¿Te gustaría ver 'Gravity' sin música? Nosotros daríamos lo que fuera
por revisar estos filmes sin tener que sufrir sus partituras.
Impactante en lo visual, revolucionaria en lo técnico, impactante a la par que emotiva en su guión… Está claro que
Gravity lo
tiene todo para ser una película casi perfecta. “Casi”, decimos, porque
si en algo estuvo de acuerdo la mayor parte de la crítica (y,
sospechamos, también del público) cuando se estrenó el filme de
Alfonso Cuarón fue
que su banda sonora resultaba algo cargante. Por eso el cineasta
mexicano ha tomado una decisión muy poco ortodoxa: la próxima edición
del filme en Blu-ray permitirá al espectador decidir si quiere ver el
filme tal y como fue estrenado, con las orquestaciones de
Steven Price animando
el vacío espacial, o con una nueva mezcla de sonido que eliminará la
música por las bravas, dejando sólo los diálogos de
Sandra Bullock y
George Clooney. Nosotros estamos impacientes por observar el resultado, y pensamos que tal vez el filme se beneficie mucho del silencio.
Ahora bien: la cosa podría haber sido mucho peor. Porque, si una
buena banda sonora puede redimir un mal filme y conservar su nombre para
la posteridad (¿alguien se acordaría hoy de
Superfly si no fuese por las canciones de
Curtis Mayfield? ¿O de
Espías en acción de no ser por
Strangers in the Night?) lo
contrario también puede ocurrir. A continuación te presentamos una
colección de filmes que rayaron por encima de la media en lo visual, y
que incluso ostentan la condición de clásicos, pero cuyas partituras
hacen daño al oído.
Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984)
El culpable: Mike Oldfield
Algo olvidada hoy en día, esta película sobre las atrocidades de los
Jemeres Rojos ganó tres Oscar, y fue nominada a otras cuatro categorías.
Entre estas últimas se hallaban las de Mejor Película, Mejor Guión
Adaptado y Mejor Director, pero, comprensiblemente, no la de Mejor Banda
Sonora Original. El autor de
Tubular Bells, que por aquel entonces cataba las mieles del éxito pop, decidió aquí ponerse experimental y tiró abundantemente del
Fairlight CMI (complejísimo instrumento antepasado de los actuales
samplers), algo que -una vez oídos los cacofónicos resultados- debió dejar a muchos de sus
fans rogando
por que Oldfield se dejase de maquinitas y retornase a sus guitarras de
toda la vida. Aún así, los temas más estrepitosos de
Los gritos del silencio suenan a pura ambrosía en comparación con
Étude, una versión de los
Recuerdos de la Alhambra de
Narciso Yepes a golpe de pachanga sintetizada que alcanzó entonces una relativa popularidad, pero que ahora nos hace desearle a Mike unas
“vacaciones en Camboya” como aquellas que cantaron los
Dead Kennedys.
Lady Halcón (Richard Donner, 1985)
El culpable: Andrew Powell
Aunque esté ambientada en el medioevo, la epopeya caballeresca del director de
Supermán resulta
ochentera con (muchas) ganas. Lo cual no tendría por qué ser malo: la
abundancia de laca en el departamento de peluquería, así como los
contraluces con la firma de
Vittorio Storaro, le sientan muy bien a esta historia de maldiciones y metamorfosis
(Rutger Hauer se transforma en lobo por las noches, mientras que a
Michelle Pfeiffer le da por volverse ave rapaz al amanecer) en la que, para colmo,
Matthew Broderick da vida a una suerte de
Ferris Bueller en versión
Dungeons & Dragons. Todo va bien, decimos… hasta que, con una ayuda del productor
Alan Parsons (sí, el de
Eye in the Sky), Andrew Powell pretende demostrarnos que una historia así puede ambientarse con un
musiconcio a medio camino entre la sintonía de
El Equipo A y
los temitas que sonaban en la discoteca de tu barrio cuando la
frecuentaba tu hermano mayor (o, dado el año en el que estamos, tal vez
tu padre). Según las bases de datos especializadas, esta fue la primera y
última BSO firmada por Powell. Lo cual, la verdad, no nos extraña.
