Ante el estreno en España de 'The Zero Theorem', te ofrecemos esta guía
'gilliamesca' para hacer historia del cine a pesar de los desastres.
Que nosotros sepamos, el mundo aún no se ha acabado, victima de una
agostadora ola de calor en pleno noviembre, mientras un líder ecologista
muy parecido a
Brad Pitt pronuncia discursos sobre el
cambio climático. Así mismo, y de momento, nuestra redacción sigue sin
derrumbarse bajo el talón de un pie gigante. Además, esas hordas de
samuráis fantasmales, torturadores con máscaras de bebé y murciélagos
alucinógenos contra las que llevábamos meses pertrechándonos deben estar
almorzándose su
spam, porque aún no les ha dado por tomar las calles para propagar un virus letal. Aun así, no cantemos victoria: esta semana,
Terry Gilliam estrena en España
The Zero Theorem, su nueva película (con
Christoph Waltz, Tilda Swinton, Matt Damon y
Lily Cole en
el reparto). Y, tratándose de un director tan tremendamente marcado por
el mal fario, cualquiera podría temerse que el lanzamiento de su nuevo
filme coincidiese con el mismísimo Apocalipsis. No por nada en especial,
sino porque este estadounidense de nacimiento y británico de adopción
tiene, digamos, cierta tendencia a atraer sobre sí las casualidades
desastrosas.
Ante semejante perspectiva, en
CINEMANÍA hemos
decidido dejar un compendio de sabiduría que sobreviva al colapso de
nuestra civilización: tras recibir las enseñanzas del profeta
Brian (ya sabéis, ese que nació en el pesebre de enfrente), consultar la biblioteca del
Castillo de Aaaargh, adentrarnos en los archivos del
Ministerio de Información con riesgo de nuestra vida y
descifrar las escrituras secretas del
Doctor Parnassus mientras tarareábamos canciones de
Tom Waits, hemos obtenido acceso a un conocimiento no apto para ojos humanos. ¿Se trata del
sentido de la vida? No, pero casi: a continuación,
cinemaníacos y
cinemaníacas, os ofrecemos
los 10 mandamientos de lo gilliamesco. Unas
Tablas de la Ley que os permitirán entender cómo un señor tan proclive a
las catástrofes no sólo ha seguido dirigiendo películas contra viento y
marea, sino que también se ha convertido en
uno de los cineastas más originales, imprevisibles y geniales de la historia.
Amarás al absurdo sobre todas las cosas

Aunque resulte fácil imaginárselo así, el joven
Terence Vane Gilliam no era un gamberro adolescente, propenso a deglutir alucinógenos mientras leía los reportajes de
Hunter S. Thompson para
Rolling Stone. Todo lo contrario: durante sus años de instituto en
Panorama City (Los Ángeles), nuestro futuro cineasta majara destacó por su brillantez en los estudios, así como por una popularidad entre sus
compas que le llevó a ser delegado de clase, primero, y después
‘rey del baile’ en su graduación (un sarao que, sorprendentemente, no acabó como el de
Carrie).
¿Qué ocurrió, entonces, para transformar a aquel Terry en el Gilliam
que hoy todos conocemos y amamos? Pues, según cuenta él mismo, su
metamorfosis vino dada por tres factores: la perniciosa influencia de la
publicación humorística
Mad, cuyos ejemplares leía con avidez, un progresivo hartazgo hacia la situación política de EE UU (
“Soy mejor dibujando que poniendo bombas: por eso mi país sigue donde está”)
y la constatación de que, si bien lucrativo, su trabajo como dibujante
publicitario no le salvaba de la alienación existencial, ni tampoco de
recibir puntuales arrestos y palizas por parte de unas fuerzas del orden
nada comprensivas hacia sus pintas de
hippie. Tras hacer amistad con un tal
John Cleese, Gilliam decidió que su salvación estaba en el Reino Unido.
