Será tónica habitual durante las semanas que nos aproximemos a los clásicos de la factoría Disney, que en más de una ocasión comience la entrada correspondiente tirando de recuerdos. A fin de cuentas, como refleja el texto que acompaña mi perfil, la primera película que acudí a ver al cine con tres años fue ‘El libro de la selva’ (‘The Jungle Book’, Wolfgang Reitherman, 1967), y desde aquel día nunca he perdonado ninguno de los estrenos que la productora ha ido acumulando. Así pues, si mi memoria no me falla, la primera vez que tuve la oportunidad de ver ‘Fantasía’ (‘Fantasia’, VVDD, 1940) estaba ya en el instituto, y un profesor de literatura con el que tenía muy buena relación me pasó una copia original en VHS aconsejándome que “me olvidara de todo lo que hasta entonces había visto de Walt Disney”.
Dicho consejo me pareció de lo más intrigante ya que —estamos hablando de 1990-1991— había visto todo aquello que había disponible en formato doméstico de la compañía de Mickey y con la sorpresa que habían supuesto los recientes estrenos de ‘La sirenita’ (‘The Little Mermaid’, Ron Clemens y John Musker, 1989) y ‘La bella y la bestia’ (‘Beauty and the Beast’, Gary Trousdale y Kirk Wise, 1991), dudaba bastante de que la advertencia fuera encaminada a prepararme para algo muy diferente a lo que consideraba el estándar Disney. ¡Cuan equivocado estaba!
Amante como siempre he sido de la música clásica, las dos horas que aquella cinta de VHS me tuvo pegado a la pantalla del televisor de casa de mis padres cambiaron ostensiblemente mi modo de entender mucho de lo que llevaba años escuchando, apercibiéndome gracias a las bellísimas imágenes que el filme ponía en juego de toda una nueva forma de apreciar tanto las piezas que conforman una cinta absolutamente fascinante, como las incontables que conformaban mi ya por aquél entonces nutrida colección de compositores clásicos.
‘Fantasía’ supuso pues, en lo personal, mucho más de lo que las palabras de mi antiguo profesor me habían profetizado en cierto modo, y nunca le estaré lo suficientemente agradecido por haber provocado en aquél adolescente que era entonces la apertura a toda una nueva forma de entender el cine por la que, cincuenta años antes, Walt Disney había apostado de tal manera que el comprensible fracaso en taquilla de la cinta sumió en una fuerte depresión a un artista que quizás aquí dio las muestras más inequívocas y categóricas de merecer el apelativo de visionario.
Un sueño
En una profesión que ha sido un interminable viaje de descubrimientos en los reinos del color, el sonido y al movimiento, ‘Fantasía’ representa nuestra más excitante aventura. Por fin hemos encontrado una forma para usar en nuestro medio la gran música de todos los tiempos y el torrente de nuevas ideas que ésta inspira.
Walt Disney
Así se expresaba Walt Disney en el programa de mano que se entregó a los asistentes de la premiere mundial de ‘Fantasía’ llevada a cabo el 13 de noviembre de 1940 en el Broadway Theater de Nueva York, la misma sala que, doce años antes, había acogido el estreno de ‘Steamboat Willie’. Característico de su forma de pensar, la tercera palabra de la cita deja claro que el cineasta siempre consideró, incluso cuando se le tachaba de mero “animador” diecisiete años antes, que sus producciones llegarían a tener algún día la misma clase de galas de estreno que aquellas destinadas a los filmes de imagen real. Huelga decir que con el arrollador éxito de ‘Blancanieves y los siete enanitos’ (‘Snowhite and the Seven Dwarfs’, David Hand, 1938), Walt había cumplido de sobra su sueño.
Un sueño que ya había crecido sobremanera con el siguiente escalón en las producciones de la compañía —la ya comentada ‘Pinocho’ (‘Pinocchio’, David Hand, 1940)— y que en el filme que hoy nos ocupa iba a encontrar, y de esto no cabe duda alguna, su reflejo más ambicioso; uno que causaría muchísimos quebraderos de cabeza al artista y, como decía antes, dejaría honda huella en su pesar.