Hoosiers: más que ídolos (David Anspaugh, 1986)
El culpable: Jerry Goldsmith
Este más que aceptable filme sobre baloncesto, que reivindicó como actor a
Dennis Hopper frente
a toda una generación de espectadores, padeció de un letal talón de
aquiles en su banda sonora. Porque, si ya de por sí manda narices oír al
veterano Goldsmith
sucumbiendo al imperio de los sintetizadores, la cosa tiene todavía más delito cuando constatamos que Jerry optó por hacerlo
en una película ambientada en los 60. Con
casi seis décadas de vida a cuestas (¿casualidad?), el compositor
estuvo muy lejos de aprovechar el potencial de los instrumentos
electrónicos, entregando una partitura de lo más inane y
telefilmera en la que el intencionado contraste entre imágenes y timbres instrumentales nunca destaca para bien. Al menos en
Footloose (otro filme cuya música partía de postulados parecidos) las canciones molaban de verdad.
La princesa prometida (Rob Reiner, 1987)
El culpable: Mark Knopfler
Sí, lo sabemos: la canción
Storybook Love (con la voz del malogrado
Willy DeVille) le
granjeó a este clásico entre clásicos su única nominación a los Oscar.
Pero que eso no os engañe: tras firmar partituras muy estimables para
Un tipo genial, Comfort and Joy y
Cal, el líder de
Dire Straits decidió
poner aquí el piloto automático, pensando que los lánguidos sones de su
guitarra acústica bastarían para elevar el romanticismo del conjunto.
Pero, como diría
Vizzini, sólo hay dos certezas en la
vida: nunca emprendas una guerra de conquista en Asia, y nunca pienses
que repetir una y otra vez el mismo
leitmotiv con distintos arreglos (o con los mismos, tanto da) basta para realizar una buena banda sonora. Así, la música de
La princesa prometida tiene
un aire tan blandito y sonrosado que, salvo en lo tocante a algunos
pocos temas, nos recuerda más a un anuncio de compresas que a la
arrebatadora historia del pirata
Roberts, la bella
Buttercup y el príncipe
Humperdinck. Menos mal que el filme es tan bueno que uno apenas se da cuenta…
Cazafantasmas II (Ivan Reitman, 1989)
Si bien no estuvo a la altura de su magistral predecesora (tarea casi
imposible por lo demás), nosotros siempre defenderemos que la segunda
aventura de
Peter Venkman (Bill Murray) y sus compinches
Dan Aykroyd, Harold Ramis y
Ernie Hudson queda como una comedia muy disfrutable. Eso, en lo que se refiere a los
gags y al guión, porque en lo tocante a la música basta con dejarlo en dos palabras:
Ghostbusters Rap. Vale que los
Run DMC eran unos titanes del hip hop, y que si
Sigourney Weaver aceptó acompañarles en el videoclip luciendo sombrero chulesco y cadenón de oro sería por algo, pero el tratamiento que
Jay Master Jay y compañía le dispensaron aquí a la canción de
Ray Parker Jr. fue de juzgado de guardia. Para acabar de arreglarlo, el
soundtrack album reemplaza los temas
funkies y discotequeros de la primera parte por píldoras de R’n'B descafeinado a cargo de
Bobby Brown y similares. Ni al mismísimo
Zuul se le hubiese ocurrido semejante atropello ectoplásmico.
Pretty Woman (Garry Marshall, 1990)
Los culpables: James Newton Howard (música orquestal) y una larga, larga lista de cantantes y grupos…
“Lay a whisper in my pillow / Leave the winter on the ground…”: si el recuerdo de la irrepetible (no decimos en qué sentido)
It Must Have Been Love de los
Roxette no
te ayuda a resumir (para lo malo) todo lo que encierra la BSO de la
comedia romántica por antonomasia, permítenos que lo desglosemos
nosotros por ti. Mientras James Newton Howard (un señor con ocho
nominaciones y ninguna victoria en los Oscar)
entrega una de esas partituras que valen tanto para un roto como para un descosido, la tarea de acompañar a
Julia Roberts y
Richard Gere corre en su mayor parte a cargo de artistas muy circunstanciales como
Natalie Cole, ex estrellas venidas a menos
(Rick Ocasek, de los
Cars, el ex líder de los
Chicago Peter Cetera), remanentes del
sofistipop ochentero
(Go West) y, por supuesto, el dúo sueco de
Marie Fredriksson y
Per Gessle. Todos ellos dispuestos a figurar en el
soundtrack album de rigor y a convertirse, con los años, en material para que las emisoras radiofónicas de
oldies rellenen sus horas muertas. ¿Qué habría hecho el pobre
Roy Orbison para merecerse algo así?
