Determinada pues mi futura pasión por el séptimo arte con el reestreno de 1978 de ‘El libro de la selva’ (‘The Jungle Book’, Wolfgang Reitherman, 1967), creo que sería medianamente comprensible que las líneas que vais a leer a continuación estuvieran más que condicionadas por lo que la última cinta supervisada personalmente por Walt Disney comportó y ha venido comportando desde entonces en el que esto suscribe. Pero os puedo garantizar que no es así, y que los muchos reencuentros que he tenido con la traslación a la gran pantalla del texto de Ruyard Kipling no han hecho sino evidenciar la grandeza de lo que el estudio consiguió aquí.
A vueltas con las adaptaciones
Interviniendo en la elaboración del guión con la misma ilusión y los mismos modos a como lo había hecho treinta años antes cuando el estudio preparaba su debut en los largometrajes animados, y colaborando estrechamente con Larry Clemmons, Ralph Wright, Ken Anderson y Vance Gerry en la redacción del libreto, cualquiera que se haya acercado tanto al filme que hoy nos ocupa como al libro original del que este se deriva, se habrá podido percatar de los muchos cambios que Disney ejerció, una vez más, sobre el texto de Kipling para adaptarlo a la idiosincrasia de la que, de una manera y otra, casi siempre han hecho gala las cintas de la compañía.
Antes de entrar en detalles acerca de esas alteraciones que ‘El libro de la selva’, la cinta animada, planteó en comparación con ‘El libro de la selva’, la novela, se vuelve a poner aquí encima de la mesa el eterno debate —ese acerca del cuál os preguntábamos en nuestra última encuesta— sobre si una adaptación cinematográfica de una obra literaria debe guardar fidelidad estricta o, por el contrario, debe plantearse en modos que asuman los valores principales del texto bajo las necesidades narrativas del séptimo arte.
Unas necesidades narrativas completamente diferentes a las de un libro que, en el caso que nos ocupa, quedan evidenciadas por el hecho de ser la cinta firmada por Wolfgang Reitherman una muy libre interpretación de lo que Kipling planteaba en su novela. En ésta, el autor británico narraba de forma desordenada las aventuras en la jungla de ese cachorro humano que es Mogwli, dedicando el primer capítulo —de unas cuarenta páginas— a lo que, más o menos, podemos encontrar en una contrapartida animada que ignoraba el resto de la novela y alteraba de formas más o menos significativas la personalidad de muchos de sus personajes.
Y aquí hay donde elegir, desde los cambios ejercidos sobre Baloo —mucho más dicharachero que el sabio que se describía en la novela— hasta los más radicales que encontramos en la pitón Kaa, que en los renglones de Kipling ayuda a Baloo y Bagheera a salvar a Mogwli de los monos o, cómo no, aquello que concierne a Shere Khan, el temible tigre que quiere acabar con la vida del cachorro humano que en el libro muere aplastado por una estampida provocada por la astucia del niño y cuya piel termina arrancando éste para mostrarla al poblado humano que lo ha adoptado.
‘El libro de la selva’, Disney a ritmo de jazz
Pero dichos cambios, por muy drásticos que puedan llegar a ser —y lo son— no alteran a mi entender la esencia de las connotaciones morales, e incluso de cierta crítica social, que se deriva del texto original. Unas connotaciones que, por otra parte, entroncan de manera directa con la ideología Disneyana y que sirven a los responsables del filme como sustrato sobre el que construir un filme entretenido hasta la médula que cuenta con algunos de los mejores personajes y dos de las mejores canciones que se han podido ver en una producción de la casa de Mickey Mouse.
Cinta vivaracha y colorista, la supervisión que Disney llevó a cabo sobre la producción de ‘El libro de la selva’ —que se estrenó un año después de su fallecimiento— se tradujo de forma directa en una animación mucho más cuidada en sus fondos que lo que se había venido dando en las producciones inmediatamente anteriores de la compañía, y el trabajo de concreción de esa esplendorosa jungla que sirve de telón a las aventuras de Mogwli y compañía vuelve a estar a la altura de los mejores títulos que habían precedido a éste.
Esta mejora en la animación también deja su huella en los diseños y movimientos de sus protagonistas, ya nos estemos refiriendo a ese niño criado entre lobos que es Mogwli, ya al entrañable Baloo, ya a la carismática serpiente que es Kaa —atención especial merece el magnífico trabajo que hace Sterling Holloway, un viejo conocido de Disney, poniendo voz a la pitón—, al alocado Rey Louie o al fiero tigre cuya aparición, después de tres cuartos de hora de metraje, es todo un hallazgo narrativo por parte de los responsables del filme.
Ahora bien, donde ‘El libro de la selva’ adquiere sus tonalidades más inolvidables, es en dos de los seis números musicales que acompañan al discurrir de la acción: sin pretender con ello desmerecer al resto —la marcha de los elefantes comandados por el Coronel Hathi es genial— es muy evidente que tanto ‘The Bare Necessities’ como el ‘I Wanna Be Like You’, o ‘Busca lo más vital’ y ‘Quiero ser como tú’ en la versión del doblaje dirigido por Edmundo Santos, son pináculos indiscutibles de la historia musical de las cintas Disney.
La primera, arenga de Baloo a Mowgli acerca de las virtudes de vivir en la jungla en comparación con lo que le espera si se va con los humanos contagia una alegría sólo superada por la segunda, aquella en la que al ritmo sincopado de jazzisticas notas el loco orangután que es el Rey Louie trata de sonsacar al cachorro humano el secreto del “rojo fuego”. Iconos de la música del s.XX que tiempo ha trascendieron el mero hecho fílmico, ambos números musicales son el mejor ejemplo de lo que podemos seguir encontrando, casi cincuenta años después de su estreno, en ‘El libro de la selva’.
Testamento vivo del espíritu de un genio visionario que no ha perdido ni un ápice del relumbre que la convirtió en un sonoro éxito de taquilla en Estados Unidos el año de su estreno, ‘El libro de la selva’ es un último repunte de genialidad antes de la mediocridad casi generalizada —alguna excepción hay que ya veremos llegado el momento— que hará presa en las cintas de la Disney durante las dos décadas que separan a las aventuras en esta jungla sin par de aquellas que tendrán lugar bajo el mar de la mano de una sirena y un simpático cangrejo.
Via.blog de cine
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