Jarmusch filma con sensualidad estética a Tilda Swinton y Tom Hiddleston, pero Philippe Grandrieux y Yann Gonzalez nos recuerdan lo que excita ensuciarse. Por D. DE PARTEARROYO
¿Qué has visto? Mis picoteos de la programación global persisten en mantenerse alejados del oropel del Auditori (creo que ya sabría trazar de memoria un mapa topográfico de las manchas de roña que tiene la pantalla del cine Prado tras todas las horas que pasamos juntos al día) salvo en casos indispensables. Y desde luego que Only Lovers Left Alive, la incursión vampírica de Jim Jarmusch inspirándose en el Diario de Adán y Eva de Mark Twain, lo era. También es una de las mejores películas del año. Absorbente desde sus primeros compases cenitales, la historia de amor centenario entre los vampiros interpretados por Tilda Swinton y Tom Hiddleston, tan cultos, esnobs y misántropos como la inmortalidad los ha esculpido (habitantes del siglo XXI con espíritu del XVI), entran de lleno en el top del género colmados de elegancia y contención. Pero la sangre del filme la ponen una Mia Wasikowska tan breve como magnética y el músculo formal del Jarmusch reciente, que sigue fiel a sus tiempos muertos, pero cada vez más meticulosamente controlados y filmados. No estaría nada mal que se llevara premio gordo.
El resto del día lo dediqué a pálpitos en secciones paralelas, como la comedia Vulgaria, del hongkonés Pang Ho-cheung. Boba, irregular y sólo divertida a flashazos, pero tremendamente desintoxicadora y uno de esos títulos que te deja con la sensación de que nunca lo habrías visto si no fuera gracias al festival. Esa disposición tan abierta, con sorpresas tan peculiares como ésta, no deja de sorprenderme. Porque la ingeniería detrás de una programación que junta White Epilepsy, la última exploración corporal de Philippe Grandrieux, con un ejercicio lleno de tics de mala digestión como The Taking (del dúo The BAPartists) no deja de ser digna de estudio.
La propuesta de Grandrieux, por su lado, probablemente sea de lo más radical del certamen. 68 minutos de exploración estática del encuentro entre dos cuerpos que luchan por exteriorizar inhumanidad y chocan en un espacio de indeterminación violento y sexual. Puro Francis Bacon salvaje, reafirmación de una fisicidad hiriente y búsqueda de sensualidad en la abyección. No fue mala idea verla el mismo día que la muy diferente pero cercana Les rencontres d'après minuit, ópera prima de Yann Gonzalez. En ella, una serie de personajes variopintos se disponen a participar en una orgía sexual que pareciera organizada por Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval (directores de La cuestión humana y Low Life), pero terminan relatando su propio Decamerón mientras se besan, magrean y masturban a los compases de una banda sonora eléctrica cortesía de M83 y John Maus.
Frente a tanta voluptuosidad esquinada, esta misma mañana The Machine (Caradog James) ha espolvoreado un poco de la sal y pimienta de género que necesita un festival de este tipo. Ciencia-ficción británica centrada en la inteligencia artificial y sus peligrosos usos militares, no puede evitar la fragilidad de su guión o que la humildad presupuestaria aflore en una fotografía monótona y falsamente cool (tanto reírle a J.J. Abrams los lens flare, mira lo que hemos conseguido), pero lo compensa con buenas ideas de efectos especiales y un argumento de máquinas inteligentes canónico y bien planteado. No pasará a la historia ni se quedará en nuestras memorias, pero a Sitges también venimos a tener buenos ratos así, sin necesidad de conocer previamente el nombre del director.
¿Qué imagen se te ha quedado grabada? Tilda Swinton y Tom Hiddleston bailando Trapped by a Thing Called Love, de Denise LaSalle. Aunque toda Only Lovers Left Alive está llena de momentos igual de memorables.
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