Pero antes de que la cinta se estrellara en taquilla en su primer estreno —‘Fantasía’ ha sido una de las cintas de Disney que más reposiciones ha conocido, volviendo a poder verse en la gran pantalla en 1946, 56, 63, 69, 77, 82, 85 y 90— la desbordante ilusión con la que Disney abordó el proyecto, la misma que ponía siempre en cada nueva producción y que demostraban de forma temprana aquellas míticas reuniones con su equipo artístico donde “actuaba” para ellos la cinta al completo, encontró precisa respuesta en la figura de Leopold Stokowski, el afamado y temperamental director de orquesta —antológico es aquél capítulo de los ‘Looney Tunes’ en el que Bugs Bunny lo imita— que se pondría al frente de los muchos arreglos musicales que se efectuaron sobre las piezas que componen este concierto en imágenes que es ‘Fantasía’.
‘Fantasía’, una nueva forma de entender la música y el cine
Lo que van a ver a continuación son los dibujos, imágenes y narraciones que la música ha inspirado en la imaginación de un grupo de artistas. En otras palabras, estas no van a ser las interpretaciones de músicos profesionales (…) Hay tres clases de música en el programa de ‘Fantasía’. En primer lugar tenemos la música que cuenta una historia completa; luego aquella que, aunque no contiene un argumento específico, si esboza una serie de imágenes más o menos definidas. Por último tenemos la tercera clase, aquella que existe simplemente por sí misma (…) lo que llamamos música absoluta.Si hay algo que debe quedarle claro a todo aquél que no se haya atrevido a acercarse nunca a ‘Fantasía’ —y si ese es tú caso no te lo pienses dos veces y hazte con ella— es que el tercer largometraje salido de la fértil inventiva de Walt Disney es un experimento de principio a fin que muy poco tiene que ver con las dos cintas que la precedieron y con lo que vendría después: como decía en el párrafo anterior, ‘Fantasía’ es un concierto en imágenes y, como tal, todos sus segmentos van respondiendo de forma íntima a las necesidades marcadas por las piezas que lo componen, planteando sus ocho “capítulos” retos bien diferenciados tanto para los artistas que se sentaron hace setenta años delante del tablero de dibujo como para el público que desde entonces lo ha hecho a este lado de la pantalla.
Y como prueba de ello, nada mejor que la composición que abre la cinta, una soberbia versión orquestal de la ‘Tocata y Fuga en Re Menor BMW 565’ de Johann Sebastian Bach, nueve minutos de imágenes abstractas que supongo dejarían estupefacto al público que asistió a la premiere de la cinta en 1940, y para la que Disney contó con la inestimable —aunque algo problemática— ayuda de Oskar Fischinger, un cineasta europeo que ya había experimentado con formas no concretas y fondo musical en varios filmes y cuya intervención fue determinante para la concreción de la introducción de ‘Fantasía’.
Tras la composición de Bach, el rumbo de las imágenes cambia por completo de tercio, y nos ofrece los dos segmentos por los que ‘Fantasía’ ha logrado ser más reconocida a lo largo de las décadas, la ‘Suite del Cascanueces’ de Piotr Illyich Tchaikovski —y su icónico baile de las setas— y, por supuesto, ‘El aprendiz de brujo’ de Paul Dukas, un prodigio de narrativa visual y conjunción entre música e imágenes que supuso el cambio definitivo en la imagen de Mickey Mouse y con el que hay que descubrirse el sombrero cada vez que se vuelve a ver, atesorando momentos de auténtico genio —aquél en que el ratón agarra el hacha y destroza la escoba es asombroso—.
Generador de gran polémica con la iglesia y de no pocas y airadas disputas entre Stokowski e Igor Stravinski —a colación de las mutilaciones que el primero efectuó sobre la partitura original—, la adaptación del ballet ‘La consagración de la primavera’ que el segundo compuso para el ballet ruso de París es, con sus veintidós minutos, el segmento más largo y la prueba más “dura” que el espectador que se acerque a ‘Fantasía’ deberá soportar: fascinante de principio a fin, la ambiciosa reinvención de las danzas con las que Stravinski había imaginado la prehistoria rusa en un relato que aborda la formación de la vida en la Tierra desde el origen del universo a la extinción de los dinosaurios es un pasaje intenso pleno de momentos de esos que quedan en la memoria para siempre —el ataque del tiranosaurio es asombroso—, pero también es, sin duda alguna, el menos “amable” de cara a la galería y el que más duras críticas recibió tras el estreno, ya fuera por la temática elegida, ya por la crudeza dodecafónica de la genial composición del músico.