Titanic (James Cameron, 1997)
El culpable: James Horner
Una vez más, nuestros gustos y los de la Academia de Hollywood
difieren. Y estrepitosamente, además, porque Horner no se llevó uno,
sino dos Oscar por su trabajo en el
megablockbuster con transatlántico: uno a la banda sonora propiamente dicha, y otro a la mejor canción por
My Heart Will Go On. Aun a riesgo de que los
fans del compositor, y los de
Celine Dion, nos
deseen una muerte lenta y dolorosa, aquí declaramos que ambos premios
fueron extremadamente inmerecidos. La partitura instrumental se mueve
entre pasajes orquestales de lo más pomposo (con lo bien que sonaban los
trompetazos y las percusiones metálicas de
Aliens, uno diría que el compositor sabría escapar de semejante topicazo) y sintetizadore
que desentonarían incluso en esos discos de música
New Age que
pone tu dentista para volver aún más insoportables los minutos en la
sala de espera. Aliñado todo ello, además, con unas flautas irlandesas y
unas vocalizaciones (inspiradas, según confesión de Hohner, en el
estilo de la irlandesa
Enya) que sobrepasan los límites de lo cursi. En cuanto a esa balada en la que todos estáis pensando… pues con recordar que
Kate Winslet siente ganas de vomitar cada vez que la escucha creemos que basta y sobra.
Misión: Imposible II (John Woo, 2000)
El culpable: Hans Zimmer
“Los españoles son así: primero veneran a sus santos y después los queman”,
decían en esta película durante aquel híbrido de las Fallas con la
‘Madrugá’ sevillana que tantas risas provocó. Dejando de lado lo absurdo
de dicha escena, reconozcamos que la frasecita podría aplicársele a
otra cosa bien distinta: el sacrílego tratamiento, entre el
lounge menopáusico y el
chándal-metal a lo
Limp Bizkit. propinado por Zimmer al tema original de
Lalo Schifrin. De puro ampulosa, disonante e inadecuada, máxime viniendo del compositor de
Origen, Sherlock Holmes y
Rain Man,
la pieza nos produce una estupefacción comparable a aquella que
sentimos viendo a Hans ejerciendo como teclista invitado en un concierto
de
Mecano. Sólo que en menos entrañable, y en más asesinable.
MENCIÓN ESPECIAL: Metrópolis (Fritz Lang, 1927, ‘restaurada’ en 1984)
El culpable: Giorgio Moroder
Sus producciones discotequeras nos arrebatan: ahí está
I Feel Love, ese
temazo que un pasmado
David Bowie definió como
“la música del futuro”. Sus
bandas sonoras, si bien criticadas por muchos, resultan extremadamente
reivindicables hoy en día, y creemos que tiene bien ganados tanto sus
tres Oscar (por
Top Gun, Flashdance y
El expreso de medianoche) como esa renovada celebridad de la que goza hoy gracias al padrinazgo de
Daft Punk. Pero
si hay algo que jamás le perdonaremos a Giorgio Moroder es su manera de
ensañarse con uno de los mejores filmes de ciencia-ficción de todos los
tiempos. Porque, si bien eso de restaurar la película y acercarla a
nuevos
fans estuvo muy bien, lo de colorearla y recortar su
metraje a unos irrisorios 80 minutos resultó mucho menos bonito. Y el
colmo de los colmos llegó cuando el músico tirolés decidió sonorizar la
película, en parte con sus propias maquinitas, en parte mediante las
colaboraciones de amiguetes como
Pat Benatar, Freddie Mercury o
Adam Ant, cuyos
respectivos estilos vocales le pegaban tanto al filme como a un Cristo
las proverbiales dos pistolas. De buenas intenciones, ya se sabe, está
empedrado el camino hacia el infierno…
Via:cinemania