La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial provocó, como ya dijimos en el anterior artículo de este especial Disney, que los ojos del país miraran hacia Europa y, en mayor o menor medida, desviaran momentáneamente su atención del entretenimiento que proponía el séptimo arte. Y si las audiencias de ‘Dumbo’ (id, Ben Sharspteen, 1941) no habían llegado a ser las esperadas —aunque la cinta lograra casi duplicar el presupuesto—, otro tanto iba a ocurrirle a ‘Bambi’ (id, David Hand, 1942), adaptación del cuento homónimo escrito por el austríaco Felix Salten que, al contrario que el filme del elefante volador, que la productora había desarrollado como vimos en poco más de un año, llevaba cinco largos años completándose en la “casa de Mickey Mouse”.
Durante ese tiempo, en el que la compañía produjo tres de sus cuatro primeros filmes, los animadores de Disney alternaron los dibujos de esta historia de infancia y madurez a través de los ojos de un ciervo con los del niño de madera, los cortos musicales que componían el concierto animado que fue ‘Fantasía’ (id, VVDD, 1940) y la citada ‘Dumbo’, y sólo pudieron llegar a centrarse por completo en el acabado del largometraje que hoy nos ocupa después del estreno de éste último, quedándoles menos de un año para completar la titánica tarea que fue animar al bosque y los animales en dónde transcurre la cinta.
Y es que si hay algo que diferencia de forma radical a ‘Bambi’ de ‘Dumbo’ eso es su portentosa animación. Ya hablábamos la semana pasada de la parquedad de la que ésta había hecho gala al haber levantado Disney su cuarto largometraje en un tiempo récord, afectando la premura de su producción tanto a unos fondos que deslucían el conjunto como al diseño de la práctica totalidad de los personajes que poblaban la función a excepción hecha del elefante y de Timoteo, el ratón que hacía las veces de Pepito Grillo de la función, siendo especialmente significativo el abuso de las siluetas y la nula definición de muchas de las figuras humanas.
Pero eso no sucede en ‘Bambi’, y si bien el quinto clásico de la compañía adolece de severas carencias en otros terrenos que después pasaremos a analizar —aunque bien es cierto que no hace falta ser adivino para saber dónde residen éstas y hasta qué punto atenúan el potencial del filme—, estas no son achacables a un acabado visual que asombra del primer al último plano por su belleza sin par. Responsables de ello son, como decía, tanto lo que compete al diseño del bosque en el que los protagonistas habitan, como aquello que descansa sobre los varios entrañables personajes que, con el tiempo, se han convertido en iconos indiscutibles de la compañía.
Con respecto al primero, hay un nombre cuyo protagonismo resultó decisivo para que el realismo que alcanza la cinta en la descripción del entorno natural donde tiene lugar la acción sea de tan inusitada fuerza: Tyrus Wong. El trabajo del artista chino-norteamericano, que combinaba la rápidez de las aguadas con el carácter contemplativo de la pintura oriental, fue el que terminó por dotar a ‘Bambi’ del personalísimo estilo que lucen sus fondos, produciendo en los tres años que estuvo a bordo de la realización de la cinta centenares de pequeñas guías que los animadores del estudio utilizaron como si de una Biblia se tratara.
Pero, como ya le había pasado a Gustaf Tenggren —cuya participación en ‘Bambi’ fue rechazada por la complejidad de plasmar el detallismo de sus ilustraciones— antes que a él, el abandono de la compañía antes de que se completara la producción provocó airadas miradas por parte de Walt Disney hasta tal punto que en los créditos de la cinta figura tan sólo como uno de los responsables de los fondos, negándosele el reconocimiento por la vital relevancia que su trabajo comportó para una película que no hubiera sido la misma sin su determinante papel en la concreción de ese mundo dinámico, lleno de fuerza, de dramática iluminación, un mundo lleno de contrastes que, en palabras del artista “intentó crear la atmósfera, el sentimiento del bosque”. Huelga decir que lo consiguíó, y buena prueba de ello es, qué duda cabe, la asombrosa secuencia del incendio.
La otra gran característica de ‘Bambi’ es el soberbio diseño y animación que el equipo del filme hizo del ciervo protagonista, del simpático Tambor, de la entrañable mofeta que es Flor, del señor Búho y, en términos generales, de todos los animales que, en un momento u otro, pululan por la pantalla. De entre todos ellos cabría destacar tanto al protagonista, que ya en sus primeros pasos, ya en su edad más adulta, captura con precisión los movimientos reales del animal que representa, como a ese simpático conejo —invención de los responsables de la cinta, ya que no aparecía en el cuento de Salten— que es, sin duda alguna, uno de los más reconocibles personajes de cuántos han pasado por una producción de la compañía.
Aunque creo que no se
(Es conocido por todos, pero aún así, cuidado con el mega spoiler) Ello no quita, no obstante, para que gracias a una banda sonora prodigiosa que encuentra uno de sus más álgidos momentos en la canción que acompaña a las lluvias primaverales, y a ciertos momentos puntuales, ‘Bambi’ se haya terminado convirtiendo generación tras generación en uno de los títulos más queridos de la compañía. Y en este hecho tiene muchísimo que ver una escena en concreto que forma parte indeleble de la historia del séptimo arte, la de la muerte de la madre del protagonista, un momento terrible cargado de tintes trágicos que permanece imborrable más que cualquier otro de la cinta en cualquiera que la viera siendo niño y que con el tiempo ha terminado formando parte de la cultura popular trascendiendo así el mero hecho cinematográfico.
Via:blog de cine
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