De los "nueve viejos", ya sabéis, aquél grupo formado por Wolfgang Reitherman, Frank Thomas, Ollie Johsnton, John Lounsbery, Mit Kahl, Eric Larson, Les Clark, Marc Davis, y Ward Kimball que llevaba las riendas de la sección animada de la compañía desde los años cuarenta, sólo los seis primeros seguían con vida cuando 'Los rescatadores' ('The Rescuers', John Lounsbery, Wolfgang Reitherman y Art Stevens, 1977) comenzó su larga producción de cuatro años. Y no todos pudieron llegar a ver el estreno de la que sería su última creación.
La vieja guardia da paso a nueva savia
La muerte de Ollie Johsnton en 1976 suponía un duro revés para los artistas que se habían críado bajo la tutela de Walt Disney, hasta tal punto que Thomas, Johnston y Kahl decidieron jubilarse nada más dar por finalizada la producción del presente filme. Para Reitherman, que había dirigido —o co-dirigido— los últimos cinco títulos de la casa, esta sería su última cinta como realizador, retirándose de la actividad profesional tres años más tarde. Y sólo Eric Larson se mantuvo activo durante la década de los ochenta, viajando por todo el mundo para reclutar nuevos animadores que perpetuaran la magia Disney.
Una magia que, a partir de 'Los rescatadores' encontraría inmediata sucesión, al menos en el terreno puramente visual, en tres nombres llamados a convertirse en puntales dentro de la historia del cine de animación: Don Bluth, Ron Clemens y Glen Keane. Al primero bien cabría dedicarle un especial nada más que para poder hablar a placer sobre tres de los nueve filmes que dirigirá toda vez abandone la casa que lo vio nacer como animador para formar su propía compañía; tres clásicos del cine de los ochenta que, ya en ese hipotético especial, ya en Cine en el salón, terminarán apareciendo por estas líneas.
De los otros dos, figuras permanentes en las producciones de la compañía durante esa década que tanta nostalgia despierta en los que en ella nos criamos, tendremos ocasión de hablar dentro de cinco semanas cuando alcancemos la historia de cierta joven sub-acuática que cambiaría por completo el rumbo de la compañía, devolviendo la grandeza a los estudios y posicionándose como piedra angular sobre la que construir una segunda etapa dorada que devolvió la hegemonía a Disney en el mundo de la animación durante casi tres lustros consecutivos.
'Los rescatadores', de todo un poco
Proyecto al que, como otros tantos, ya se habían aproximado los talentos del departamento de animación de la Disney cuando Walt todavía vivía, 'Los rescatadores' se inspira en los personajes creados por la escritora Margery Sharp para narrar una historia que si bien no oculta sus deudas para con ciertos títulos protagonizados por animales ya vistos semanas atrás, plantea novedades suficientes como para terminar convirtiéndose en un discreto hito artístico tapado, no cabe duda, por las irregulares cintas que la precedieron y por aquellas que vinieron después que ella.
Con préstamos que vuelven a aludir a las historias de rescates de '101 dálmatas' (‘101 Dalmatians’, Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wolfgang Reitherman, 1961) y 'Los aristogatos' (‘The Aristocats’, Wolfgang Reitherman, 1970) o a una villana que recrea el desagradable talante de Cruella de Vil —hay un incluso un plano de Madame Medusa al volante de un coche que parece calcado de la cinta con los canes moteados—, 'Los rescatadores' cuenta, como decía, con muchas novedades tanto en el tratamiento de animales antropomorfizados, como en lo tenebroso de mucho de lo que transpira del guión.
Éste, firmado a ¡¡dieciocho manos!!, se aparta por momentos de forma ostensible del carácter amable y edulcorado que siempre se le han achacado a las cintas de la Disney, ya sea en ese tétrico comienzo que nos presenta a la niña necesitada de alguien que la rescate, ya en las motivaciones de la pérfida villana —que no vacila en ningún momento en manipular a su antojo a Peggy—, ya en la escena en la que la pequeña y los dos roedores protagonistas se internan en la cueva, 'Los rescatadores' da muestras más que probadas de ese relevo generacional del que antes hablaba.
Vale que quizás sus canciones carezcan del carácter inolvidable que sí tenían producciones inmediatamente anteriores de los estudios, y que lo muy previsible de la historia juegue en su contra en más de una ocasión, pero dichas trabas son fácilmente obviadas cuando uno atiende al perpetuo divertimento del filme, a esa cualidad aventurera que no permite casi descanso al espectador, a alguna secuencia espléndida —la de los cocodrilos y el órgano es genial—, a la ostensible mejora de la animación y, sobre todo, a dos ratones y un albatros muy carismáticos sobre los que no tardaremos mucho en volver a hablar.
Via.blog de cine
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