No tomarás el nombre de los Monty Python en vano
Una vez llegado a Inglaterra, Terry Gilliam comenzó a trabajar con su nuevo amigo Cleese y con otros señores llamados
Eric Idle, Terry Jones y
Graham Chapman en un programa televisivo titulado
Do Not Adjust Your Set. Como ya te habrás imaginado, se trataba del germen de
Monty Python’s Flying Circus, ese
show dispuesto a apabullar a los espectadores al grito de
“Y ahora, algo completamente diferente”. En el seno de los
pythons, nuestro hombre se dedicó sobre todo a la creación de esos
sketches animados
(empezando por los créditos del programa, y siguiendo por interludios
de un delirante subido) en los que combinaba sus propios dibujos con
materiales ajenos de todo tipo, y cuyo surrealismo febril, y a veces
pesadillesco, le dejaba claro al público que aquello no era un espacio
de humor como otro cualquiera. Ah, y también interpretaba a
un caballero medieval armado con un pollo de plástico. Por
mucho que las relaciones entre los miembros del sexteto hayan sufrido
sus altibajos con los años, Gilliam nunca ha renegado de esta alianza:
se encargó de diseñar los créditos para todos los largometrajes del
grupo, que también codirigió,
adquirió las grabaciones originales del programa
a fin de preservarlas para la historia y se ha prestado gustoso (aunque
sin escatimar ironías) a las reuniones celebradas por sus ex
compañeros. En una de ellas, por cierto, volcó una urna que
-presuntamente- contenía las cenizas del llorado Graham Chapman. Tenía
que ser él, claro.
Santificarás la locura
Echémosle la culpa al consumo de ciertas sustancias, o a la música de su adorado
Frank Zappa. Lo cierto es que, desde
Story Time (1968)
y
Miracle of Flight (1971),
sus
primeros cortos de animación, Gilliam no sólo se ha dedicado a
dispensar imágenes que llevan al espectador a preguntarse si le han
echado algo raro en el café, sino también a mostrarnos sus simpatías
por
personajes cuya percepción de la realidad está algo alterada. Échale un vistazo somero a la filmografía
gilliamesca, y
verás que nuestro director siempre escoge como héroes (o, más bien,
antihéroes) a hombres y mujeres para los cuales la cordura no supone un
apoyo, sino un lastre que les ata a una realidad miserable: desde
el funcionario
Jonathan Pryce de
Brazil al
Christoph Waltz de
The Zero Theorem, pasando por el
Robin Williams de
El rey pescador y el
Bruce Willis de
Doce monos, todos
los protagonistas de Gilliam van a la busca de un ‘algo’ que la razón
no puede ofrecerles. ¿Hemos mencionado ya que, desde chaval, nuestro
hombre es un apasionado de la leyenda artúrica, y en concreto de las
historias sobre la búsqueda del
Santo Grial? Pues lo mismo eso tiene algo que ver.
Honrarás a los niños
Tras su primer largometraje en solitario
(La bestia del reino), un trabajo
que pasó algo desapercibido, Gilliam cosechó su primer éxito de taquilla con
Los héroes del tiempo (1981). Película ésta en la que nuestro director contó con un amigo ilustre como productor
(George Harrison, el ex
beatle que ya había invertido en las películas de los Monty Python) y con colaboraciones de sus colegas John Cleese, Michael Palin
y
Terry Jones, amén de con
Sean Connery y
Jim Broadbent en el reparto.
Los héroes del tiempo no
sólo logró grandes críticas, y unos ingresos que quintuplicaron su
presupuesto: también nos hizo ver que el retorcido corazón de Gilliam
alberga una simpatía especial para los más
peques. “Especial”
en todos los sentidos, porque si bien Terry trata a sus figuras
infantiles con una ternura vetada a los adultos, no se priva de
someterles a ordalías inimaginables, tanto en el plató
(Sarah Polley, que sufrió lo suyo rodando
Las aventuras del barón Munchausen, puede atestiguarlo) como en la historia, según comprobamos al ver cómo lo pasa la pobre
Jodelle Ferland en
Tideland. Tal vez por ello,
J. K. Rowling consideró a Gilliam como el director más indicado para llevar al cine
Harry Potter y la Piedra Filosofal: pese
a la insistencia de la escritora, y al hecho de que Terry es fan del
mago con gafas y sus amigos, los productores ejercieron su derecho a
veto, encargándole el trabajo a
Chris Columbus.
No codiciarás finales felices
Huelga decir que Terry Gilliam odia Hollywood:
“Si Dios existiera, y me refiero al Dios del Antiguo Testamento, demolería ese sitio”, ha dicho. Y lo que más detesta de la maquinaria
hollywoodiense es su insistencia en hacer que todas sus películas terminen bien.
