe Ranft, el colaborador de Burton que puso al director sobre la pista de la historia original, falleció en el mismo año en el que se estrenó la película.
La casa de papel (Bernard Rose, 1988)
Amante espectral: Marc (Elliot Spiers), un chavalín literalmente con un pie en la tumba.
Amada mortal: Anna (Charlotte Burke), jovencita cuyos dibujos le salen demasiado bien.
Relación ectoplásmica: Dada la juvenil edad de sus protagonistas, dos preadolescentes que descubren el primer amor en el marco de un paisaje dibujado (es una larga historia), La casa de papel podría pasar por uno de esos proyectos que, pretendiendo ser entrañables, acaban empalagando. Nada más lejos de la realidad: el hecho de que su director firmase cuatro años después un filme tan poco dulce (o sí, pero desde el mal rollo) como Candyman debería darnos una pista de lo que encontraremos aquí. En la historia de Marc y Anna se dan cita temas tan peliagudos como la inevitabilidad de la muerte, el lado peligroso de la fantasía y una insinuada historia de abusos sexuales, todo ello (y esto es lo mejor) sin renunciar al encanto. A medio camino entre el terror puro y el cine ochentero con niños precoces, esta película es una joyita a redescubrir.
Jennie (William Dieterle, 1948)
Amante espectral: Jennie (Jennifer Jones), una manic pixie dream girl de la década de los 40. Con énfasis en lo de “pixie” y en lo de “dream”.
Amado mortal: Eben (Joseph Cotten), pintor en desesperada búsqueda de inspiración. Y de dinero.
Relación ectoplásmica: Ni avisos de SPOILERS, ni gaitas: desvelar demasiado el argumento de Jennie, tremendo fracaso de taquilla reivindicado con los años, sería arruinar el encanto de una de las películas más fantásticas y románticas (ambos términos, usados en sus sentidos más nobles) que ha dado jamás el cine. Dejémoslo en que Jones y Cotten manejan sus registros dramáticos casi con tanta soltura como Dieterle su cámara, que el personaje de Ethel Barrymore es esa abuelita aficionada al arte y la literatura que todos hubiéramos querido tener, y que, aunque ya te imagines el final teniendo en cuenta de qué va este informe, deberías hacerte un favor a ti mismo y verla (o revisarla) cuanto antes. No en vano las historias de fantasmas basan su poder, cuando son buenas, en la huella que dejan en el mundo de los vivos.
Via:Cinemania
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