Adaptación de los cuentos sobre un niño de madera que Carlo Lorenzini, el verdadero nombre de Carlo Collodi, había publicado en los años ochenta del s.XIX, ‘Pinocho’ (‘Pinocchio’, David Hand, 1940) fue el segundo largometraje producido por Walt Disney y, a día de hoy, sigue ocupando una envidiable posición como uno de los tres mejores que la compañía del ratón Mickey ha completado a lo largo de su fecunda trayectoria. Tanto es así que, como veremos en el desarrollo de la entrada, resulta asombroso tanto el nivel que los animadores y técnicos responsables de la filmación del filme como la maestría narrativa de la que el metraje hace gala de principio a fin.
Podría pensarse que la decisión de embarcarse en la traslación de los cuentos de Collodi a la gran pantalla fue llevada a cabo por Disney tras el descomunal éxito que el visionario artista consiguió con ‘Blancanieves y los siete enanitos’ (‘Snowhite and the Seven Dwarfs’, David Hand, 1938), pero lo cierto es que, con el nombre registrado en 1934, las primeras reuniones que “tito Walt” mantuvo con su equipo artístico —aquellas míticas en las que narraba la película de principio a fin a sus artistas encarnando a todos los personajes— de cara a la producción de ‘Pinocho’ datan de 1938.
Disneyzando un cuento para adultos
Si hay algo que siempre se ha achacado a Disney, desde su primer largometraje, eso ha sido la notable infantilización de las historias que ha querido contar y la constante introducción —muchas veces con calzador— de esos valores que todos los niños deberían tener presentes a lo largo de su formación. Como siempre pasa, los hay que han abrazado esta forma nada velada de adocenamiento infantil como un elemento fundamental en sus vidas y en la de su prole. Otros, como el que esto suscribe, lo han aceptado como una molestia sin relevancia que nunca ha conseguido arrastrar por el fango los magníficos resultados artísticos de las cintas de la compañía. Y después están esos que tanto ruido hacen y que desde el principio sintieron la necesidad de hacerle propaganda gratuita a los títulos de la casa con afirmaciones como la que sigue:
Para mucha gente, la imagen del muñeco de madera la estereotipó Walt Disney. Y creo que si alguien consiguió hacernos desagradable la figura de Pinocho, fue Disney; con su almibarada fantasía y omnipresente sadismo, toda figura de la literatura infantil que tocó Walt Disney quedó corrompida para siempre en la mente de los niños que la sufrieron.Esta afirmación, que formó parte de la nota preliminar que Mª Esther Benítez escribió para la edición de ‘Las aventuras de Pinocho’ publicada en 1972, deja claro que las pasiones que la productora ha levantado a lo largo de las décadas lo han hecho en términos exacerbados en un extremo y otro. Y si bien es cierto que muchos y muy radicales fueron los cambios que Disney y los siete guionistas acreditados introdujeron sobre el texto original — en el libro Pinocho tiene conciencia desde que es un tronco de madera y, por ejemplo, aplasta al grillo sin piedad tras escuchar sus consejos— también lo es que la idea original del relato y su estructura se mantienen intactos en la cinta, fijándose más ésta en el potencial de los personajes de cara a su gran adaptabilidad a la idiosincrasia ideológica del estudio que a la personalidad de los mismos descrita por Collodi.
Cuando la perfección era norma
Dejando atrás inanes debates sobre la idoneidad del mensaje y la moralina que se deriva de los filmes de Disney —unos debates que se dirimen fácilmente en la aceptación o no de los valores de la casa—, no podríamos acometer un texto sobre ‘Pinocho’ sin hacer obligada referencia a la alucinante perfección técnica que la cinta destila de principio a fin. Y ya sé que lo he dicho unos párrafos más arriba pero, a riesgo de parecer reiterativo, permitidme remarcar que estamos ante el segundo largometraje salido de los estudios de animación. Vamos, que haciendo una comparación facilona, ya quisiera Dreamworks que ‘HormigaZ’ (‘AntZ’, Eric Darnell, Tim Johnson, 1998), su primera producción, atesorara los espectaculares valores que cuarenta y ocho años antes había alcanzado la historia de éste singular niño de madera.
De la misma forma que pasara con ‘Blancanieves…? —y como sucederá de nuevo en ‘Fantasía’ (‘Fantasia’, VVDD, 1940)— el mimo y esmero puesto por los animadores tanto en la concreción de las figuras en movimiento como en los fondos con los que éstos van interactuando es de una solidez a prueba de bombas: con la fuerte influencia que ejerció el artista sueco Gustaf Tenggren —que abandonó la producción antes de su finalización y nunca fue acreditado por su trabajo— en el diseño, y el cambio de localización de Italia a Centroeuropa determinado por éste mismo, el cuidado por el detalle se observa de forma temprana en los primeros planos de la casa de Gepetto, el carpintero que creará a Pinocho con la esperanza de que algún día pueda ser un niño de verdad.