Por
tanto, Gilliam prefiere rematar los filmes a la manera trágica, salvo
que se trate de encargos alimenticios. Y, cuando un productor trata de
meter mano en sus proyectos más personales, está dispuesto a llegar a
las últimas consecuencias para salvar la visión original: el caso más
extremo bien podría ser el de
Brazil, su obra maestra de 1985.
“Los ejecutivos de Universal estaban aterrorizados por el final”, explicó
durante una charla con Salman Rushdie,
“y cuando me negué a cambiarlo, me quitaron los negativos y empezaron a
recortarlos por todas partes (…) ellos creían que si empezaban a
permitir que se hiciera arte, y a consentirnos cosas así a los
directores, Hollywood se vendría abajo”. La respuesta de Gilliam, memorable y estilosa, fue contratar
un anuncio a toda página en la revista Variety con el siguiente texto:
“Querido Sid [Sheinberg, presidente de Universal]: ¿Cuándo vas a estrenar mi película Brazil?”. Gracias a dicha maniobra, y a las
proyecciones clandestinas organizadas por Gilliam para que los críticos vieran el filme en versión completa,
Brazil acabó
llegando a los cines tal y como su director la había concebido. Lo
cual, en si mismo, podría contar como un final feliz: qué cosas.
Robarás ideas, pero con gracia
Ya que hablamos de
Brazil, digamos que este filme era una suerte de adaptación (distorsionada hasta lo irreconocible) de
1984, la novela de
George Orwell. Y,
si hurgamos un poco en su filmografía, veremos que todas sus películas
parten de fuentes literarias y artísticas de toda índole, como si se
tratara de
collages audiovisuales. ¿Es Gilliam, entonces, un ladrón de ideas? Pues no: se trata de un cineasta
capaz de hacer suyos referentes de todo tipo, amoldándolos a su demencial universo. Es más: cuando le dio por llevar a la pantalla un libro presuntamente inadaptable,
Miedo y asco en Las Vegas (1998), asumió todos los esfuerzos posibles para que las alucinaciones de
Johnny Depp y
Benicio Del Toro fuesen plasmadas con el máximo detalle posible. El maestro
Chris Marker, cuyo cortometraje
La jetée proporcionó su premisa a
12 monos (1995),
supo reconocer esto con singular elegancia: lejos de emprenderla con su
colega anglosajón, Marker se sintió honrado con la referencia, y en su
última entrevista con la publicación
Cahiers du cinema no se cortó en aclamar a Gilliam
“un genio”. Eso es elegancia…
No consentirás que los desastres puedan contigo
Si hay una leyenda asociada al nombre de Terry Gilliam, esa es la que le califica como
el director más gafe de la historia del cine. Y,
dada su trayectoria, no es que en ella halla algo de cierto, sino que
cualquiera diría que a nuestro hombre le miró un tuerto al nacer. Aparte
de las mil y una tribulaciones de
Brazil (recogidas por
Jack Matthews en el libro-reportaje
The Battle of Brazil -1987-) y el abismal fracaso de
Las aventuras del barón Munchausen en taquilla (motivado en gran medida por la mala distribución, y que arrojó
61 millones de euros -ajustados- en pérdidas), la ‘maldición de Terry Gilliam’ tiene dos exponentes máximos. El primero, como saben quienes han visto el documental
Lost in La Mancha, fue el rodaje de la inconclusa
The Man Who Killed Don Quixote: la adaptación
gilliamesca del clásico de Cervantes sufrió inundaciones (en un páramo tan reseco como las
Bárdenas Reales, al norte de Madrid), la presencia
no
solicitada de cazas a reacción (asegurarte de que tu lugar de rodaje
estaba lejos de una base militar hubiera ayudado, Terry) y una lesión
que incapacitó al protagonista
Jean Rochefort obligando a cancelar el filme. El segundo ejemplo, mucho más luctuoso, fue la muerte de
Heath Ledger durante el rodaje de
El imaginario del doctor Parnassus. En
aquella ocasión, Gilliam sí pudo probar de qué pasta está hecho: lejos
de amilanarse, nuestro hombre reunió a amigos del difunto (Johnny Depp,
Jude Law y
Colin Farrell) para que interpretaran a álter egos de su personaje. Y no sólo eso: cuando
Tom Cruise trató de sumarse al proyecto, le despachó con cajas destempladas.