Compensando en cierto modo la elección con la que finalizaba la primera parte del programa, y tras la tontada pedagógica de “la banda sonora”, la segunda mitad de la cinta arranca con el otro segmento de amplia duración de la cinta, los algo más de veintiún minutos de la ‘Sinfonía nº6 en Fa Mayor Op.68’ de Ludwig Van Beethoven, conocida también como la ‘Pastoral’, que en manos de los artistas de Disney se convierte en un paseo bucólico por los paisajes del Olimpo, poblado éste de criaturas como pegasos, centauros y centaurettes —que protagonizan el único desnudo frontal de una cinta de la compañía— sátiros, y dioses como Baco, Vulcano o el propio Zeus. Una nueva maravilla cuyos momentos finales son de una belleza impresionante.
También para aliviar la carga de ‘La consagración de la primavera’ viene a ayudar a la composición de Beethoven la divertídisima ‘Danza de las horas’, extraída de la ópera ‘La Gioconda’ de Amilcare Ponchielli en la que avestruces, hipopótamos, elefantes y cocodrilos ejecutan un ballet lleno de chispa en el que sin duda es el segmento más afín a los cortos del estudio y a esas ‘Silly Simphonies’ que se encuentran en los cimientos que servirían a Walt Disney para construir ‘Fantasía’.
Y llegamos al final con la pieçe de resistance de la función, una doble exquisitez magistral que cierra dos horas de apasionante metraje, y que componen ‘Una noche en el monte pelado’ de Modest Moussorsgsky y el sublime ‘Ave María’ de Franz Schubert: enlazadas de tal manera que las campanas con las que finaliza la primera son aquellas que llaman a los fieles a la oración de la segunda, los casi quince minutos sobre los que se extiende la conclusión de ‘Fantasía’ rozan momentos que van más allá de lo que la palabra puede expresar, ya sea en esa orgía del mal comandada por Chernobog, un gigantesco demonio alado que se cuenta como una de los iconos más potentes de la compañía, ya en la extrema y poética belleza que dimana de todos y cada uno de los planos del ‘Ave María’.
La elaboración de esta última habla, sin lugar a dudas, del compromiso que Walt Disney adquirió para con su creación, contando con el plano secuencia más largo de la historia de la animación para el que hubo de construirse una nueva cámara multiplano y cuyo rodaje fue una auténtica odisea que se llevó a cabo durante seis días y seis noches seguidas con la sola interrupción de las “tres horas que Walt dedicaba una noche a la semana a jugar al badminton en los estudios” para después tener que desechar el material filmado y volver a repetir todo un proceso que, terremoto de por medio, finalizó a tan sólo 24 horas del estreno de la cinta en Nueva York.
Una ‘Fantasía’ para cada generación
Concebida como ya he dicho antes en forma de concierto visual, la idea inicial de Disney antes de que la cinta no fuera bien acogida por el público —cosa que sí pasó, por cierto, en su reestreno de 1956— era que ‘Fantasía’ se hubiera vuelto a estrenar cada año con nuevas incorporaciones, mutando así su estructura de forma que cada vez la experiencia fuera diferente. A tal efecto, y durante la producción del filme, se trabajó en hasta once secuencias diferentes de las cuales sólo tres llegaron a completarse, aunque fueron usadas en otras producciones. Acompañando a estas líneas tenéis una de ellas, el ‘Claro de Luna’ de Claude Debussy, cuya eliminación del montaje final se debió a su evidente parecido con el ‘Ave María’.
Con ‘Pedro y el Lobo’ de Prokofiev y ‘El vuelo del moscardón’ de Rimsky Korsakov viendo la luz en ‘Música maestro’ (‘Make Mine Music’, VVDD, 1946) y ‘Tiempo de melodía’ (‘Melody Time’, VVDD, 1948) respectivamente, en el tintero se quedaron cosas como ‘La cabalgata de las Valkirias’ momento cumbre de ‘Die Walküre’ de Richard Wagner, la bella ‘El cisne de Tuonella’ de Jean Sibelius o el ‘Vals del minuto’ de Frederic Chopin, piezas todas sumamente atractivas que, de haberse cumplido la voluntad de Walt Disney, habrían supuesto seguramente una apasionante extensión de una cinta que, a todas luces, es una de las obras maestras no ya de los estudios, que también, sino de la historia del séptimo arte.
Una lástima que tuvierámos que esperar 59 años para que la productora hiciera honor al legado de su fundador y se atreviera con una nueva encarnación de ‘Fantasía’. Pero de eso ya hablaremos en unos meses…
Via:blog de cine