¿De dónde viene la relación entre el cine y las palomitas? Una
historia de depresión, escasez y guerra. Por JAVIER SÁNCHEZ NAGORE
Hay sabores y olores que van inevitablemente ligados a un
determinado lugar o ambiente. No puede negarse que el olor del algodón
de azúcar recuerda a la feria, que las castañas asadas
nos recuerdan que hace frío y un
Calippo que hace calor... y que las palomitas nos llevan de forma irremediablemente al cine, ya sea en una sala o en casa, las ames o
te molesten.
Pero, ¿por qué palomitas y no otra cosa? Estar sentado en una butaca o
en el sofá de casa con dos horas de película por delante invita, sin
duda, al picoteo, pero no son las
pipas, los
Boca-Bits o los
Risketos
los que nos huelen a película, sino las palomitas. Este vínculo,
aparentemente aleatorio entre el olor del maíz tostado y el séptimo
arte, tiene sin embargo un origen ya casi centenario, y no es casual.
La gran depresión, comienzo del consumo en masa
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En los años de la
gran depresión en Estados Unidos,
e incluso antes, el concepto de cine como espectáculo era bien
diferente al de ahora. Si en la actualidad acudir a una sala con cierta
regularidad es un placer que
no está al alcance de todos los bolsillos
(menos aún para quienes tienen hijos), a principios de siglo el
concepto era más democrático y mucha gente acudía al cine como manera
de pasar el rato por un precio económico. Era, además, la única manera
de ver una película antes de que se inventara la televisión.
El
precio de una entrada en los años 30 en Estados Unidos rondaba los 20
céntimos de dólar, unas 40 veces inferior al precio actual, y
un par de décadas antes el mismo espectáculo se podía presenciar por
sólo cinco céntimos. Aún ajustando la inflación, no deja de ser un
precio más asequible que el actual.
Con las salas llenas de
gente con escasos posibles y estómagos no demasiado bien servidos,
había que proporcionar algún alimento que, además pudiera suponer un
negocio para el propietario del cine.
Había que mantener al respetable saciado durante las sesiones, que
podían ser dobles, y había que hacerlo por muy poco dinero.
Los
cacahuetes eran una alternativa, aunque dejaban demasiados residuos en
el suelo y los dulces no ofrecían, antes de una fabricación industrial
extendida, demasiado margen de beneficio. Los espectadores empezaron a
desarrollar el gusto por acudir a las sesiones con palomitas que se
vendían en las inmediaciones de los cines, pero éstos fracasaron en sus
primeros intentos de venderlas en el propio local, al desprender las
máquinas para fabricarlas un olor demasiado fuerte. La invención de
nuevos aparatos durante los años 30 permitió que las palomitas, por fin,
pudieran venderse en el mismo lugar de la proyección. Su precio, que
rondaba los
diez céntimos de dólar por bolsa, era
asumible para el bolsillo del humilde espectador y dejaba un buen
margen de beneficio al propietario de la sala por la abundancia y bajo
coste de la materia prima.
La Segunda Guerra Mundial y la consolidación
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La
fórmula del cine más palomitas cogió fuerza y se asentó con los años
pese a la pujanza de nuevos productos industriales que querían subirse
al carro de un negocio muy rentable. En este sentido, la
Segunda Guerra Mundial
supuso un nuevo empujón para la venta de palomitas, ya que el gobierno
estadounidense racionó algunos productos básicos como el azúcar, pero
dio su beneplácito para que las palomitas se siguieran produciendo
masivamente, tanto por la abundancia del maíz como recurso estratégico
como por el alto contenido energético de las palomitas, algo nada
desdeñable en tiempos de escasez.
Pasada la guerra y el
racionamiento del azúcar, las palomitas de maíz habían consolidado su
monopolio en las salas de cine y se habían extendido a Europa, que
empezaba entonces su época de penurias. La aparición de la televisión,
lejos de suponer el fin de las palomitas, sólo conllevó una adaptación
del negocio al medio, tal y como lo hizo el cine en sí. La llegada del
microondas (en cuya invención, curiosamente, tuvieron mucho que ver las palomitas como
conejillo de indias)
a las casas trajo consigo un nuevo consumo doméstico masivo, y como la
relación mental de cine más palomitas ya estaba hecha, la expansión
del producto fue coser y cantar.
¡Pop!
Via:Cinemania
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