Te ganarás la lealtad de tus amigos
Tratándose de un sujeto que atrae a las calamidades, cualquiera
pensaría que la presencia de Gilliam en una productora, o una agencia de
casting, provoca huidas masivas y despendoladas. Nada más lejos de la
realidad: estamos hablando de un director capaz de ganarse la lealtad de
cualquiera que haya trabajado con él, así como de formar a su alrededor
equipos más o menos estables de actores y técnicos. Sin ir más lejos,
Johnny Depp se refiere siempre a él como
“el maestro Gilliam”, y le profesa un enorme cariño pese a haber padecido los rigores de
The Man Who Killed Don Quixote. Así mismo, otros actores como
Matt Damon (El secreto de los hermanos Grimm), Lily Cole, Jonathan Pryce, Peter Stormare o
Robin Williams (quien se marcó un brevísimo cameo en
The Zero Theorem antes
de morir) han dejado claro que, si Terry les dice “ven”, lo dejan todo,
siempre que los presupuestos y las agendas lo permitan. Esta lealtad se
extiende a otros profesionales, como el guionista
Charles McKeown y el director de fotografía
Nicola Pecorini. Además,
¿hemos dicho ya que nuestro hombre vive un feliz matrimonio desde 1973,
y que sus vástagos -dos hijos y una hija- colaboran habitualmente en
sus películas? Oooh…
Tendrás siempre un estilo propio
A estas alturas, ¿se sorprenderá alguien si decimos que Terry Gilliam
le cuesta horrores encontrar financiación para sus películas?
Así pues, y como más
cornás da el hambre, nuestro héroe se ha ganado las lentejas con la
publicidad… pero logrando que sus anuncios siempre tengan ese estilo cien por cien
gilliamesco basado en la claustrofobia, el delirio y lo inesperado (y las tuberías). Nuestro ejemplo favorito, por supuesto, es
The Secret Tournament, esa serie de
spots para
Nike en los que
Thierry Henry, Gaizka Mendieta, Denílson, Cannavaro y otros astros del fútbol jugaban demenciales pachanguitas a bordo de un barco, con
Eric Cantona como
tremendo maestro de ceremonias. Pese a lo esperable, ninguno de los
participantes salió de aquella jaula con una tríada, o algo peor.
Acumularás proyectos irrealizables
Tras tanto chascarrillo sobre su mala pata, admitamos que las
tribulaciones de Terry Gilliam no se deben sólo al azar: en ellas
también media
un perfeccionismo obsesivo e insobornable, así
como una propensión a salirse del presupuesto y a dilatar los rodajes
hasta extremos que acabarían con la cordura de cualquier director de
producción. Por ello, y también porque nuestro hombre no suele aceptar
películas de encargo a no ser que no le quede otra, resulta fácil de
entender que Gilliam tenga casi tantos proyectos nunca realizados (o
rechazados) como
Stanley Kubrick. Dejando aparte su encuentro fallido con
Harry Potter, Gilliam estuvo a punto de filmar una adaptación de
Watchmen, idea que abandonó cuando
Alan Moore (guionista del cómic original) le aconsejó que no se metiera en semejante jardín. Por otra parte, los productores de
Forrest Gump, American Beauty y
Enemigo mío, entre otras películas, trataron de persuadirle para que las dirigiera, sin conseguirlo. Por otra parte, además de
The Man Who Killed Don Quixote, hay
otros dos proyectos en los que ha invertido mucho tiempo y esfuerzo,
pero que seguramente nunca llegarán a ver la luz: hablamos de una
adaptación de
Historia de dos ciudades con
Mel Gibson de protagonista, y de
Buenos presagios, otra adaptación literaria a partir de la novela de
Terry Pratchett y
Neil Gaiman. A decir de este último escritor,
“la
historia siempre es la misma: Terry quiere hacer la película, y Terry
tiene el guión, pero nadie quiere darle a Terry 70 millones de
dólares”. Dado que
Buenos presagios es una alegre
comedia sobre ángeles, demonios, el Anticristo y el Apocalipsis, lo
mismo el hecho de que Gilliam se quede sin dirigirla no es tan mala
idea… por mucho que a sus
fans nos fastidie.
Via:cinemania