Ya en ellos muestra la cinta un gusto exquisito y una voluntad férrea por sorprender al espectador a cada instante con detalles que van en ocasiones mucho más allá de lo que el ojo poco atento puede llegar a percibir, y el paseo por la estancia en la que habita el bondadoso “padre” del personaje central es un recorrido en el que hasta el más pequeño elemento está diseñado para permanecer en la memoria. Con este patrón inicial prolongado a lo largo de toda la cinta en cada uno de los escenarios en los que transcurre la acción —atención especial merecerían el carro de Stromboli o la totalidad de la secuencia submarina— es no obstante en la forma en la que estos “fondos” se relacionan con el movimiento donde encontramos los momentos de mayor maestría visual del metraje.
Aquí habría donde detenerse a placer, desde la secuencia inicial, visualizada mediante la perspectiva de Pepito Grillo —con la cámara dando pequeños saltos hacia la casa de Gepetto para así simular el efecto del avance del personaje—, hasta las mil y una maravillas que aguardan al espectador bajo el mar, pasando por el plano que nos acerca al despertar del pueblo y que años más tarde rescatará ‘La bella y la bestia’ (‘Beauty and the Beast’, Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991), la terrorífica transformación de Polilla en asno o, por supuesto, el alucinante picado secuencial que sigue a Pinocho, Juan y Gedeón por la calle principal y que en su poco más de medio minuto es asombrosa combinación de muchos de los parámetros por los que siempre se han identificado las cintas de los estudios.
‘Pinocho’, la magia del hada azul
Muchas son las ideas que podríamos apuntar en este tramo final de la entrada acerca de ‘Pinocho’, y todas ellas vendrían a estar relacionadas de un modo u otro con el carácter impertérrito de la segunda producción de Walt Disney al paso del tiempo. Y digo de un modo u otro no sólo por haber resistido casi mejor que cualquier otro “clásico” de la compañía el transcurrir de los años se la observe desde dónde se la observe, sino porque su influencia en el séptimo arte es incuestionable y va más allá del mero hecho cinematográfico, trascendiendo su carácter fílmico y convirtiéndose en un icono ineludible de la historia del cine.
Sí, sé que utilicé un discurso cuasi idéntico a la hora de referirme a ‘Blancanieves…’, pero lo cierto es que tanto ésta como ‘Pinocho’ son dos de los ejemplos más evidentes, no ya del cine Disney, que también, sino de lo que servidor entiende por definición de clásico —así, sin comillas que aludan a que la productora siempre haya calificado a sus filmes de tal manera—: ambas atesoran cualidades que no entienden de épocas, modas pasajeras o tecnologías, y la simple universalidad de su mensaje —no creo que a estas alturas haga falta abundar en cuál es la que se deriva de ‘Pinocho‘— es de una contundencia tal que sigue hoy tan vigente como hace setenta años.
Con todo ello, está muy claro que si algún reparo tenía en calificar a ‘Blancanieves…’ de Obra Maestra —reparos que tenían que ver con la parquedad en la definición de algunos personajes—, no voy a arredrarme a la hora de señalar a ‘Pinocho’ como uno de los tres —o cuatro— pináculos que Disney nos ha ofrecido desde sus comienzos, un filme que no se desgasta por mucho que vuelvas a verlo, que sigue emocionando y manteniendo en tensión tras su enésimo visionado y que, además, ostenta una influencia incuestionable en el cine que vino después de él.
Y si a tal respecto cabrían multitud de ejemplos, me quedaré con dos que vienen del mismo nombre y apellido y que resultan tan fundamentales para entender la historia del cine como la propia ‘Pinocho’. El nombre, Steven, el apellido, Spielberg, las dos cintas, las magistrales ‘Encuentros en la tercera fase’ (‘Close Encounters of the Third Kind’, 1977) e ‘Inteligencia Artificial’ (‘Artificial Intelligence’, 2001): en la primera encontramos un final en el que el cineasta instó a John Williams a introducir el ‘When you wish upon a star’ como parte del soberbio clímax musical que acompaña al despegue de la nave nodriza. ¿Y qué decir de la segunda? Pues que, mal que le pese a sus muchos detractores, se trata de uno de los cinco mejores títulos del cineasta y una acongojante vuelta de tuerca sobre la historia del niño artificial que quería ser real.
Via:blog de cine